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Que la gran luz del entendimiento ilumine nuestros cerebros y purifique nuestros corazones , a fin de que en un ambiente de intelectualidad y de perfecta fraternidad , nos entreguemos a buscar los senderos de nuestra propia superación. Eusebio Baños Gómez

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LA LUZ PRESTADA - El Espía de DIOS

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lunes, 20 de junio de 2011

UR DE CALDEA: LA PATRIA DE ABRAHAM:

.. Y LA CIUDAD QUE LOS CRÍTICOS CREYERON INEXISTENTE HASTA QUE…

…TOMANDO TÉRAJ A ABRAHAM, SU HIJO, A SU NIETO LOT, HIJO DE HARÁN, Y A SARAY, SU NUERA, MUJER DE SU HIJO ABRAHAM, SACÓLOS DE UR DE LOS CALDEOS… (Gén. 11:31).

… Y los sacó de Ur de Caldea. Así resuenan las palabras bíblicas en los oídos de los cristianos hace casi dos mil años. Ur, nombre tan misterioso y legendario como el de muchos nombres de reyes y caudillos, de poderosos imperios, de templos y palacios recubiertos de oro que nos habla la Biblia. Nadie sabía dónde estaba Ur, aunque el nombre de Caldea aludía seguramente a Mesopotamia. Hace treinta años nadie podía sospechar siquiera que la búsqueda de Ur llevaría al descubrimiento de una cultura que se adentra en el crepúsculo de los tiempos prehistóricos más que los antiguos testimonios de la humanidad en Egipto.

Hoy día Ur es una estación de ferrocarril situada a 190 kilómetros al norte de Basora, cerca del Golfo Pérsico, y una de las muchas estaciones del ferrocarril de Bagdad. El tren, de acuerdo con el horario, se detiene allí breves instantes a la alborada. Extinguido el ruido de las ruedas del tren que se dirige hacia el Norte, el viajero se siente envuelto en el silencio del desierto.

Su mirada se extiende por los monótonos e infinitos mares de arena amarillo pardusca. Le parece hallarse en el centro de un inmenso plato llano, cortado únicamente por los carriles del tren. Un solo punto rompe la monotonía de la inmensidad vaga y desolada: un poderoso muñón de color rojo, que reluce los rayos del sol naciente. Parece como si un titán le hubiese abierto profundas muescas.

A los beduinos les es muy familiar este solitario cono, en cuyas grietas anidan las lechuzas. Lo conocen desde tiempo inmemorial y lo designan con el nombre de Tell-al-Muqayyar, la “Montaña de los peldaños.” A los pies de ella levantaron sus padres las tiendas de nómadas. A los pies de ella sus padres levataban sus tiendas de nómades. Como desde tiempos remotísimos, sigue ofreciendo acogedor refugio contra las peligrosas tempestades de arena. En sus faldas acampan aún hoy día los beduinos con sus rebaños cuando la época de las lluvias hace brotar una alfombra de césped como por encanto.

En otros tiempos — hace 4.000 años — ondeaban aquí inmensos campos de trigo y de cebada y se extendían cultivos de hortalizas y campos de palmeras y de higueras hasta perderse de vista. Eran extensos cultivos, comparables a las actuales haciendas productivas de California. El verdor exuberante de los campos y de los arriates estaba surcado por un sistema de canales y zanjas en línea recta, obra prodigiosa del arte de la irrigación. Desde los albores de la edad de piedra, los pobladores, aprovechando el agua de los grandes ríos, encauzaban con destreza e inteligencia el líquido elemento desde sus orillas y convertían así terrenos desérticos en paisajes de vegetación paradisíaca.

Casi oculto tras bosques de umbrías palmeras se deslizaba entonces el Éufrates. Un intenso tráfico naval desde aquí hasta el mar existía en este emporio de vida. En aquellos tiempos, el Golfo Pérsico se adentraba mucho más que ahora en la desembocadura del Tigris y del Éufrates. Antes de construirse la primera pirámide en el valle del Nilo, ya el Tell-al-Muqayyar elevaba al cielo su imponente mole. Cuatro grandiosas construcciones se alzaban en forma de cubos sobrepuestos, cada vez más delgados, de unos 25 metros de altura y revestidos de ladrillos de bellos colores. Sobre la parte negra de los cimientos, un cuadrado de 40 metros de lado soportaba los cuerpos superiores, de color rojo y azul, todos ellos rodeados de árboles. La parte más alta del edificio formaba una pequeña terraza en la cual, a la sombra de una techumbre dorada, había un santuario.

Una gran paz reinaba en esos lugares dedicados al culto, donde los sacerdotes celebraban sus oficios junto al ara del dios de la Luna, Nannar. Los ruidos de una de las más antiguas ciudades del mundo, la rica metrópoli de Ur, apenas si llegaban allí.

En el año 1854, una caravana de asnos y camellos se dirigió a la solitaria colina roja. Llevaba un raro equipo de palas, picos y aparatos de medición y la dirigía el cónsul británico en Basora, Mr. J. E. Taylor. No impulsaban al cónsul ni el afán de aventuras ni la propia voluntad. Por encargo del Foreign Office daba satisfacción al deseo expresado por el Museo Británico, (de =no) que se explorase la parte sur de Mesopotamia (es decir, la tierra donde el Éufrates y el Tigris, antes de desembocar en el Golfo Pérsico, se acercan cada vez más) en busca de monumentos de la Antigüedad. Taylor había oído hablar muchas veces en Basora del raro y grandioso amontonamiento de piedras al cual se acercaba ahora la expedición, y creía que allí encontraría su objeto.

A mediados del siglo XIX, en Egipto, Mesopotamia y Palestina empezaron excavaciones y trabajos de exploración, movidos por la idea, repentinamente surgida, de buscar en aquella parte del mundo una visión científicamente fundamentada en la historia universal. El objetivo de un buen número de expediciones era el Próximo Oriente.

Hasta entonces, la única fuente para la historia del Asia Menor en los 550 años antes de J.C. había sido la Biblia. Sólo ella contenía noticias sobre las épocas sumidas en las tinieblas del pasado. La Biblia menciona nombres y pueblos, de los cuales ni griegos ni romanos guardan información alguna.

Verdaderas legiones de sabios fueron atraídos, a mediados del siglo pasado, a los parajes del antiguo Oriente. Nadie conocía sus nombres, que pronto habían de estar en labios de todos. Llenos de asombro escucharon los hombres del “siglo de las luces” el relato de sus hallazgos y portentosos descubrimientos. Lo que aquellos sabios, a costa de ímprobos trabajos, iban sacando a la luz del seno de la arena del desierto, junto a los grandes ríos de Mesopotamia y de Egipto, llamó con justicia la atención de millones y millones de personas. La ciencia abría aquí, por primera vez, la puerta al misterioso mundo de la Biblia.

El cónsul de Francia en Mosul, Pablo Emilio Botta, era un entusiasta arqueólogo. En 1843 empezó sus excavaciones en Corsabad, junto al Tigris, y de las ruinas de una metrópoli cuatro veces milenaria hizo surgir a la luz, en todo su esplendor, el primer testimonio de la Biblia: Sargón, el legendario soberano de Asiria. El año en que el Tartán llegó a Asdod, cuando le envió Sargón, rey de Asiria… (Is. 20:1).

Dos años más tarde, un joven diplomático inglés y al mismo tiempo explorador, A. H. Layard, puso al descubierto la ciudad de Nemrod (Kalchu), designada en la Biblia con el nombre de Kélaj (Gén. 10:11) y que hoy lleva el nombre del bíblico Nemrod, el vigoroso cazador ante Yahvé. Fue el comienzo de su reino Babel, Erek, Akkad, Kalné, en tierra de Sinar. De este país salió para Asur, y edificó a Nínive, Rejobot-Ir y Kélaj.. (Gén. 10:10-11).

Poco tiempo después, unas excavaciones dirigidas por el mayor inglés Henry Creswicke Rawlinson, que fue en su tiempo uno de los mejores asiriólogos, descubrió a 11 kilómetros de Corsabad a Nínive, la capital de Asiria, la famosa biblioteca del rey Assurbanipal. Era la Nínive de la Biblia, cuya maldad los profetas condenan repetidamente (Jonás 1:2).

En Palestina, el erudito americano Eduardo Robinson se dedicó a la reconstrucción de la antigua topografía (1838-1852).

El alemán Ricardo Lepsius, más tarde director del Museo Egipcio de Berlín, registró, en una expedición que duró de 1842 a 1846, los monumentos del Nilo.

Una vez que el francés Champollion hubo conseguido descifrar los jeroglíficos egipcios, consiguió también, hacia el año 1850, descifrar el misterio de los caracteres cuneiformes. Uno de ellos fue Rawlinson, el explorador de Nínive. ¡Los documentos antiguos empezaban a hablar!

Pero volvamos a la caravana que se dirigía a Tell-al-Muqayyar.

El cónsul Taylor hace clavar las tiendas al pie de la roja colina. No tiene ambiciones científicas ni posee conocimientos previos. ¿Por dónde empezar? ¿En qué lugar situar las brigadas de nativos del país para que excaven el terreno en forma adecuada? El enorme montón de ladrillos, obra maestra arquitectónica de un pasado remoto, no le dice nada como construcción. Quizá en sus entrañas dormite algo que sirva para exponer en el Museo y sea susceptible de interesar a las gentes de Londres. Piensa vagamente en una vieja estatua, en armas, en piezas de adorno y hasta en un tesoro escondido. Arremete contra el cono, lo hace martillear palmo a palmo. Nada indica que exista una cavidad vacía. La colosal construcción parece ser maciza. El bloque inferior sobresale casi 10 metros de la arena. Dos amplias rampas de piedra conducen al próximo cuadrilátero, de más reducidas dimensiones, sobre el cual se levantan un tercero y un cuarto cuadrilátero.

Taylor va subiendo peldaño a peldaño; bajo el ardor del sol, trepa a gatas por las muescas, examina todos los restos y encuentra sólo ladrillos rotos. Bañado en sudor escala un día la plataforma más elevada; asustadas, dos lechuzas salen de entre los muros gastados por el tiempo. Esto es todo. Pero Taylor no se desalienta. Dispuesto a descubrir los secretos de aquella rara construcción en forma de cono toma una decisión que hoy no podemos por menos de lamentar profundamente: retira las brigadas que trabajan en la base y las lleva a la parte más alta de la construcción.

Lo que había resistido a los siglos, a las tempestades de arena y al ardor del sol, cayó víctima de la piqueta demoledora. Taylor manda derribar la parte más alta del edificio. La destrucción empieza por las cuatro esquinas a la vez. Ingentes masas de ladrillos rotos van cayendo diariamente desde lo alto. Al cabo de algunas semanas cesa el ajetreo en la parte alta, el golpear incesante de los picos. Un par de hombres desciende precipitadamente de la altura y penetran en la tienda de Taylor. En las manos llevan unas pequeñas varillas; son cilindros de arcilla cocida. Taylor queda decepcionado. Había esperado encontrar algo más importante. Después de limpiarlos bien, observa que los cilindros de arcilla están cubiertos de inscripciones… ¡Se trataba de caracteres cuneiformes! No los entiende en absoluto, pero se siente feliz. Cuidadosamente embalados, los cilindros parten para Londres. Pero los sabios del Támesis apenas prestan atención al hallazgo.

La cosa no es de extrañar: son los años en que todos los exploradores miran fascinados hacia las excavaciones que se realizan en el norte de Mesopotamia, donde, en el curso superior del Tigris y en las colinas de Nínive y Corsabad, surgen palacios y enormes relieves de los asirios, millares de tablillas de arcilla y estatuas, dejando en la sombra a todo lo demás. ¿Qué significaban junto a esto los pequeños cilindros de arcilla de Tell-al-Muqayyar? Dos años sigue Taylor impertérrito en sus exploraciones; pero sin éxito. Después es llamado a Inglaterra.

El mundo no debía conocer los inmensos tesoros que dormitaban bajo el antiquísimo cono de Tell-al-Muqayyar hasta después de setenta y cinco años.

Tell-al-Muqayyar vuelve a caer en el olvido entre los científicos. Pero a su alrededor ya no reina el silencio. Apenas retirado Taylor, acuden legiones de otros visitantes. Las paredes derruidas, y sobre todo la parte superior de la construcción, derribada por las brigadas de Taylor, constituyen una cantera inagotable y gratuita de materiales de construcción para los árabes, que año tras año vienen de todas partes a cargar de ladrillos sus acémilas. Fabricados por mano del hombre muchos milenios antes, aún pueden leerse en ellos los nombres de Ur Nannu, el primer gran constructor, y de Nabonides, el soberano babilónico que restauró la torre escalonada, a la cual llamaban Ziggurat. Las tempestades de arena, las lluvias, el viento y el sol se encargan de acabar la destrucción del monumento.

