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‘Dijo Elokim: Haya luz y hubo luz.’ Génesis 1:3

Que la gran luz del entendimiento ilumine nuestros cerebros y purifique nuestros corazones , a fin de que en un ambiente de intelectualidad y de perfecta fraternidad , nos entreguemos a buscar los senderos de nuestra propia superación. Eusebio Baños Gómez

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LA LUZ PRESTADA - El Espía de DIOS

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viernes, 21 de diciembre de 2012

Blanca Nieves y la Iniciación


Las antiguas escuelas de los misterios se encargaron de encerrar en un lenguaje simbólico todas sus enseñanzas secretas, convirtiéndolas en relatos populares, con el propósito principal de mantenerlas ocultas a los ojos y el conocimiento de los profanos.

Es por ello que muchas de estas leyendas, como el caso de "Blanca nieves y los siete enanos", así como el Libro de la Selva y Pinocho, contienen conceptos, mensajes y enseñanzas esotéricas que son narradas en toda la historia y que están dirigidas y solo son develadas a los verdaderos iniciados, quienes reciben las claves para descifrar y entender la verdadera enseñanza.

Esta ha sido la única forma segura de preservar y difundir los conocimientos secretos que se transmitieron de generación en generación, hasta nuestros días. Jacob Ludwig Karl Grimm y Wilhelm Karl Grimm, nacidos en Alemania, recorrieron su país entrevistando a los campesinos, vendedoras de mercados y leñadores, recogiendo historias de los lugareños, estudiando además la lengua y su uso, al igual que el antiguo folclore de cada región. Los hermanos Grimm escucharon todas las leyendas que los campesinos alemanes, habían oído a sus abuelos y que estos, a su vez, habían aprendido también de sus abuelos.

Se dice que obtuvieron de una mujer llamada Pastora la mayor parte de las historias que fueron recopiladas como Los Cuentos infantiles y Caseros, en 1812 y Cuentos para la Infancia y el Hogar, en dos volúmenes en 1812-1815, esta colección fue aumentada en 1857 y hoy es conocida como los Cuentos de Hadas de los Hermanos Grimm, en ellas recrearon las historias de los campesinos y las relataron con gracia y gran sencillez, logrando que los niños del mundo entero apreciaran la belleza y la maravilla de sus cuentos.

"Blanca Nieves y los siete enanitos" con el transcurrir del tiempo se convirtió en uno de los cuentos clásicos infantiles, más populares. El año 1934 empezó el aumento de su popularidad y difusión con la intención de nuestro V∴ H∴ Walt Disney de adaptarlo y crear un largometraje completamente animado en Technicolor, esta película fue estrenada en diciembre de 1937, en una avant-première que reunió a las grandes estrellas hollywoodenses del momento (cosa insólita tratándose de una animación), al término del film se escucharon sollozos en la sala y luego una gran ovación para nuestro Q∴ H∴ Disney.QQ∴ HH∴ todo eso es parte sólo del aspecto exotérico, para poder entender el simbolismo iniciático que encierra este cuento, es necesario identificar a sus protagonistas, para ello les asignaremos los siguientes significados simbólicos a cada uno: 1.

La Madrastra es el mundo profano, con sus constantes ataques y maldad imperante, que pretende adueñarse de nuestro corazón. 2. Blanca Nieves representa al iniciado que debe escapar y alejarse de la malvada Reina y así empezar el proceso de la iniciación, que le permitirá encontrarse o conocerse a sí mismo, llegando a identificar y reconocer a los siete pecados (defectos) capitales, que son aquellos, que forman parte de nuestra propia naturaleza humana, estos están simbolizados por los siete enanitos.

Es importante para el iniciado que desea avanzar en el camino de la superación interior o espiritual, aprender a detectar y reconocer estas tendencias en su propio interior, debe realizar un examen interior sobre las características de estos defectos o pecados, tomando en cuenta que ellos están presentes en todo nosotros, nadie escapa, todos los tenemos ya sea uno de ellos, o a todos. Debemos comprender que todo lo que se deseamos o rechazamos en los pecados puede tener naturaleza material o espiritual, pero si son afrontados con la voluntad (el mazo) y la verdadera conciencia (el cincel) para vencerlos, se dará lugar a una encarnizada lucha interior que permitirá vencer a cada uno de ellos y así podremos transformarlos en virtudes (pulir la piedra bruta), este es el método más adecuado que nos hará avanzar en el camino hacia nuestra superación, labor que hemos emprendido y nos hemos comprometido a seguir y cumplirla al ingresar a nuestra augusta orden.QQ∴ HH∴, ahora me queda por explicar y tratar de identificar a cada uno de los siete enanitos, que forman parte de nuestro propio ser.