Cuando, durante la primera guerra mundial, las tropas británicas en marcha hacia Bagdad, en el año 1915, acampan en las cercanías del antiguo monumento, éste habiendo cambiado tanto de aspecto, hallándose tan aplanado, tan deshecho por el pillaje practicado desde el año 1854, que uno de los soldados puede permitirse una pequeña hazaña. El perfil de las antiguas graderías ha desaparecido hasta el extremo (de =no) que el soldado puede subir hasta la parte más alta montado en un mulo.

Una feliz casualidad quiere que entre los oficiales de la tropa se halle un experto, R. Campbell Thompson, del Servicio de Inteligencia del Ejército de Mesopotamia. En tiempo de paz es auxiliar del Museo Británico. Al examinar con mirada experta la inmensa aglomeración de ladrillos rotos, Thompson ve la ruina con espanto. Una inspección del suelo en los alrededores le hace sospechar la existencia de nuevos fundamentos, ruinas de edificios cubiertos por la arena del desierto. Thompson indaga con todo cuidado y manda un informe urgente a Londres. Esto impulsa a desempolvar los pequeños cilindros de arcilla, que habían sido casi completamente olvidados, y a estudiarlos esta vez minuciosamente. Las inscripciones contienen una información interesantísima y al propio tiempo una curiosa historia

Casi 2.500 años antes que el cónsul Taylor, otro explorador había escudriñado aquel lugar, con el mismo interés y removídolo todo. Venerador de la Antigüedad, hombre célebre, soberano de un gran reino y arqueólogo, todo en una persona, tal era el rey Nabonid de Babilonia. Realizó sus indagaciones hacia el siglo VI antes de J.C. y comprobó que “el Ziggurat era muy antiguo.” Pero Nabonid obró de otra manera que Taylor. “He hecho reconstruir la estructura de este Ziggurat como en los tiempos antiguos, con mortero y ladrillos cocidos.”

Cuando la torre escalonada quedó reconstruida, Nabonides hizo grabar precisamente en aquellos pequeños cilindros el nombre descubierto del primer constructor. Éste, según pudo descifrar el babilonio en una inscripción medio rota, fue el rey Ur-Nannu. ¿Ur-Nannu? ¿Es posible que el constructor de la gran torre escalonada fuese realmente el rey de Ur, de quien nos habla la Biblia, soberano de Ur en Caldea?

La suposición resulta muy verosímil, pues además el mismo nombre bíblico aparece varias veces. También documentos hallados en ruinas excavadas en Mesopotamia mencionan a Ur. Según los textos cuneiformes, parece haber sido la capital del gran pueblo de los sumerios. En este punto despierta un gran interés el maltrecho Tell-al-Muqayyar. A los eruditos del Museo de la Universidad de Pensilvania, en los Estados Unidos, se unen los arqueólogos del Museo Británico para pedir nuevas excavaciones. La torre escalonada del bajo Éufrates podría contener el secreto del desconocido pueblo de los sumerios… y de la bíblica Ur. Pero hasta el año 1823 no logra ponerse en marcha un grupo de arqueólogos americano-británico. Ya no tienen que realizar el incómodo camino sobre el vacilante lomo de un camello; ahora viajan en el ferrocarril de la línea de Bagdad. Por ferrocarril les llegan también las herramientas que necesitan: vagonetas, carriles, picos, palas, capazos.

Los arqueólogos disponen de un fondo que les permite explorar una extensa comarca. Empiezan sus excavaciones con un plan metódico y ambicioso. Confiando en que nuevos fondos vendrán a engrosar los ya concedidos, hacen cálculos para un trabajo de varios años. La expedición está dirigida por Sir Charles Leonard Woolley. Este inglés de cuarenta y tres años, ha realizado sus primeras armas en viajes de exploración y excavaciones en Egipto, Nubia y Karkemisch, en el Éufrates superior. Para este hombre inteligente y afortunado, el Tell-al-Muqayyar constituye la gran tarea de su vida. No dirige su atención principal a la torre escalonada, como hiciera algunos lustros antes el diligente pero desprevenido Taylor. Su investigación se dirige ante todo a los montículos planos que a sus pies se alzan en la llanura.

Al ojo experto de Woolley no se le escapa su forma especial, semejante a pequeñas mesetas. Planas arriba, sus pendientes descienden simétricas. Tales colinas existen en incontable número, grandes y pequeñas, en el Próximo Oriente, junto a las orillas de los grandes ríos, en medio de llanuras exuberantes, junto a las sendas y caminos por donde, desde tiempos inmemoriales, transitan las caravanas que atraviesan el país. Tan numerosas son, que hasta el día de hoy nadie ha podido contarlas. Aparecen en el delta del Éufrates y del Tigris, en el Golfo Pérsico y hasta en las tierras altas del Asia Menor, allí donde el río Halis desemboca en el Mar Negro; en las costas del Mediterráneo oriental, en los valles del Líbano, junto al Orontes de Siria y en la vega del Jordán, en Palestina.

Estos relieves del terreno constituyen las grandes minas de los arqueólogos, explotadas con todo afán y por ahora inagotables. No son obra de la Naturaleza, sino acúmulos artificiales producidos por las ruinas de incontables generaciones que nos precedieron; grandiosos montones de escombros y desperdicios del pasado, formados por los restos de cabañas y casas, murallas, templos y palacios. Todas estas colinas han adquirido su forma en el transcurso de siglos y hasta de milenios, siguiendo el mismo proceso. Los hombres habían creado allí un primer poblado, que un buen día fue destruido por la guerra o un incendio o abandonado por sus habitantes; después vinieron unos conquistadores o nuevos pobladores, que construyeron sus moradas en el mismo emplazamiento. Generación tras generación fueron así levantando en el mismo lugar viviendas y ciudades, una tras otra.

En el transcurso del tiempo las ruinas y los escombros de innumerables pueblos han ido formando, capa sobre capa y estrato sobre estrato, una colina. Los árabes de hoy llaman “tell” a esos montículos artificiales. El mismo nombre se les daba ya en la antigua Babilonia. Tell quiere decir “montón, hacinamiento”; en la Biblia encontramos esta palabra en el libro de Josué, cap. XI, versículo 13. Cuando al tratar de la conquista de Canaán se habla de las ciudades emplazadas sobre sus colinas de escombros, éstas se designan con el nombre de tulul (plural de tell). Los árabes saben distinguir con toda exactitud un tell de los relieves naturales del terreno, a los cuales designan con el nombre de yebel.

Cada Tell constituye, en realidad, un mudo capítulo de historia. Sus diferentes capas son para el arqueólogo semejantes a hojas del calendario, repasando las cuales puede aclarar el pasado página por página. Cada capa habla de una época, de su vida y sus costumbres, del arte, la cultura y la civilización de sus habitantes, con tal que se sepan leer sus indicios adecuadamente. Así han llegado los excavadores con el tiempo a resultados verdaderamente prodigiosos.

Las piedras, talladas o no talladas, los ladrillos y los restos de arcilla atestiguan la forma cómo se construía. Hasta en las piedras carcomidas y gastadas o en los restos de ladrillos reducidos casi a polvo pueden reconocerse los perfiles de las construcciones. Y las manchas negras revelan dónde se hallaron en otro tiempo los hogares difundiendo calor.

Vasijas desmenuzadas, armas, artículos domésticos y herramientas, que se encuentran por doquier entre las ruinas, dan nuevos indicios para el trabajo detectivesco aplicado a la Antigüedad. ¡Cuánto aprecian los investigadores que los antiguos no conociesen ningún servicio urbano de recogida de basura! Lo que resultaba inútil o superfluo se echaba afuera, dejándolo expuesto a la acción de la intemperie y del tiempo.

Hoy día se conocen con tanta exactitud las diferentes formas, muestras y colores de las vasijas y los vasos, que la cerámica se ha convertido en el recurso arqueológico número uno para el cómputo del tiempo. Aún los trozos sueltos, a veces aún los mismos fragmentos, permiten fijar la fecha con toda precisión. Hasta el segundo milenio antes de J.C., el límite máximo de error en la determinación de la fecha alcanza, como máximo, ¡50 años!

Datos inapreciables se perdieron en el transcurso de las primeras grandes excavaciones, efectuadas en el pasado siglo, por no prestar atención a los trozos que parecían sin valor. Se les echaba a un lado, pues aquellos días sólo se daba importancia a los grandes monumentos, los bajos relieves, las estatuas o los tesoros. Así se perdieron para siempre muchas cosas valiosas.

Un ejemplo de ello nos lo ofrece el arqueólogo Enrique Schliemann. Poseído de gran orgullo, no tenía más que una idea: encontrar la ciudad de Troya del poema homérico. Con grandes brigadas hizo remover el suelo en profundo. Capas que hubieran podido ser de gran importancia como indicadoras del tiempo transcurrido fueron desalojadas como cascajo inútil. Al fin exhumó Schliemann de las entrañas de la tierra un valioso tesoro que causó la admiración del mundo. Pero no era, como él creía, el tesoro de Príamo. El hallazgo se remontaba a una época muchos siglos anterior. En el ardor de su tarea, Schliemann había excavado demasiado profundo. Hijo de comerciantes, era un profano en la materia.

Sin embargo, los profesionales al principio no lo hacían mejor. No hace más que unas décadas que los arqueólogos trabajan siguiendo un plan meditado. Se empieza a excavar el Tell por la parte alta y se analiza centímetro por centímetro el suelo, estudiando cada piedra y cada fragmento. Se profundiza en la colina comenzando por practicar una entalladura. Entonces las capas de diferente coloración se ofrecen al ojo del investigador como una tarta cortada y le permiten una primera ojeada a la historia de los emplazamientos humanos que allí se sucedieron. De acuerdo con este principio se dispone a realizar sus trabajos la expedición angloamericana del año 1923 en Tell-al-Muqayyar.

En los primeros días del mes de diciembre, sobre los montones de escombros del este del Ziggurat, sólo a pocos pasos de la amplia rampa por donde en otro tiempo los sacerdotes, en solemne procesión, subían al santuario del dios Luna, Nannar, se alza una nube de polvo. Empujada por el ligero viento, se extiende, y pronto en torno a la antigua torre escalonada aparece todo envuelto por la nube. Es fina arena que, removida por centenares de palas, indica que han empezado las grandes excavaciones.

Así que la primera azada se hinca en el suelo, crece en todas las excavaciones un ambiente de tensión. La empresa representa un viaje a un reino desconocido que no se sabe qué sorpresas deparará. También Woolley y sus colaboradores están llenos de expectación. ¿Recompensarán los hallazgos el sudor y el esfuerzo empleados en esta colina? ¿Dará a conocer Ur fácilmente sus secretos? Ninguno de los que toman parte en los trabajos puede imaginarse que permanecerán seis largas temporadas invernales, hasta la primavera de 1929, explorando esos parajes con todo afán. Estas excavaciones de gran estilo en el corazón del sur de Mesopotamia tenían que dejar al descubierto, capítulo por capítulo, la historia de aquellos lejanísimos tiempos en que, en el delta de los dos grandes ríos, se establecieron los primeros pobladores y surgió una nueva vida. A lo largo del penoso camino de la investigación que nos hace retroceder 7.000 años, más de una vez daremos con acontecimientos y nombres de los cuales nos habla la Biblia.

Lo primero que aparece es un espacio con las ruinas de cinco templos que, en otro tiempo, rodeaban en semicírculo al Ziggurat contruído por el rey Ur-Nannu. Parecen fortalezas, de gruesos muros. El mayor de estos templos, con una superficie de 100 x 60 metros, estaba consagrado a la Luna; otro templo, a la veneración de Nin-Gal, esposa de Nannar. Cada uno de ellos con un patio interior rodeado por toda una serie de estancias. En ellas se ven aún las antiguas fuentes, los largos pilones de agua calafateados con asfalto, y los profundos tajos en las grandes mesas de ladrillo dejan comprender dónde eran sacrificadas las reses ofrecidas en holocausto. En los hogares situados en las cocinas de los templos eran preparadas las viandas para el banquete sacrificial. Había también hornos especiales para cocer el pan. “Después de 38 siglos — hace notar Woolley en el relato de su expedición — podrían encenderse de nuevo hogares y poner otra vez en servicio las cocinas más antiguas del mundo.”

Hoy día los templos, las salas del Tribunal, las oficinas de Hacienda y las fábricas son instituciones completamente separadas unas de otras. En Ur era distinto. El distrito sagrado, bajo la administración del templo, no estaba exclusivamente reservado a la veneración de los dioses. Además de las ceremonias del culto, correspondían a los sacerdotes otras muchas atribuciones. Aparte de las ofrendas recibían, además, los “diezmos” y los impuestos, que eran debidamente inscriptos. Toda entrega era anotada en una tablilla de tierra cocida: seguramente los primeros recibos de impuestos que extendieron los hombres. Los escribientes, que eran sacerdotes, anotaban las entradas por impuestos en memorias semanales, mensuales y anuales.

La moneda acuñada aún no era conocida. Los impuestos eran pagados en especies; cada habitante de Ur pagaba con lo que podía. El aceite, el trigo, las frutas, la lana y el ganado eran guardados en grandes locales; lo que era susceptible de echarse a perder pasaba a las tiendas que existían en el mismo templo. Muchos artículos eran transformados en el mismo templo, como, por ejemplo, en las hilanderías que dirigían los mismos sacerdotes. Uno de estos talleres sacerdotales fabricaba doce distintas clases de vestiduras. En las tablillas allí encontradas figuran los nombres de las muchachas que las tejían. Hasta figura el peso de la lana entregada a cada tejedora, y el número de (las=no) piezas que de ella resultaba estaba también anotado con toda escrupulosidad. En un edificio destinado a la administración de justicia se encontraron los textos de las sentencias, tan cuidadosamente inscriptos como en nuestros juicios actuales.

Tres temporadas había estado trabajando la expedición angloamericana en el viejo Ur y este singular museo de la primitiva historia aún no había dado todos sus tesoros. Fue entonces cuando, fuera de los límites de los templos, los excavadores experimentan una sorpresa extraordinaria.

Al sur de la torre escalonada, al explorar una serie de colinas, vieron surgir del fango paredes, muros y fachadas situadas unas junto a otras formando varias hileras. Las palas van poniendo al descubierto toda una serie de casas, un verdadero dédalo, cuyas paredes alcanzan, en algunos casos, alturas hasta de 3 metros. Entre ellas se abren paso estrechas callejas. De vez en cuando las calles desembocan en amplias plazas

Después de muchas semanas de arduo trabajo, y después de remover muchas toneladas de cascotes, aparece ante aquellos hombres una visión inolvidable.

¡Debajo de Tell-al-Muqayyar, de matices rojos, aparece a la luz del sol toda una ciudad, despertada por los incansables exploradores después de un sueño milenario! Woolley y sus colaboradores están fuera de sí de alegría. Ante ellos está Ur; ¡aquella Ur de Caldea de que habla la Biblia!

¡Con qué comodidad habían vivido sus moradores! ¡Cuán espaciosas eran sus casas! En ninguna otra ciudad del País de los Dos Ríos han salido a la luz edificios particulares tan hermosos y confortables.

Comparados con ellos los que se han conservado de Babilonia resultan humildes, hasta pobres. El profesor Koldewey, en las excavaciones alemanas realizadas a principios de este siglo, sólo encontró sencillas edificaciones de barro, de una sola planta con tres o cuatro habitaciones alrededor de un patio abierto. Así vivía la población hacia unos 600 años antes de J.C. en la tan admirada y alabada metrópoli de Ur; en cambio, 1.500 años antes vivían en macizos edificios en forma de villas, casi todos de dos plantas, contando de doce a catorce estancias. La planta baja era sólida, construida con ladrillos cocidos y la segunda con adobes; las paredes, limpiamente enlucidas con mortero y blanqueadas.

El visitante entraba por la puerta a un pequeño atrio con sus pilas de agua donde se lavaba los pies y las manos. De allí penetraban a un espaciosos y claro patio interior, cuyo suelo estaba bellamente pavimentado. Alrededor de este patio se agrupaban el recibidor, la cocina y las habitaciones, así como el altar privado. Por una escalera de piedra, debajo de la cual se escondía el cuarto de aseo, se subía al piso superior; en él las estancias se distribuían entre las propias de la familia y las de los huéspedes.

Entre las paredes derruidas volvió a surgir a la luz del día todo cuanto había pertenecido a la vida de estas casas patriarcales. Numerosas colecciones de vasijas, ánforas, vasos y tablillas de barro llenas de inscripciones formando un mosaico a través del cual podía ser reconstruida, pieza a pieza, la vida cotidiana de Ur. Ur de Caldea a principios del segundo milenio antes de J.C. era una poderosa capital, rica y llena de magnificencia.

Woolley no puede desprenderse de una idea: Abraham tuvo que haber salido un día de Ur de Caldea y seguramente vino al mundo en alguno de esos edificios patriarcales. Debió de pasar junto a los muros del gran templo y por estas calles; y, al alzar los ojos, sus miradas debieron tropezar con la poderosa torre escalonada, con sus cuadriláteros de color negro, rojo y azul rodeados de árboles. Woolley escribe entusiasmado:

“Tenemos que cambiar por completo la concepción que teníamos formada del patriarca hebreo al comprobar en qué magnífico ambiente pasó su juventud. Era ciudadano de una gran ciudad y heredó la tradición de una civilización antigua y bien organizada. Las mismas casas denotan confort, hasta casi lujo. Encontramos copias de himnos del servicio del templo y, junto a ellas, había también tablas matemáticas. En estas tablas, además de simples sumas, estaban inscritas fórmulas para la extracción de raíces cuadradas y de raíces cúbicas. ¡Y en otros textos los escribas habían copiado las inscripciones de los edificios de la ciudad y hasta una pequeña historia del templo!”

¡Abraham, evidentemente, no era un simple nómada, sino hijo de una gran ciudad del segundo milenio antes de J.C.!

¡Esto era un descubrimiento sensacional, casi increíble! Los diarios y las revistas publican fotografías de la vieja torre escalonada y de las ruinas de la metrópoli puestas al descubierto, que ofrecen un aspecto grandioso. Con sorpresa vemos un dibujo que lleva la siguiente inscripción:

“Casa del tiempo de Abraham.”

Woolley lo había encargado a un artista. Es una reconstrucción que corresponde exactamente a los fundamentos. En un patio interior se ve un edificio parecido a una villa; sobre el pavimento hay dos elevadas ánforas por donde fluye el agua; una balaustrada de madera comunica las habitaciones del piso superior con el patio. ¿Es que resultaría de repente errónea la clásica concepción de Abraham como patriarca, rodeado de su prole y de sus rebaños, tal como generaciones enteras se lo habían figurado?

La opinión de Woolley no dejó de ser discutida. Muy pronto los teólogos y los críticos la sometieron a duras impugnaciones.

En favor de la concepción de Woolley hablaba el versículo 31 del capítulo XI del Génesis.

“Tomó, pues, Téraj a Abraham, su hijo, a su nieto Lot… y los sacó de Ur de Caldea.

Pero hay también pasajes de la Biblia que hacen mención de otro lugar: cuando Abraham manda a su siervo más viejo desde Canaán a la ciudad de Najor para que busque una esposa para su hijo Isaac, Abraham llama a este Najor su patria (Gén. 4:24) y la casa de su padre y su suelo natal (Gen. 7:24); Najor estaba situada en la Mesopotamia septentrional. Después de la conquista de la Tierra Prometida, Josué habló así al pueblo que estaba allí congregado:

“Vuestros padres — Téraj, padre de Abraham y padre de Najor — habitaron de antiguo allende el río” (Jos. 24:2). Por el río se da a entender aquí, como en otras partes de la Biblia, el Éufrates. La ciudad de Ur fue construida en la orilla derecha del Éufrates. Vista desde Canaán estaba situada en la parte de acá del río, no al otro lado de él. ¿Es que Woolley había sacado conclusiones demasiado precipitadas? ¿Qué resultados positivos había alcanzado la expedición? ¿Dónde estaba la demostración de que Téraj y su hijo Abraham eran de Ur, vecinos de una gran ciudad?

“La primitiva peregrinación desde Ur en Caldea hasta Harran, aparte de la excavación de la ciudad propiamente dicha, no ha encontrado confirmación alguna arqueológica,” aclara William F. Albright, profesor de la Universidad de John Hopkins, de Baltimore (Estados Unidos). El erudito y afortunado excavador, que es tenido como un buen conocedor de la arqueología de Palestina y del Próximo Oriente, añade:

“Y el hecho notable de que los traductores griegos jamás mencionen a Ur sino a la “Tierra” natural de los caldeos, podía significar que la transferencia de la patria de Abraham a Ur era considerada seguramente como una cosa secundaria y no conocida generalmente en el siglo III antes de J.C.”

Con Ur salió de las sombras del pasado la capital de los sumerios, uno de los pueblos más antiguos y cultos del País de los Dos Ríos. Los sumerios, según ya es sabido, no eran semitas como los hebreos. Cuando alrededor del año 2000 antes de J.C. tuvo lugar la gran invasión de los nómadas semitas procedentes de los desiertos árabes, se quebró en el Sur primero en Ur con sus extensas plantaciones y canales. Podría ser que el recuerdo de aquel grandioso éxodo a las tierras del “Fértil Creciente,” del cual Ur también quedó afectada, quedase fijado en la Biblia.

Escrupulosas investigaciones y, sobre todo, las excavaciones realizadas en las dos últimas décadas, parecen comprobar con visos de certeza que Abraham no fue jamás ciudadano de la gran metrópoli sumeria. Ello contradiría todas las representaciones que de él nos hace el Antiguo Testamento sobre la vida del padre de los patriarcas: Abraham vive en una tienda, con sus rebaños va de uno a otro sitio, de una a otra fuente. ¡No vive como habitante de una gran urbe, sino la vida típica de los nómades!

Mucho más al norte del “Fértil Creciente,” según veremos, saldrá de repente de la oscuridad la historia de los patriarcas de la Biblia con su ambiente histórico.


Extracto del libro “Y la Biblia Tenía Razón” de Werner Keller

lunes, 20 de diciembre de 2010

Una maravillosa MONEDA ROMANA.


Una nueva perspectiva sobre la naturaleza astrológica de la estrella llegó, cuando nadie lo esperaba, de una moneda romana emitida en Antioquía cerca de la fecha de nacimiento de Jesús.

La moneda, de bronce, muestra un signo astrológico, el carnero de Aries, debajo de una estrella. La inscripción reza así: "del pueblo de la metrópoli de Antíoco".

La Biblia de la astrología, el Tetrabiblos de Claudio Ptolomeo (h. 150), nos cuenta cómo Aries controla la actividad humana en Judea, Samaria, Idumea, Coele-Siria y Palestina (lugares que pertenecen todos al reino de Herodes).
Es posible que la moneda conmemorara la incorporación, en el año 6, de Judea a la Siria romana, cuya capital era Antioquía. Es decir, la estrella encima del carnero simboliza el nuevo destino de Judea bajo el control de la romana Antioquía. Pero la importancia de la moneda recae en el hecho de que muestra que los astrólogos habrían visto en el carnero de Aries el nacimiento de un rey en Judea.

Las fuentes astrológicas no sólo nos dicen dónde vieron los astrólogos la llegada de un nuevo rey para los judíos, sino que también nos explican qué estrella anunciaba el nacimiento del rey. Y esta estrella regente era la de Zeus, concretamente el planeta Júpiter. El tiempo óptimo para que Júpiter concediera realezas era cuando el planeta se elevaba como un lucero del alba, que en términos astrológicos significa en Oriente.

Al examinar el marco temporal probable para el nacimiento de Jesús, descubrimos un día único y extraordinario. El 17 de abril del año 6 a.C. Júpiter emergió por el este en el signo de Aries. La Luna también estaba en Aries y se dirigía directamente a Júpiter, al que debió llegar a acercarse mucho. (Cálculos modernos revelan que la Luna ocultó a Júpiter).

Además, el Sol estaba en Aries, donde estaba "exaltado", otra condición poderosa para el nacimiento de un rey. Incluso Saturno estaba presente, lo que presagiaba de manera increíble el nacimiento de un gran rey en Judea. Un astrólogo romano y cristiano, Firmico Materno (h. 334), citó estas mismas condiciones de Aries como indicadores del nacimiento de una persona "divina e inmortal".

Júpiter realizó algo más que atrajo a los magos. Este planeta abandonó Aries pero invirtió el sentido de su movimiento cuando se encontró entre las estrellas. Júpiter regresó a Aries donde se mantuvo estacionario durante varios días a finales del año 6 a.C. Los astrónomos modernos se refieren a la descripción de Mateo hablando de movimiento retrógrado: una ilusión óptica producida cuando la Tierra pasa a Júpiter en el sistema solar. La estación de Júpiter en Aries era otra indicación que parecía apuntar los grandes acontecimientos que se produjeron en Judea, que llenaron de alegría a los magos: creyeron que, en efecto, encontrarían al nuevo rey en Belén.

miércoles, 21 de julio de 2010

Los Toltecas.