Cada una de estas personalidades, en ciertos momentos nos gobierna y hace que actuamos de cierta forma.

Los siete pecados capitales están claramente representados por sus respectivos enanos, la siguiente explicación mostrará claramente la relación que existe entre una virtud que se debe cultivar y el pecado capital o personalidad, que se debe derrotar. Les pido que hagamos un viaje imaginario para poder visualizar estos personajes en nuestro modo de ser e identificarlos con las características de propias de cada pecado y así hagamos el firme propósito de trasmutarlos en virtudes.

Enanitos, Pecados Capitales que simbolizan y Virtudes para Vencerlos DOC.- Soberbia: es el deseo de recibir altos honores y gloria a cualquier costo, creerse superior a los demás. Humildad.

Reconocer que nosotros mismos solo tenemos la nada y los siete pecados y también somos nada comparados con el G∴ A∴ D∴ U∴ ESTORNUDO.- Avaricia: es el deseo desmedido de acaparar riquezas materiales, sin importar el daño que se haga al prójimo.Generosidad. Dar con gusto de lo propio a los pobres y los que necesiten, sin esperar nada a cambio. TONTIN.- Lujuria: Ante el apetito sexual, que nos convierte en esclavos tontos.Castidad.

Logra el dominio de los apetitos sexuales. GRUÑON.- Ira: es la dificultad para aceptar contrariedades o vivir en permanente descontento y odio a los demás.Paciencia. Sufrir en paz y serenidad todas las adversidades. FELIZ.- Gula: ante la comida y bebida nuestro accionar. Templanza. Moderación en el comer, en el beber y en nuestro actuar. TIMIDO.- Envidia: vivir resentido por las cualidades, bienes o logros de otros, reduciendonuestra auto-estima. Caridad. Desear y hacer siempre el bien al prójimo. DORMILON.- Pereza: desgano por obrar en el trabajo o por responder a los bienes espirituales y hacer el bien a los demás. Diligencia. Prontitud de ánimo para hacer el bien, sin mirar a quien. Para recorrer el camino iniciático descrito en este cuento y haber vencido a estos siete pecados, tenemos que morir (renunciar) al mundo profano (abandonarlo o escapar de él) y al igual que lo hizo Blanca Nieves y así renacer como virtuosos, teniendo dentro de nuestro ser a los siete enanitos convertidos en virtudes, que nos alumbraran el sendero y permitirán continuar la eterna búsqueda de la verdad y de la luz.QQ∴ HH∴ pidamos al G∴ A∴ D∴ U∴ que nos ayude a evitar la SOBERBIA que solo nos hará tener un amor propio indebido, buscando solo la atención y el honor, creyéndonos superiores a todos los demás, ocasionando daño a todos los que nos rodean por el mal trato que se les podemos dar.

También es importante evitar caer en las GARRAS DE LA AVARICIA, tal como le sucedió al personaje de Ebenezer Scrooge en el clásico de Charles Dickens, titulado "Un Cuento de Navidad", que representa a un impiadoso empresario, oprimido por la avaricia, que tuvo la oportunidad de escoger entre sus amigos y el dinero, prefiriendo el segundo, por ello representa a un hombre con un estilo de vida confuso y siniestro, obcecado por la avaricia. En conclusión QQ∴ HH∴, debo decir que para lograr encontrar esa riqueza que muchos han buscado y no la han encontrado aún, hay un pequeño, pero significativo secreto, "La verdadera búsqueda de este Gran Paitití o Dorado, debemos hacerla en nosotros mismos, toda esa riqueza, está dentro de nosotros", recordemos esas palabras sabias, antiguas y muy conocidas, que estaban inscritas en el TEMPLO DE DELFOS, que indican claramente el camino a seguir y que dicen lo siguiente: "Te advierto, quien quiera que fueres, Oh! Tu que deseas sondear los arcanos de la Naturaleza, Que si no hallas dentro de ti mismo, aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera.

Si tu ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿Cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses."Que de una manera muy resumida dice "Nosce Te Ipsum" o "Conócete a ti mismo".