Los toltecas (en nahuatl, maestros constructores), antigua cultura que dominó la mayor parte del centro de México entre los siglos X y XII DC. Su lengua - el náhuatl - también fue hablada por los aztecas. Mucho de lo que se conoce de los toltecas esta envuelto en el mito.

La cultura tolteca tenía una importante componente de gente guerrera, es posible que ellos triunfaran sobre la ciudad de Teotihuacán (Cerca del año 750 DC). Los toltecas unieron a muchos pequeños estados en el México Central dentro de un Imperio gobernado desde su capital, Tulum (también conocida como el Tollan), cerca de Tula, México.

En el año 975 DC, los guerreros Toltecas de Tula, viajaron a Veracruz, donde derrotaron a los Mayas y posteriormente se establecieron en Yucatán, en Chichén Itzá, que previamente había sido un centro ceremonial Maya; también se establecieron en Mayapan en 987, y en Uxmal en 1007 DC. Su civilización prevaleció hasta el año 1200 DC.

Tuvieron mucho talento para construir templos. Su influencia se extendió a la mayor parte de Mesoa-América en la era postclásica. La influencia de los toltecas sobre los Mayas de Yucatán es grande, esto se refleja especialmente en la ciudad de Chichén Itzá. Los toltecas (o, unos dicen, una versión ficcionalizada de ellos) se han hecho famosos en las décadas pasadas a través del escritor Carlos Castañeda.

Entre los pueblos nahuas de la época de la conquista, la palabra tolteca significaba alguien sabio que dominaba las artes y artesanías. Y la palabra toltequidad equivalía a lo que llamaríamos, alta cultura.

En 1941, un grupo de antropólogos mexicanos designo a la ciudad de Tula, en el estado de Hidalgo, como Tollan, la mítica capital de los Toltecas, pero algunos arqueólogos, como Laurette Sejourne criticaron la decisión, señalando que después de varias etapas de excavación no se había revelado una ciudad suficiente para justificar la leyenda de los toltecas, señalando que el origen de Tollan y de la leyenda debería ubicarse en Teotihuacan, siendo el pueblo de Tula uno de los refugios de los sobrevivientes de Teotihuacan y por ello se ostentaban como Toltecas.

Ahora el historiador mexicano Enrique Florescano, del Instituto Mexicano de Historia vuelve a retomar esta interpretación, basándose en la mención de textos mayas anteriores a Tula, que se refieren a Teotihuacan como Tollan.



LAS ARMAS DEL GUERRERO.

Los antiguos mexicanos tenían la costumbre de arropar sus conocimientos y sabiduría a través de la poesía y la parábola. La metáfora poética fue el lenguaje fundamental para expresar complejos conceptos filosóficos sobre lo impronunciable, lo inconmensurable, lo sagrado y lo divino.
Las armas del Guerrero fueron simbólicamente "flor y canto", entendiendo por "flor" el amplio concepto de la belleza. Y el "canto", entendido como la sabiduría humana. De este modo los filósofos, además de ser pensadores tenían que ser poetas. Para entender el pensamiento filosófico de los toltecas, debemos compenetrarnos con las formas poéticas y metafóricas de la expresión de su conocimiento.

" Brotan cual esmeraldas,
tus flores,
oh dador de la vida.
Tus cantos reúno
Como esmeraldas los ensarto:
Hago con ellos un collar:
El oro de las cuentas está duro:
Adórnate con ellos.
¡ Es en la tierra tu riqueza única!
(Colecc. de Huexotzingo.)

La belleza es consustancial a la sabiduría. La sabiduría humana busca fundamentalmente la trascendencia espiritual y la belleza, es el modo de expresión del espíritu. Es por ello que el arte, es el lenguaje por excelencia del espíritu. El punto que une lo divino con lo terreno, el cielo con la tierra, lo abstracto con lo concreto, el espíritu con la materia.

La belleza es el jardín donde brotan las hermosas flores del espíritu, y estas flores nacen entre bellos cantos que salen de los más profundo de un corazón sensible, sosegado y luminoso. Este es el misterio de "flor y canto" y éstas son las armas del Guerrero.
El potencial del Guerrero radica en tres grandes pilares. La sensibilidad, la responsabilidad y la disciplina.
La sensibilidad es el potencial común a todos los seres vivos, desde el mismo planeta Tierra, pasando por el ser humano, hasta una insignificante bacteria. Todos los seres vivos poseemos sensibilidad y aunque es intrínseca a todo ser vivo, lo que hace la diferencia es la "conciencia de ser" que posea el ser vivo, de ahí que unos y otros tendrán mayor o menor "sensibilidad". De esta manera diremos que todos los seres humanos tenemos el mismo potencial de sensibilidad, la diferencia es que unos lo desarrollan más que otros a partir de su conciencia.
La responsabilidad existencial viene de lo más profundo del ser humano. En efecto, todos poseemos una "doble conciencia". Una que es "nueva" y que opera en el mundo de "afuera", en lo cotidiano. La otra que es "muy vieja" y opera desde lo más profundo de nuestro ser. La primera es "nerviosa, insegura, ignorante y violenta". La segunda es "tranquila, segura, muy sabia y serena".
La primera es la que actúa en el mundo de todos los días es, "esa persona que vemos en el espejo". La segunda es, "ese ser interior infinito y trascendente" que generalmente es ajeno a nosotros mismos y está alejado de los asuntos cotidianos de nuestra vida, pero que a final de cuentas, es lo más importante.

El aliado del Guerrero es aquella ancestral conciencia que vive temporalmente en lo más profundo de nosotros y que es el ser trascendente en camino a la Luz del infinito. Uno de los desafíos más difíciles del Guerrero es entablar un "dialogo" con "ese otro yo antiguo" que habita en lo más profundo de nosotros mismos, cultivar una amistad para que él, sea el consejero para la toma de decisiones más importantes de la vida. Cada individuo esta compuesto de estas dos partes, ninguna es más importante que la otra, las dos se complementan.
La diferencia de un Guerrero y un "ser común" es que el Guerrero llega a la totalidad de si mismo a través de unir en equilibrio "sus dos partes". Las dos partes de uno se necesitan para crecer, pues ese ser interior "lo sabe todo", el problema es que no lo consultamos y muchas veces lo evadimos. Con la sabiduría de nuestro "aliado" sabremos siempre lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer. No puede vivir el ser cotidiano, sin la sabiduría del ser trascendente y éste, no puede existir sin el ser cotidiano. Un par de opuestos complementarios.
La disciplina es el tercer elemento que permite construir el arsenal del Guerrero. Pero no nos referimos a disciplina militar, no es obedecer a un tercero ciegamente, sin pensar ni decidir personalmente. Por el contrario, la disciplina para un Guerrero, es un acto intimo y privado, fruto de una comprometida decisión ante la vida. La responsabilidad es un logro personal, porque una persona que sabe lo que tiene que hacer, necesita la "fuerza de voluntad" para hacer lo que debe hacer y no hacer, lo que no debe hacer. Ser una persona disciplinada y no serlo, es tan sólo una actitud ante la vida. Existen personas que les gusta tener encima a otra, que con un látigo se haga responsable de su vida. Existen otro tipo de personas que no toleran que alguien siempre les este diciendo, que hacer y que no hacer, de ese tipo de personas están hechos los Guerreros.
La disciplina interior, nace producto de una actitud ante la vida, de la toma de una decisión; pero requiere que se cultive, se fortalezca y acrecenté. La disciplina es una intención premeditada, conciente y continua, que poco a poco va generando una poderosa fuerza interna a la que llamamos "voluntad". El Guerrero va desarrollando, poco a poco, un "intento inflexible" por transformarse así mismo y poco a poco, empieza a notar cambios sensibles en su interior y en el mundo que le rodea. Sin esa fuerza los seres humanos somos partículas de polvo en el vendaval de la vida enajenada.
Uno de los grandes logros de nuestra ancestral cultura es la humildad. En efecto, la humildad deviene de la sabiduría. Cuando una persona es sabia, en consecuencia es humilde, e inversamente, en cuanto más ignorante es un apersona, más prepotente y arrogante es. Para que una persona sea humilde, se requiere mucho trabajo y poder interior. Implica el conocimiento y el control interno.

El Guerrero es invulnerable porque no tiene nada que defender. La arrogancia, la presunción, la prepotencia, la importancia personal, requieren de una "defensa" de lo que creemos, suponemos o deseamos imponer a los otros sobre nuestra persona. La humildad purifica no sólo el alma, sino el entorno en el que se mueve el individuo. El Guerrero no tiene que aparentar, defender, o fortalecer nada sobre su persona. El Guerrero trata de pasar inadvertido en medio de una multitud, pues su humildad no es fingida. Él sabe qué es lo que en verdad busca en la vida y por lo que tiene perfectamente claro, que es lo que no quiere y además sabe que la muerte lo puede encontrar en cualquier esquina, en cualquier momento, sin anuncio previo llega el golpe seco y demoledor de la guadaña.
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Otra de las armas del Guerrero es encontrar su "centro dinámico". En el universo todo es movimiento, no existe nada estático. La diferencia es el nivel de vibración. Una montaña, una ballena, un ratón o una bacteria, cada uno de ellos vibran armoniosamente con "el inconmensurable", la diferencia es la frecuencia.
En ese sentido, la vida de los seres humanos, se puede ejemplificar muy bien a través del movimiento de una rueda.
Cuando la persona se encuentra alejada "de su centro", cuando vive "descentrada", el movimiento en torno al centro será muy grande y más lento que en el centro. Cuando un Guerrero encuentra su centro dinámico a partir del trabajo interior en la vida cotidiana, su movimiento será mucho más rápido y al mismo tiempo parecerá que no se mueve. Esa velocidad en el "reposo" le permite al Guerrero proyectar una imagen de tranquilidad, serenidad y aplomo, a pesar de que su ser este muy revolucionado interiormente.

De esta manera, el Guerrero, no vive en estallidos de euforia, depresión o enojo. El estilo del Guerrero es la fluidez, la humildad y la amabilidad. El Guerrero no trata "de ser alguien", por el contrario, el Guerrero se diluye a través de entender el verdadero significado de la vida, porque sabe que el mundo material es sólo la apariencia inmediata, lo trascendente esta en el mundo del espíritu y lucha fieramente por ese conocimiento, "como un tigre, como una águila".
El conocimiento del espíritu no se expresa con palabras. El conocimiento del espíritu es una actitud ante la vida, un estado de ánimo, una intención sostenida e inflexible. Una forma de vivir, de enfrentar el mundo y la vida, una forma de morir.
El Guerrero se ha comprometido a "florecer su corazón" en su "Batalla Florida" y se entrega de lleno a la vida espiritual interior en medido de la vorágine cotidiana. No huye de la vida exterior ni sucumbe a ella, sólo la usa.

Pasa inadvertido, escoge sus batallas, acecha y actúa. No busca que lo reconozcan, lo admiren o lo comprendan. El Guerrero ha creado su mundo interior en busca de la Luz del espíritu y no desea nada del mundo aparente, toma lo mínimo que necesita y se desvanece hasta perderse en la nada.
Es por ello que otra de las características del Guerrero es su silencio. Los seres humanos comunes se la pasan hablando todo el tiempo y no dicen nada. Hablar es un acto compulsivo para no sentir su vacío. Es por ello que actúan sus pensamientos convertidos en palabras. Hablan palabras ajenas, envenenadas, huecas. El Guerrero en cambio mantiene un silencio interno, que le permite entrar en contacto con el universo que le rodea y con el "Ser Interior", que ha convertido en su aliado. El Guerrero no es un parlanchín y mucho menos una persona presumida.

Aquel que se diga Guerrero o presuma de serlo, con ello demostrara dos cosas. Que no lo es y que además, es mentiroso.

Una de las armas más eficaces del Guerrero, es el saber que le es muy difícil cambiar y salir victorioso en su Batalla Florida. Lo que hace verdaderamente a una persona ser un Guerrero, no es su perfección. Por el contrario, lo que lo hace ser un Guerrero, son precisamente sus imperfecciones, la conciencia de ellas y la lucha permanente para borrar de su personalidad estas aristas cortantes, que generan el dolor y el desgaste energético. A los seres humanos nos es muy difícil cambiar y cuando lo hacemos, generalmente es producto de un gran dolor, que al conmocionar permite el cambio. El Guerrero sabe que le es muy difícil cambiar y sí fracasa en el intento, no se desmorona y abandona la intención, por el contrario, la paciencia es uno de los requisitos para ser Guerrero, pues sólo con una infinita paciencia y humildad, se puede mantener una lucha de toda la vida, sin miedo a fracasar y reintentarlo cuantas veces sea necesario.
Finalmente, el arma más poderosa del Guerrero es el desapego. En efecto, lo que hace vulnerable y débil a los seres humanos es el apego a las personas, los sentimientos, los deseos, las ideas y los objetos. El instinto de posesión, que en alguna medida es necesario, los mercaderes lo han desarrollado en forma desproporcionada en las masas embrutecidas. Las personas pretenden llenar su vacío existencial comprando o poseyendo. Pero cuando el Guerrero a través de su conciencia, se puede desprender de todo cuanto le rodea, se convierte en un ser invulnerable, en una persona poderosa. Su poder radica precisamente en que no quiere ni desea nada. Puede prescindir de todo, si es necesario, y no abusa, ni se excede. El Guerrero no se atasca en las voluptuosas redes del "tener" o el placer. El Guerrero no tiene nada y sin embargo, nada le hace falta. Toma y usa lo que requiere y nunca maltrata, perjudica o deforma el mundo que le rodea.

Sin embargo, la pérdida al terror de la muerte es su mejor logro en esta vida. No se puede tener consciencia de la vida sin tener consciencia de la muerte. Para apreciar la vida, debemos tener consciencia de la muerte. La muerte material significa el inicio de la vida eterna espiritual. Todos los seres vivos tendremos que morir.
Tener que vivir sin haber vivido una vida verdadera, propia y fuerte, es verdaderamente aterrador y doloroso.
El Guerrero sabe que esta luchando permanente y cotidianamente por vencer a la inercia de la materia y a las "entidades de la noche", que pretenden acabar en el ser humano la luz del espíritu. Él sabe que en cualquier momento se pude ir y que la guadaña de la muerte no avisa, de modo que siempre esta dispuesto para enfrentar ese grandioso momento. Pero él sabe que una vida que se ha dedicado a la "Batalla Florida", es una vida que cuenta, que aporta y que trasciende. Él sabe que jamás llegará a tocar la Luz del espíritu, pero no puede vivir sin luchar afanosamente todos los días por lograrlo, pues entiende que no existe mejor tarea en el mundo, que esa precisamente. Esta lucha le da significado a su vida.

Quetzalcóatl es el símbolo de la serpiente que representa a la materia y al espíritu. La serpiente emplumada. La primera que se arrastra en el polvo del mundo terrenal y la segunda que logra desplegar sus alas, producto de su bello plumaje de quetzal, para buscar el origen celestial y divino de su existencia. El Guerrero vive el drama cósmico de la "serpiente emplumada" en carne propia y encuentra la trascendencia existencial en la "Batalla Florida". El resultado lo tiene sin cuidado. Ser Guerrero de la Muerte Florecida, es ir en la vida sin miedo y sin ambición, con un rumbo en el horizonte y con los ojos puestos en el alto cielo. Es difícil encontrar una mejor forma de vivir.

domingo, 23 de mayo de 2010

LA MOMIFICACION EN EGIPTO.


Al igual que muchas otras prácticas, la momificación empezó como resultado de la interacción del hombre con su entorno natural. Era una tentativa por conservar un elemento del mismo con medios artificiales, cuando su propia acción empezaba por amenazarlo. Durante la casi totalidad del Período predinástico los enterrantientos fueron muy sencillos.

Los cuerpos eran colocados en tumbas someras, excavadas al borde del desierto, cubriéndolas con arena. En esa atmósfera seca el contacto con la arena caliente producía una deshidratación (o desecación) muy rápida, a menudo antes de que los tejidos se descompusieran, de modo que los cuerpos a veces se conservaban por medios enteramente naturales. El hecho no escapó a la atención de la gente, puesto que de cuando en cuando y de manera ocasional se descubrían tales «momias», y se desarrolló la creencia de que la preservación del cuerpo era esencial para la existencia continuada del hombre después de la muerte.

Cuando al final del Periodo predinástico algunas de las sepulturas se convirtieron en tumbas más amplias y se introdujeron los ataúdes, cambiaron las condiciones naturales y muy en concreto el contacto con la arena. Y así se hizo necesario buscar unos métodos para llevar a cabo con medios artificiales lo que la naturaleza realizaba por sí sola y sin ayuda de nadie; ése fue el comienzo de la momificación como costumbre funeraria. Su historia es una lucha permanente entre dos formas de abordar el problema. La primera perseguía una genuina preservación del cuerpo, mientras que la otra, más formalista, se concentraba en el envoltorio y empaquetamiento de la momia.

El cenit del arte de momificar se alcanzó a fines del Imperio Nuevo y en la época que siguió inmediatamente después. A partir de entonces la decadencia fue rápida, como si se hubiera impuesto el reconocimiento de que la empresa era imposible, prevaleciendo entonces el aspecto puramente formalista.

La momificación está basada en la leyenda de Osiris:

Seth descuartiza su cuerpo para impedir su resurrección (este hecho implica un conocimiento cultural anterior) y es Isis quien reúne los trozos y recompone el cuerpo, lo venda y le devuelve el hálito de vida en la que se considera como primera Ceremonia de Apertura de la Boca.

Las partes en que se compone el ser individual son Jat, Ib, Ka, Ba, Ju, Sejem, Sah, Ren y Jaibit.
- El Jat es el cuerpo.
- En el momento de la muerte es el espíritu, Ba, el que vuela hacia los Dioses.
- El Ka es la forma intermedia relacionada por algunos con la sombra (Jaibit).
- El Ib es el corazón, sede de la mente, sentimientos, de la vida física en sí.

- El cuerpo con el corazón, deben permanecer incorruptos para que la individualidad de la persona no desaparezca.

- Ju es la inteligencia.
- Sah es el cuerpo espiritual.
- Ren es el nombre, sin el cual nada puede existir.
- Sejem es el poder que mantiene unidos todos los elementos que forman el conjunto.

Así la tumba pasa a ser el hogar del Ka, el cuerpo es su morada. Las estatuas del difunto están presentes por si el cuerpo desaparece. Las pinturas sirven para recordar los buenos momentos de la vida. Este es el motivo principal del arte funerario egipcio. Ante todo, no olvidemos que mucho antes del descubrimiento de los métodos de momificación, el clima y la arena de Khem se encargaban de ello.

Existen multitud de cadáveres del cuarto milenio momificados de forma natural, sin tratamiento alguno. Fueron enterrados en posición fetal, envueltos en esteras o pieles de cabra.

Por otro lado, en Deir el Bahri, en la necrópolis de Tebas, se descubrió una fosa común con casi un centenar de soldados muertos en combate; seguramente pertenecían al ejército de Mentuhotep (XI Dinastía). Murieron bajo una lluvia de flechas; algunos aparecían aún atravesados por los dardos que hicieron famosas a las formaciones de arqueros egipcios. Tal vez sus órdenes eran sofocar la rebelión de algún noble que no cumplía con su deber para con el Rey. Ninguno de estos cadáveres presenta incisiones que demuestren el vaciado de los órganos fácilmente corruptibles; sin embargo, estos cuerpos están perfectamente conservados.

PROCESO DE MOMIFICACION

El proceso de momificación egipcia seguía los pasos siguientes:

1 - Extraían el cerebro por la nariz del cuerpo inanimado utilizando un gancho de metal.

2 - Con un cuchillo ritual abrían el costado izquierdo del cuerpo y extraían el hígado, pulmones, intestinos y estómago que son los más rápidos para descomponerse.

3 - Dichos órganos eran embalsamados por separado y se guardaban en sendos recipientes que representaban diferentes imágenes de dioses de la fertilidad.

4 - Para secar la piel seguían un proceso que demandaba cuarenta días.

5 - Lavaban el cuerpo y lo frotaban con un aceite especial impidiendo de ese modo que la piel perdiera su textura, y luego rellenaban el cuerpo con aserrín, lino y arena. Hecho esto cerraban la abertura realizada en el punto 2 mediante la aplicación de una placa que representaba el ojo de uno de sus dioses.

6 - Envolvían el cuerpo así preparado con 147 metros de vendas de lino previamente untadas con un material especial destinado a pegar y endurecer la tela.

7 - La ceremonia estaba presidida por la imagen del Dios Anubis, y sobre la momia colocaban una máscara con la imagen de la cara del cuerpo momificado.

8 - Finalmente utilizaban lo que llamaban Azuela de Upuaut con la cual le abrían la boca del alma a los efectos de que pudiera digerir el alimento específico y necesario para el desconocido viaje de retorno a su Alta Fuente de Origen.

Se puede afirmar sin sombra de duda alguna que todo este procedimiento, según investigaciones técnicas realizadas por Stella Bin, está referido al hecho religioso en el hombre, se comparta o no la forma de expresarlo.

Sin embargo es posible aprehender el significado de orden religioso que ese procedimiento tiene.

Quizás.

1 - Extraían el cerebro por la nariz del cuerpo inanimado utilizando un gancho de metal.

¿Por qué razón se extraía el cerebro para facilitar ese viaje de retorno que indica la ceremonia de abrir la boca del alma con la azuela de Upuaut?

La respuesta está en los trabajos científicos actuales de la neurología.

¿Cómo y dónde se guarda el pasado en el sistema nervioso del cuerpo animal en el Hombre? ¿Cómo funciona? ¿Y qué es lo que se guarda, si es que se guarda algo?

Estas son preguntas sostenidas de siglo en siglo y que han sido respondidas en parte por la Ciencia Clásica.

Todos estos fenómenos de la memoria animal dependen químicamente de la síntesis de proteínas, y los científicos notaron que cuatro horas después de entrenar un animal para que responda de cierto modo ante un estímulo exterior determinado, si se le introducen inhibidores de la síntesis de proteína, el animal olvida, es decir pierde la memoria adquirida durante el entrenamiento.

Con lo cual los científicos están afirmando que existe un proceso que llaman de "consolidación de la memoria". Así es que para lograr una memoria de largo plazo necesita de este proceso de síntesis de proteínas, que es considerado un proceso universal.

La síntesis de proteínas está asociada al código genético, a los aminoácidos, al funcionamiento del hígado y al plasma de la sangre, mientras que el suministro de antibióticos, salvo muy pocas excepciones, inhibe la síntesis de proteínas.

2 - Con un cuchillo ritual abrían el costado izquierdo del cuerpo y extraían el hígado, pulmones, intestinos y estómago que son los más rápidos para descomponerse.

En este punto siguen haciendo su aporte las investigaciones científicas actuales. La función esencial del hígado es la síntesis de proteínas.

Tanto para los animales como para el cerebro humano, estas investigaciones de la ciencia clásica conducen a afirmar que cuando el cerebro humano recuerda ocurre que al mismo tiempo incorpora una nueva información a la memoria adquirida. Es una actualización. Y agregan algo fundamental porque esas investigaciones indican claramente que para adquirir "nuevas" informaciones hay que tener presente la "vieja", porque de ese modo la memoria "vieja" que se reactualiza lo hace para proveer la base para la "nueva" información. Y se ha centrado la atención en el hecho de la inmediata reactualización de la memoria que provoca encontrarse en el mismo contexto.

En otras palabras es una jaula en que todo va de lo conocido a lo conocido.

Lo cierto es que en ese cerebro animal se procesan las emociones humanas. Allí en ese funcionamiento cerebral está todo el problema humano, y si el sentir humano no ocupa otro lugar en el hombre entonces el problema humano carece absolutamente de solución.

En el cerebro no hay nada que sea propio, interior. Todo es memoria adquirida desde el exterior. O en otras palabras el hombre cerebral está enajenado.

Por otro lado la mención china del "hígado" tiene relación con algunas menciones específicas dentro de la transmisión cristiana, porque "hígado" viene del latín "ficus" que significa higuera.

Adán y Eva cosen hojas de higuera y se hacen unos ceñidores (Génesis- III, 7)

Esta palabra"ceñidores" está colocada de modo tal que implica que la obligatoria búsqueda que llena la existencia toda está dirigida a lograr la propia satisfacción en Adán y Eva, como consecuencia de la caída.

En los Evangelios, a su vez, Cristo pretende comer el fruto de una higuera y no encuentra más que hojas porque no era la estación de los higos (Marcos XI-2,20).

Luego según Lucas XXI-29, se utiliza otra vez a la higuera diciendo que cuando brote sabrán que el verano está cerca, y del mismo modo cuando vean ciertos acontecimientos que no pueden saberse de antemano entonces podrán caer en la cuenta que el Reino de Dios está cerca.

En el mito hebreo de Tobías ( Cap. XIX) éste le devolverá la luz a los ojos de su padre mediante la bilis y el hígado del gran pez de las profundidades, refiriéndose a profundas perturbaciones interiores y no memorias consolidadas por el contexto exterior.

Visto así, ¿qué es el cerebro del cuerpo que se está momificando?. Representa la existencia de una síntesis de proteínas apoderada del Sentir Humano que se encuentra caído en un profundo sueño en una cuna de síntesis de proteínas y una almohada de memorias consolidadas.

Para sostener ese proceso de síntesis de proteínas y memorias consolidadas ese cerebro del cuerpo momificado ha requerido durante toda la existencia de dos alimentos: uno que es sólido y líquido que es digerido mediante los intestinos y el estómago, y otro que es invisible, gaseoso, que llamamos aire y se digiere a través de los pulmones.

La momificación egipcia está diciendo, por un lado, que el cerebro que se ha apropiado del Sentir Humano es una pesada carga de posesiones emocionales que impide el viaje del Alma (el Sentir Humano) a su Alta Fuente de origen y, por el otro, que el alimento que requiere el Alma para ese viaje es de otra cualidad.

Con la extracción del cerebro simbolizan el despertar del Alma, que no es otra cosa que abrir la jaula de las memorias consolidadas por la síntesis de proteínas de modo tal que el Significado de Sí pase, en su retorno, por las diferentes moradas de los ángeles en el reino de los cielos.

3 - Dichos órganos eran embalsamados por separado y se guardaban en sendos recipientes que representaban diferentes dioses de la fertilidad.

Esto era así porque la función esencial del hígado como productor de síntesis de proteínas es mantener la continuidad de las memorias consolidadas porque sin ellas no hay existencia, y esa continuidad significa un funcionamiento mecánico de reproducción, que en el hombre adquiere la forma de una reproducción de memorias emocionales, como por ejemplo de "placer" que al repetirse deja la ilusoria sensación de obtener dicho placer "por primera vez". Y lo mismo ocurre con el dolor, y cualquier otro concepto emocional.

4 - Para secar la piel seguían un proceso que demandaba cuarenta días.

Origen de la conocida cuarentena religiosa.

5 - Lavaban el cuerpo y lo frotaban con un aceite especial impidiendo de ese modo que la piel perdiera su textura, y luego rellenaban el cuerpo con aserrín, lino y arena. Hecho esto cerraban la abertura realizada en el punto 2 mediante la aplicación de una placa que representaba el ojo de uno de sus dioses.

El cuerpo era rellenado tres elementos:

1 - Arena, que consta generalmente de cuarzo (sílice) y es el producto de la desintegración química de las rocas bajo meteorización química, orgánica y física o bien por abrasión. Este origen de la arena está simbolizando la desintegración del nivel de piedra de las memorias consolidadas o cristalizadas en el cerebro extraído. Tal el sentido de estas palabras de Jesús en los Evangelios: "el que tenga oídos para oír que oiga", dejando en claro que en el hombre existe un oído de piedra (memorias consolidadas), y un oído viviente (del Alma liberada).

2 - Lino, cuyas fibras sirvieron para elaborar tejidos desde hace unos 10.000 años de antigüedad y que en el antiguo Egipto sirvieron para confeccionar sudarios o lienzos para envolver cadáveres que eran de color blanco en el proceso de momificación tal como la vestimenta que utilizaban los grandes iniciados correspondientes a las escuelas ocultas que custodiaban el verdadero conocimiento religioso, como por ejemplo los Esenios.

3 - Aserrín, es decir un mantillo que se extiende en el suelo para proteger las raíces de las plantas relacionándolo con el Arbol de la Vida del Sepher Yezirah, porque generalmente es imposible que crezcan malas hierbas en un suelo cubierto con este mantillo. Es una manera de proteger el gramo de veracidad interior existente en el Alma que habrá de liberarse para iniciar el viaje de retorno.

Y la placa con el ojo de uno de los dioses está indicando (como en el caso del oído) que en el hombre existe, por un lado, un par de ojos de piedra para ver códigos genéticos y de memorias consolidadas adquiridas proyectados como formas virtuales u holográficas, y por el otro lado, un ojo viviente en el Alma liberada.

6 - Envolvían el cuerpo así preparado con 147 metros de vendas de lino previamente untadas con un material especial destinado a pegar y endurecer la tela.

La cantidad de metros de vendas de lino era exactamente la altura de 147 mts. de la pirámide de Keops indicando que se trataba de un viaje ascendente hacia el mundo estelar, según la simbología cosmológica que, en la enseñanza realizada en Heliópolis, indicaba la Alta Fuente de Origen del Alma. ( "Las pirámides y el origen del Hombre - Sabiduría Revelada", de Abelardo Falletti, edición argentina, año 1996, ISBN Nro. 950-43-7297 )

7 - La ceremonia estaba presidida por la imagen del Dios Anubis, y sobre la momia colocaban una máscara con la imagen de la cara del cuerpo momificado.

El Dios Anubis tenía una balanza a través de la cual determinaba si el alma dormida en el cuerpo momificado estaba en condiciones de despertar e iniciar el viaje de retorno a su Alta Fuente de Origen. En uno de los platillos de la balanza colocaba una pluma, y en el otro el corazón invisible despegado de la imagen de sí mismo de dicho cuerpo y si la pluma pesaba más que ese corazón entonces era apto para el Reino de los Cielos.

8 - Finalmente utilizaban lo que llamaban Azuela de Upuaut con la cual le abrían la boca del alma a los efectos de que pudiera digerir el alimento específico y necesario para el desconocido viaje de retorno a su Alta Fuente de Origen.

La Azuela de Upuaut no era un instrumento terrestre, sino que, según el significado del ritual, estaba constituida por hierro meteorítico de origen estelar. Este instrumento era utilizado para abrir la boca del alma para que pueda alimentarse durante el viaje de retorno, lo que está diciendo de un modo directo que el alma dormida en el cerebro del cuerpo animal del hombre ha perdido su esencia y por tanto dicho hombre carece de alma.

UTENSILIOS UTILIZADOS EN EL PROCESO DE MOMIFICACION

Extraían el cerebro por la nariz del cuerpo inanimado utilizando un gancho de metal.

Con un cuchillo ritual abrían el costado izquierdo del cuerpo y extraían el hígado, pulmones, intestinos y estómago que son los más rápidos para descomponerse.

Dichos órganos eran embalsamados por separado y se guardaban en sendos recipientes que representaban diferentes dioses de la fertilidad.

Para secar la piel seguían un proceso que demandaba cuarenta días.

Lavaban el cuerpo y lo frotaban con un aceite especial impidiendo de ese modo que la piel perdiera su textura.

Rellenaban el cuerpo con aserrín, lino y arena. Hecho esto cerraban la abertura realizada en el punto 2 mediante la aplicación de una placa que representaba el ojo de uno de sus dioses.

Envolvían el cuerpo así preparado con 147 metros de vendas de lino previamente untadas con un material especial destinado a pegar y endurecer la tela.


La ceremonia estaba presidida por la imagen del Dios Anubis, y sobre la momia colocaban una máscara con la imagen de la cara del cuerpo momificado

Gracias a Moises G


Las técnicas de momificación y sus rituales.
 
La mayor fuente de información que ha llegado hasta nuestras manos se trata, sin duda, de la recogida por el pseudo historiador griego Heródoto y la complementación realizada por Diodoro de Alejandría que nos describe también el proceso añadiendo algunos datos.

Heródoto narra el proceso de la siguiente manera:

“Por lo que respeta al duelo y la sepultura, es costumbre que al morir algún sujeto de importancia, las mujeres de la familia se empasten de barro la cara y la cabeza. Así desfiguradas y desceñidas, y con los pechos descubiertos, dejando en casa al difunto, van girando por la ciudad con grandes lloros y golpes en el pecho, acompañadas en comitiva por toda la parentela. Los hombres de la misma familia, quitándose el cíngulo, forman también su coro plañendo y llorando al difunto. Concluidos los clamores, llevan el cadáver al taller del embalsamador.

Allí tienen oficiales especialmente destinados a ejercer el arte de embalsamar, los cuales, al llevarles en cadáver, presentan a los conductores unas figurillas de madera, modelos de su arte, las cuales, con sus colores, muestran al vivo un cadáver embalsamado. La más meticulosa, dicen ellos mismos, es la del sujeto el nombre del cual no me atrevo ni considero lícito publicar[1].

Enseñan después otra figura inferior en mérito y menos costosa, y por fin una tercera más barata y ordinaria, preguntando de qué manera, y según qué método, desean que se trate el muerto; y después de entrar en tratos y cerrado el contrato, se retiran los conductores. Entonces, quedando a solas los artesanos en su oficina, ejecutan de la siguiente manera el tratamiento de primera clase. Empiezan introduciendo por la nariz del muerto unos hierros encorvados, y después de extraerle el cerebro, introducen sus drogas e ingredientes[2].

Abren después la zona abdominal con una piedra de Etiopía aguda y cortante, sacan por allí los intestinos, purgando el vientre, lo lavan con vino de palma y después con aromas molidos, llenándolo después de finísima mirra, de casia, y de variedad de aromas, de los cuales exceptúan el incienso, y cosen por último la abertura[3].

Después de estos preparativos adoban secretamente el cadáver con natrón durante setenta días, único plazo que se concede para mantenerlo oculto, después se faja, bien lavado, con ciertas vendas cortadas de una pieza de finísimo lino, untándolo al mismo tiempo con aquella goma de la que se sirven comúnmente los egipcios en vez de cola.

Vuelven entonces los parientes del muerto, toman la momia, y la encierran en un nicho o caja de madera, la parte externa de la cual tiene la apariencia de un ser humano, y así guardada la depositan dentro de una habitación, colocándola de pie y acercándola a la pared. Este es el método más exquisito para embalsamar los muertos.

Otra es la forma con la que preparaban el cadáver los que, contentos con la medianía, no les gustaba tanto lujo y meticulosidad en este punto. Sin abrirle el vientre ni extraerle el intestino, mediante unos clísteres[4] llenos de aceite de cedro, se lo introducen por el orificio del ano, hasta llenar el vientre con este licor, teniendo cuidado de que no se derrame y vuelva a salir.

Lo dejan durante los días acostumbrados, y el último día extraen del vientre el aceite, la fuerza del cual es tan grande que arrastra a su paso las tripas, intestinos y entrañas, ya líquidas y deshechas. Consumida la carne por el producto sólo queda del cadáver la piel y los huesos; sin preocuparse de nada más se restituye la momia a los parientes.

En el tercer método de adobamiento, que suele ser utilizado por los que tienen menos recursos, se limpian las tripas del muerto a fuerza de lavativas de syrmaia[5], se adoba el cadáver durante los setenta días preestablecidos, devolviéndose después al que lo llevó para que lo regrese a su casa.

Por lo que respecta a las madres de los nobles y a las mujeres bellas, se toma la precaución de no entregarlas en seguida para embalsamarlas, sino que se difiere hasta el tercer o cuarto día después de su muerte. El motivo de esta dilación no es otro que impedir que los embalsamadores abusen criminalmente de la belleza de las difuntas, como sucedió, por lo que cuentan, con uno de estos inhumanos, al que se le llevó una de las recién muertas, según se supo por la declaración de un compañero.”

Diódoro nos describe así la momificación:

"Cada vez que muere alguien sus parientes se ungen la cabeza de barro, deambulan por la ciudad entre lamentos, hasta que el cuerpo recibe sepultura. No sólo eso, durante este tiempo no se bañan, no beben vino, no comen[6] y no se visten con ropa de colores vivos. Existen tres clases de entierros, el más caro, el mediano y el más humilde.

Si se opta por el primero, dicen que el precio es de un talento de plata, el segundo, veinte minas, y si se escoge el tercero dicen que el precio es muy bajo. Los hombres que se ocupan de los cuerpos son hábiles artesanos que reciben todos sus conocimientos profesionales de sus antepasados, ya que es una tradición familiar; estos exponen a los parientes del difunto una lista de precios de cada producto utilizado para el entierro i les preguntan de qué manera desean que se trate el cuerpo. Cuando llegan a un acuerdo para cada uno de los detalles, se quedan con el cadáver y lo confinan a unos hombres designados para tal servicio, especialistas en la materia.

El primero es el escriba, como se denomina a la persona que, una vez el cuerpo es depositado en el suelo, señala la longitud que ha de tener la incisión en el lado izquierdo; después otro, llamado el parascytes (cortador), practica la incisión, como la ley ordena, con una piedra etíope y en seguida, echa a correr, y todo los presentes lo persiguen y le lanzan piedras, le insultan, tratando de castigar la profanación que acaba de cometer, puesto que a sus ojos, todo aquel que se comporta violentamente o hiere a otro de la misma tribu merece el odio general. Por contra, los hombres llamados tariqueutas (embalsamadores) son tratados con la mayor consideración y reciben muchos honores, similares a los que reciben los sacerdotes, e, incluso, entran y salen de los templos sin problemas, como si estuviesen libres de toda sospecha.

Después de que el cuerpo haya sido abierto, uno de ellos introduce su mano a través de la abertura del cadáver y le extrae todo excepto los riñones[7] y el corazón[8], y otro limpia las vísceras una a una, lavándolas con vino de palma y especias. Generalmente aplican con cuidado al cadáver durante treinta días aceite de cedro y otras preparaciones, después mirra, canela y otras especias que tienen la facultad no solamente de preservar el cuerpo durante mucho tiempo sino también de conferirle un olor agradable. Después de tratar el cuerpo lo retornan a los parientes.”

Ninguno de los dos hace referencia a la destinación de las vísceras. Estas se introducían en los llamados vasos cánopes (en honor al dios Cánopo) y estaban protegidos por los cuatro hijos de Horus, que estaban esculpidos la mayoría de veces en sus tapas.

El estómago y el intestino grueso se guardaban en el vaso de cabeza antropomórfica correspondiente a Amset y sus inscripciones pedían la protección de la diosa Isis, además se relacionaba con el punto cardinal del sur; el intestino delgado en el vaso cinocéfalo[9], protegido por el dios Hapi invocaba a la diosa Neftis y se asociaba al norte; en el tercero, de tapa en forma de cabeza de chacal, se introducían el corazón y los pulmones y lo vigilaba Duamutef, lo protegía la diosa Neith y se identificaba con el este; el último vaso, con cabeza en forma de halcón, estaba custodiado por Qebehsenuf y contenía la vesícula biliar y el hígado, estaba protegido por Selkis y se asociaba al oeste.

En realidad este intento de asociar un órgano a un vaso no se cumplía siempre y encontramos una gran diversidad de combinaciones, según el autor al cual recurramos. Los vasos, a su vez, podían estar guardados dentro de un cofre que tenía la función de protegerlos e incluso en el interior de nichos construidos para tal efecto. El vendaje es otra de las cosas que quedan un poco en el aire. Al retirarse el cuerpo de su cobertura de natrón se lavaba y rodeaba de multitud de finísimas vendas impregnadas en goma arábiga.

El encargado de ejecutar esta tarea era el coacytes. Entre ellas se introducían una serie de amuletos destinados a proteger el difunto, hecho que provocó, a lo largo de muchos años, la violación de tumbas por los busca-tesoros, que destruían las momias en busca de los amuletos y las joyas que llevaban entre el vendaje. El proceso de aplicación de vendas finalizaba con un recubrimiento hecho con vendas de tela más gruesa.

Los oficiantes tenían carácter sacerdotal y recibían el nombre de sacerdotes-ut junto a ellos trabajaba un sacerdote lector, que era el encargado de recitar los pasajes del ritual, como se dice que hizo Isis por vez primera. Entre estos rituales destaca el de la apertura de la boca que consistía en devolver al ser el uso de la boca y otorgarle las facultades por las cuales la vida se manifiesta. En los funerales este rito se efectuaba primero en la sala de embalsamamiento y otra vez antes de sepultar al difunto. Lo dirigían el sacerdote sem, que representaba Horus. Este tocaba el rostro del difunto con una azuela y después con un cincel para devolverle el uso de la boca y los ojos, con lo que podía volver a hablar, ver y comer.

Todo esto se acompañaba de la quema de sustancias olorosas (sahumerios), purificaciones rituales, sacrificios y diversos actos que podían variar.

Las oraciones recitadas están recogidas en el Libro de los Muertos:

Sortilegio 21

Para retornar a un difunto los poderes de su boca.

¡Salve, oh Príncipe de la Luz, tu que iluminas la Mansión de las Tinieblas, mira! ¡Ante ti llego santificado y purificado! Pero, ¿qué veo? ¡Tus brazos dirigidos hacia atrás repelen todo lo que llega de tus Antepasados! ¡Concede a mi boca los poderes de la palabra, con el objetivo de que a la hora en la que reinen la Noche y la Niebla, pueda dirigir mi Corazón!

Sortilegio 22

Para retornar a un difunto los poderes de su boca.

He aquí que subo al Cielo del universo misterioso, semejante al Huevo Cósmico rodeado de sus rayos… ¡Qué el poder de mi boca me sea restituido, qué pueda pronunciar ante el Señor del Más Allá las Palabras de Potencia! ¡Qué la súplica de mis dos brazos extendidos con fervor no sea rechazada por las Jerarquías divinas, pues, en realidad, soy Osiris, Señor del Re-stau! Pueda, entonces, compartir la suerte de los que se encuentran en la cima de la Escala celeste. Venido aquí por voluntad de mi corazón; he atravesado el Lago del Fuego, y mi presencia ha apagado sus llamas.



Sortilegio 23

Apertura de la boca del difunto.

¡Ojalá pueda Ptah abrir mi boca! ¡Ojalá pueda el Dios de mi ciudad desatar las vendas que cubren mi rostro! ¡Ojalá Toth armado de las palabras de Potencia quite estas nefastas venditas, herencia de Seth! ¡Ojalá pueda Tum lanzarlas a la cara de los enemigos que quieran, con la ayuda de estas venditas, volverme impotente para siempre! ¡Ojalá Shu pueda abrir mi boca con el arma de hierro que abre la boca de los dioses! Porque yo soy la diosa Sekhmet que habita en la región de los Grandes Vientos del Cielo… Yo soy el Genio de la Constelación Sahú en medio de los Espíritus divinos de Heliópolis. ¡Ojalá todos los hechizos dirigidos en mi contra dejen indiferentes y seguros a los dioses y a los Espíritus que los oigan!.

Utilizaban amuletos que creían estaban dotados de poderes mágicos.

Encontramos una gran variedad, dependiendo de la época y el status social del individuo. Entre los más significativos destacan los siguientes:

· Dyed de oro: Símbolo egipcio representado por una columna vertebral con base y capitel. Representaba la estabilidad y la resurrección de Osiris como gobernante.

· Hebilla de cornalina[10]: Estaba asociada a la diosa Isis. Se colocaba en el cuello del difunto después de haber recitado las palabras adecuadas del Libro de los Muertos mientras permanecía sumergido en agua de flores.

· Halcón de oro

· Collar de oro: Se colocaba rodeando el cuello del difunto y tenía que ayudarlo a librarse del vendaje al resurgir.

· Udyat de esmeralda o lapislázuli: Ojo de Horus. Se colocaba en cualquier parte del finito e invocaba la protección del dios y la buena salud. Fue uno de los más populares a lo largo de la historia egipcia.

· Anj: Cruz con asas que simboliza la vida, lo bueno y la belleza.

· El escarabajo: Se colocaba en el lugar del corazón para evitar que este pudiera declarar en el Más Allá en contra del difunto. Podía tener escritos capítulos del Libro de los Muertos que habían de proteger al finito. Simboliza el ciclo solar y la resurrección así como al dios Khepra. Estaba asociado a la fuerza de la creación y al ciclo solar.

· El tet o nudo de Isis: Representa el arbusto tamarisco del mito osiríaco. Las fórmulas de su hechizo se tenían que recitar manteniéndolo sumergido en agua de flores. Tenía la propiedad de reconstruir el cuerpo en el Más Allá.

· Emblemas reales y divinos como el ureo o el tocado de Hathor.

· Estuches de metal que contenían papiros con fórmulas mágicas.

Instrumentos y materiales

Cásia: Tipo de especia aromática utilizada hoy en día especialmente en cocina. Se obtiene de la corteza de un árbol de la familia del laurel, Cinnamomun cassia. Es muy similar a la canela, pero más dulce y aromática. Puede usarse molida o enrollada y pelada.

Las especias se utilizaban como repelente de insectos y, en muchos casos, como bactericidas. Otro de los posibles motivos por los que, se cree, las usaban, es por el agradable olor que desprenden, que, en los cadáveres, se agradecería.

Lino: Nombre común de las plantas de la familia de las linacias que pertenece al género Linum. De las fibras se obtienen los hilos y tejidos de lino y, de la semilla, aceite. Es propio de las regiones temperadas y crece bajo una amplia gama de condiciones y humedades. Los mejores suelos para cultivarlo son las tierras francas limosas o las arcillosas moderadamente fértiles.

Lo utilizaban en la fabricación de las vendas que servirían para aislar el cuerpo del exterior.

Natró: Na2CO3 + NaHCO3 + NaSO4 encontramos diversas fórmulas según las fuentes consultadas, pues se trata de una mezcla de composición imprecisa), tipo de sal que, juntamente con otras se encuentra en las fuentes de agua que, al acumularse en lagos sin desguace y en los cuales se produce una gran evaporación, dan lugar a canteras. Los yacimientos más antiguos conocidos son los de los lagos del Bajo Egipto, concretamente en la cuenca del Wady Atrum (de donde cogió el nombre). El agua es muy alcalina en los 11 lagos que forman parte y contiene carbonato, cloruro y sulfato sódico. En abril, al bajar el nivel de las aguas, estos se depositan por precipitación dando lugar a capas de entre 40 y 50 cm. de espesor.

Era usado en la desecación del cuerpo del difunto debido a la variación de tonicidad que provoca en el medio circundante y los consiguientes fenómenos de ósmosis.

Piedra Etíope: Piedra de obsidiana en forma de cuchillo que se utilizaba para efectuar la incisión en el lateral izquierdo del abdomen del difunto. Era obligatorio que el corte fuera realizado con un instrumento de este material, ya que de este modo lo marcaba la ley. La obsidiana es una roca volcánica semitranslúcida y oscura compuesta por sicilio, oxigeno y calcio. Su color abarca una amplia gama: negro verde oscuro, verde claro, rojo, blanco y con vetas negras y rojas. Se modela fácilmente, por lo cual, desde la Antigüedad, se usó para construir armas y herramientas.

Resinas: Termino aplicado a una serie de sustancias orgánicas, líquidas y pegajosas, que normalmente se endurecen a temperatura ambiente. Son segregadas por numerosas plantas. Su color varía entre el amarillo y el amarillo pálido. Al ser quemadas desprenden agradables olores. A pesar de ser químicamente diferentes, todas contienen carbono, hidrógeno y oxigeno, son insolubles en agua pero sí lo son en alcohol y otros disolventes orgánicos. Se subdividen en tres tipos:

1. Resinas duras como el ámbar
2. Oleorresinas como la trementina
3. Gomorresinas como la mirra

Mirra: Gomorresina aromática que se extrae de un árbol procedente de Arabia. Es una mezcla de resina, goma y aceite esencial de mirrol, causante de su color característico. Desde la antigüedad ha sido muy preciada como ingrediente de perfumes e inciensos. En la actualidad han quedado demostradas sus propiedades antisépticas y se utiliza en dentífricos para prevenir la halitosis[11].

Las diferentes resinas se utilizaban por sus propiedades antibacterianas y aislantes, pues una vez fundidas formaban una gruesa capa protectora sobre la piel. A pesar que nos hayamos referido a las resinas como elementos bactericidas, no está de más remarcar que los egipcios en ningún momento llegaron a conocerlas por su microscópico tamaño, por lo que sus motivos para usarlas se limitaban a que observaron que las momias conservadas con ellas se permanecían en mejor estado, es decir, se “suprimía” un factor de la descomposición.

Instrumental quirúrgico:

Básicamente estaba formado por una serie de ganchos, para la extracción de cerebro, cuchillos y cucharas para ayudarse en la evisceración y una serie de recipientes para recoger la sangre que el cadáver desprendía.

El precio de estos materiales, juntamente con otros, se recogía en una lista[12] que entregaban a los familiares. A continuación tenemos un ejemplo:

Lista de precios del embalsamador

Articulo / Precio[13]
/ Dracmas[14] / Óbolo[15]
..........................
............................. 12 dr. 2 ób.
Vaso de fango 2 ób.
Pintura roja 4 dr. 19 ób.
Cera 12 dr.
Mirra 4 dr. 4 ób.
Canción 4 ób.
......
Grasa
Tela de lino
Máscara
Aceite de cedro
Medicinas para el lino
Aceite bueno
Salario de Turbón[16]
Mechas de lámparas
Túnica vieja
Vino dulce
Cebada
Levadura
Perro (chacal)
Máscara pequeña (?)
2 artabae de pan[17]
Cono de pino (?)
Plañideras
Carro tirado por burro
Barcia (?)

Notas
[1] Se refiere al dios de los muertos, Osiris.

[2] Para producir una licuefacción.

[3] Esta maniobra puede leerse más circunstanciada en Diódoro de Sicilia, donde el principal embalsamador señala el lugar de la incisión; el incisor abre el vientre del cadáver y hecha a correr entre las maldiciones y piedras que le lanzan los presentes, y el salador practica lo descrito por Heródoto.

[4] Preparación líquida inyectada en el recto como a remedio o alimento.

[5] Desinfectante vegetal. En griego significa rábano i se ha identificado con un tipo de rábano de color negro.

[6] No se ha de tomar esta afirmación en sentido literal, el autor probablemente se refería a que no cometían excesos con la comida.

[7] El motivo sería probablemente la disposición de estos, que dificultaba enormemente el trabajo con los mismos.

[8] En este caso lo hacían para permitir la “confesión negativa” por parte del corazón. El texto de Diódoro es inexacto, ya que esta costumbre tan solo se practicó durante los inicios de la práctica funeraria, permaneciendo el órgano en el interior del cadáver, para que declarara en el juicio, pero cuando el ritual se hizo más elaborado se optó por extraerlo para que no pudiera declarar en contra y era sustituido por amuletos (escarabeo).

[9] Que posee la cabeza en forma de perro.

[10] Ágata, variedad de calcedonia, de color rojizo.

[11] Mal aliento.

[12] Brier, B. (1996), Momias de Egipto, Edhasa, Barcelona.

[13] La dracma corresponde a la unidad y el óbolo a la subunidad.

[14] Entre los griegos antiguos, moneda de plata de peso una dracma (2,777 gramos).

[15] En la Antigüedad griega, peso, moneda de argente, equivalente a la sexta parte de la dracma.

[16] Este término no ha sido aclarado, pero según fuentes consultadas podría tratarse de la paga que se efectuaba a los sacerdotes encargados de quemar sustancias olorosas como incienso.

[17] Palabra sin traducción.

Gracias a Anna M

sábado, 24 de abril de 2010

Howard Carter: el enigma era él.


El descubridor de la tumba de Tutankamón tuvo una vida llena de sombras.....

En el cementerio de Putney Vale, en el extrarradio de Londres, yace enterrado un misterio tan grande como el de Tutankamón: el de su descubridor.

No sabemos quién fue en realidad Howard Carter, un hombre desconcertante, ambicioso y arribista, perseverante y sensible, con facetas inquietantemente oscuras y al que debemos sin embargo uno de los hallazgos más dorados y luminosos de la historia.

La tumba de Howard Carter -en la que ciertamente no hay oro, ni estatuas, ni carros- es pequeña y discreta, indigna de un arqueólogo de su categoría. Apenas una lápida negra y dos metros de tierra inglesa en la que ha germinado hierba y algunas humildes flores. Hallarla no es difícil: se encuentra cerca del paseo central del cementerio, en la parcela 12, al lado de la de Lucy, hija única de Isaac T. Nicholson, mayor del 23º regimiento de infantería nativa de Bombay. En el gótico y solitario camposanto, digno de Bram Stoker, surgen como espectros ardillas y mirlos.

Una intensa frase figura en la lápida de Carter: "Pueda tu espíritu vivir, durar millones de años, tú que amas Tebas, sentado con la cara al viento del norte, los ojos llenos de felicidad". Es la inscripción de la bella copa de alabastro de Tutankamón, verdadero grial egipcio, símbolo de vida eterna y que, por cierto, puede admirarse en la exposición de sus tesoros en Londres. Alguien ha dejado un pequeño busto de Tutankamón sobre la lápida de Carter. Hay otras pequeñas y misteriosas ofrendas en la tumba: dos escarabeos baratos, de esos de todo a cien de Luxor, un incoherente angelito. Y lo más conmovedor: un corazón de piedra, que remite, para el observador, a la dureza de carácter del arqueólogo.

Nacido en Kensington, hijo de un artista especializado en pintar animales que retrataba las mascotas de los ricos, Carter, el menor de 11 hermanos, heredó el talento natural de su padre para el dibujo, lo que le fue muy útil en su carrera arqueológica. Un campo en el que fue siempre visto por muchos de sus colegas como un amateur, pues no tenía estudios académicos (de hecho su educación fue muy superficial). Nunca supo expresar sus sentimientos íntimos, excepto en algunas de sus reflexiones sobre Tutankamón.

"Es asombroso lo poco que se conoce de su vida privada", escribe su biógrafo, T. G. H. James, al final de las 400 páginas de la espléndida Howard Carter. The path to Tutankhamun (Kegan, 1992). En eso no es distinto Carter del joven rey.

No se casó ni tuvo hijos. James recalca la dificultad de que tuviera auténticas amistades un hombre caracterizado por una "irascible timidez", complejo y "pomposo". Un arrebato de mal genio fue la causa de su caída en desgracia en 1905 tras un altercado con turistas franceses, con los que llegó a las manos en Saqqara, episodio que le costó el cese como inspector jefe de antigüedades y tener que malvivir varios años humillantes como guía, artista, dragomán y dealer de objetos faraónicos.

A lo largo de su vida, Carter fue siempre un solitario. No se le conoce ninguna relación sentimental. En su canónico Tutankamón, la historia jamás contada (Planeta, 2007), en el que revela que Carter mintió en su relato oficial del descubrimiento de la tumba, Thomas Hoving describe a Carter como "abnegado, enérgico, obsesionado con el método, conducido por la ambición (...) impetuoso, testarudo, insensible, poco diplomático, falso y mendaz a veces". Dice que Carter "socavó sus logros y se torturó a sí mismo y a los demás durante toda su vida".

Después de terminar su trabajo en la tumba de Tutankamón, en 1932, Carter dijo que pretendía hallar la de Alejandro Magno, y sugirió que sabía dónde estaba, pero que se guardaba el secreto para él. Murió a los 64 años, a causa de un hodgkins, un cáncer linfático. Tras su muerte, varios objetos de la tumba de Tutankamón en su poder, y que no figuraban en el inventario de la excavación, llegaron discretamente (para evitar el escándalo) al Museo Egipcio de El Cairo. Otro episodio oscuro de Carter es su papel como agente de Inteligencia durante la I Guerra Mundial. Se le achaca haber participado, émulo de Lawrence de Arabia, en la polémica voladura de la base del Instituto Arqueológico Alemán en Qurna.

Sólo un puñado de personas acudieron a su austero entierro en 1939, digno colofón de una vida de triste éxito. La leyenda ha querido que entre ellas se contaran tres mujeres veladas y llorosas, lo que ha dado pie a imaginarle secretos y románticos idilios (lo han hecho en sendas novelas Philipp Vandenberg y Christian Jacq). Parece que su supuesta amante francesa es puro bulo. En el entierro, sin embargo, estaba lady Evelyn Herbert Beauchamp, la hija de lord Carnarvon y compañera de peripecias egiptológicas de su padre y Carter. Es posible que la joven se enamorara del maduro arqueólogo. Pero parece que Carter nunca perdió de vista cuál era su lugar y lo imposible que hubiera sido una relación. Es probable que además no le interesara en absoluto. Nunca se conocerán las inclinaciones sexuales de Howard Carter, ni qué afectos calentaban su secreto corazón conquistado por Egipto. Pero en esta tarde en Putney Vale, cuando el ojo enrojecido del sol se pone justo detrás de la tumba del descubridor de Tutankamón, uno no puede sino musitar un agradecimiento por todas las maravillas que nos reveló. "Las sombras se mueven pero la oscuridad no se desvanece", escribió Howard Carter de Tutankamón. Podría haber dicho lo mismo de él.Fue un solitario. No se le conoce ninguna relación sentimental

Gracias a J.ANTÓN

Howard Carter (1873-1939)

En 1902, Theodor Davis, norteamericano, obtuvo un permiso del gobierno egipcio para realizar excavaciones en el Valle de los Reyes. Los 12 años que disfrutó de esta concesión fueron fructíferos, y descubrió sepulcros como los de Siptah, TutmosisIV y Horemheb, y halló la momia y féretro del gran rey hereje (o reformador religioso) Amenofis IV, esposo de Nefertiti.

En 1914, la concesión cambió de manos, yendo a las de los ingleses Howard Carter y su gran amigo Lord Carnarvon. Dedicaron los cinco años siguientes a una infructuosa búsqueda en el Valle.

Lord Carnarvon nos devuelve en cierto la modo la figura elegante de Vivant Denon. Se trataba de un gentleman muy británico, con aire deportivo, un poco dandy y gran viajero. El hombre de mundo sentía inclinación por las antigüedades y se había convertido en un coleccionista apasionado y buen conocedor. Además, poseía el tercer automóvil que rodó con matrícula por la Gran Bretaña y era un gran deportista. Cuando hereda una fortuna tiene 23 años y se va a dar la vuelta al mundo en un velero. Un accidente de coche le deja secuelas respiratorias y, por prescripción facultativa, decide aunar sus aficiones arqueológicas y la conveniencia de su salud yéndose a Egipto. Sin embargo, tenía deficiencias en su formación; para suplirlas, Maspéro le presenta a Howard Carter.

Carter comenzó su carrera como dibujante con Petrie, Maspéro y otros. Era ya un hombre prestigioso, y a su experiencia como excavador unía una innegable audacia que le daba un valor añadido. La colaboración entre estos dos hombres, a los que separaba una diferencia de edad considerable a favor (o en contra, según se mire) de Lord Carnarvon, fue excepcional y muy fructífera.

Por aquel entonces, los estudiosos estimaban que cuanto se podía descubrir en el Valle de los Reyes se había descubierto ya. Una misión tras otra, apresuradas y sin un plan fijo muchas de ellas, habían arrojado cascotes sobre lo descubierto en la expedición anterior. Aquello era como una inmensa área de derribos cuando los dos hombres se propusieron excavar con método. Decidieron limpiar meticulosamente un área triangular comprendida entre las tumbas de Ramsés VI, Merneptah y Ramsés II. Así lo hicieron, pero la tumba del primero de ellos recibía gran afluencia de visitantes, y, para no molestarlos, decidieron no continuar sus excavaciones en las inmediaciones de su entrada; por cierto que, junto a ella, habían encontrado unas chozas de obreros de pedernal correspondientes a la XX dinastía.

Pasan así tres años más sin fruto, y decidieron que no dedicarían más que el siguiente año al Valle. Pasaron, al fin, a despejar el último vértice del triángulo, donde estaban las chozas de pedernal. Lord Carnarvon se había ido a Gran Bretaña. Empiezan a excavar el 3/11/1922, y al día siguiente, bajo la primera choza, bajo una grada de piedra, descubren la tumba de Tutankamón.

Retiran una grada tras otra, y llegan a una puerta cerrada, tapada con argamasa y sellada. ¡Si está sellada, es que contiene un enterramiento, y que este no ha sido violado! En ese momento, como signo de respeto y consideración, Carter decide no continuar antes de avisar a Lord Carnarvon y esperar más de quince días su llegada. Al explorar la tumba, se encontraron con que había sido saqueada. Pero que el saqueo había sido apresurado, y que la mayor parte estaba intacta.

Hubo una respuesta de colaboración incondicional por parte de todos los hombres de ciencia de la comunidad internacional, que ofreció su ayuda con mucho entusiasmo y, cosa rara, desinteresadamente en algunos casos. Esto da indicio de la fascinación que produjo el descubrimiento, que ya por entonces producía el Antiguo Egipto, y que no ha cesado de agigantarse hasta nuestros días. Los científicos estudiaron desde las ofrendas florales hasta los materiales empleados para embalsamar al faraón. Por la osamenta, establecieron que había fallecido entre los 17 y los 19 años...

Es comprensible la sensación que aquello provocó: era el mayor, más rico e impresionante de los tesoros arqueológicos descubiertos jamás. Había tesoros por doquier: en la antecámara, en las cámaras laterales y en la cámara del tesoro, llena hasta arriba de estatuas, sarcófagos en miniatura, modelos de barcos... Por último, la cámara sepulcral con los 4 sarcófagos superpuestos de madera dorada, que contenían 4 ataúdes encajados uno dentro de otro. El último, de oro macizo, albergaba en su interior la momia del faraón y su famosa máscara de oro con oscuros ojos de vidrio.

Para empañar la bella relación de amistad y colaboración, Carter y Carnarvon tuvieron diferencias entre sí y con los gobiernos inglés y egipcio a la hora de determinar la parte que de aquello correspondía a cada uno. Así se venían abajo aquellos 15 años. Cuatro meses después de abrir la tumba, una misteriosa enfermedad, causada según parece por una picadura de mosquito postraba al lord. Los dos hombres se reconciliaron en su lecho de muerte. Falleció el 6/4/1923. Por supuesto, su muerte, a la que siguieron las de varias personas relacionadas con la apertura del sarcófago, inició la leyenda de la maldición del faraón.

Pero esa ya es otra historia..

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