Es cuanto,gracias a Israel H.A.


viernes, 21 de enero de 2011

Los dos senderos

Los dos senderos - Icaroterapia: Sendero de Luz
Dos caminos, dos senderos, ambos conducen al camino del aprendizaje interior, elegir el sendero justo requiere intención e intuición.
El buen intencionado tiene diferentes senderos de vida que podrá elegir para hacerse de una experiencia personal trascendental. Los caminos para alcanzar la iluminación son diversos, pero al final tarde o temprano se llega a la meta si la intención es firme como al principio del camino. 
Esta es la historia de tres jóvenes aprendices del curanderismo andino, todos provenientes de poblados dispersos del Cañon del Colca, previamente seleccionados para seguir los pasos de los grandes curanderos paqokunas andinos
Una vez reunidos en el poblado de Chivay se les informa de la peregrinación a los Andes ayacuchanos, a fin de encontrar al maestro curandero encargado del duro entrenamiento iniciático. La búsqueda comienza en el poblado de Incuyo en las orillas de la laguna de Parinacochas, se dice que Don Melchor Prado (Paqo curandero) llega de las montañas aledañas para realizar algunos rituales en el sector conocido como Incawasi, antiguo adoratorio incaico. 
Por suerte, algún lugareño les da la pista de como ubicar a Don Melchor, indicándoles una ruta a pie que daría con su chacra, donde el curandero trabaja la tierra. Juan, Camilo y Antonieta, los jóvenes aprendices luego de caminar por horas logran ubicarlo finalmente, se presentan con la debida cortesía andina, para luego anunciar que venían muy bien recomendados por personas a los cuales ya antes había formado Don Melchor.
Don Melchor Prado tenía la capacidad de ver el corazón de los demás, de leer mediante los ojos el alma de la persona que miraba, de saber por intuición lo que piensan y sienten las personas, sus facultades las había desarrollado desde temprana edad. Cuenta la leyenda que siendo niño fue víctima de un rayo que casi lo fulmina, el espectro de luz arrojó el cuerpo por varios metros de donde estaba, ninguno de los testigos se logra explicar como pudo sobrevivir, pero lo que era cierto era que en adelante Melchor no sería el mismo niño común. 
En un inicio sufrió mucho por privarse de tantas cosas normales para el promedio de su edad, sus sueños y pesadillas eran traumantes, veía cosas para las cuales no estaba preparado, soñaba aquello que sucedería tarde o temprano, su padre también curandero le dijo:
“Llegado el momento decidirás seguir mis pasos o hacer que tu vida tome un rumbo distinto”.
Don Melchor siendo ya jovencito comenzó a curar el mal de ojo de los niños, pasando el huevo y el cui. Luego aprendió el arte de curar con las hierbas silvestres medicinales, con el tiempo lograría acceder a diferentes enseñanzas de maestros curanderos andinos y amazónicos, con quienes perfeccionaría innumerables técnicas y rituales curanderiles. Tenía una hoja de vida respetable y generalmente se daba tiempo para sus nuevos discípulos. Pero ésta era la primera vez que se presentaban tres aprendices juntos, algo para lo cual no estaba habituado. 
Para solucionar este impase les propone una prueba sencilla, por el cual debían elegir uno de dos caminos de ripio y tierra que tenían en frente de ellos. El vencedor sería aquél que llegue a reencontrar a Don Melchor horas después. Les advirtió que una vez que ponían el primer pie en la senda trazada no podrían tirarse para atrás.
Don Melchor les explicaría la finalidad del primer camino:
“Esta es la senda que particularmente les recomiendo, pues permite llegar al elixir del curanderismo, al conocimiento de los secretos de los maestros y de la espiritualidad indígena. Por medio de ésta senda lograrán el paso directo necesario para convertirse en verdaderos paqokunas con gran poder”.
Luego les expuso en qué consistía el otro camino:
“Este camino no les recomiendo puesto que está en muy mal estado, pero se logra divisar el recorrido sin dificultad, aquí los caminantes logran conocer el pensar de la gente, entender la pachamama y la naturaleza de sus hijos. La vida misma, es una senda larga y hay que tener mucha paciencia, pero al final se aprende y se logra algo positivo después de todo”.
Era claro que Don Melchor realizaría el aprendistato a quién fuese el primero en reencontrarlo. Al final agregó:
“Vayan por la senda de su elección sin mirar atrás, al final descubrirán el sentido original que conduce al conocimiento correcto”.
Luego de decir éstas palabras, Don Melchor cogió una de sus mulas y cabalgó por un sendero diferente, perdiéndose de la vista de los jóvenes aprendices en pocos segundos.
Sin pensarlo dos veces los jóvenes varones Juan y Camilo eligieron el camino que corresponde al de la esencia del curanderismo, se apuraron con la idea de llegar más rápido a la meta, luego de cuatro horas de caminar y caminar lograron llegar a un poblado, pero la gente les dijo que en dicho lugar no conocían a Don Melchor, el curandero.
Antonieta con un poco de temor había elegido el sendero de la pachamama, luego de unas horas de caminata se dio con la sorpresa que reencontraba a Don Melchor sentado al lado de la puerta de su casa, el camino que había elegido pasaba justo en frente de la casa del curandero, quién esperaba ya a su nuevo discípulo. La intuición femenina la había conducido por la senda correcta. En adelante, la nueva aprendiz entendería que el camino del curandero pasa primero por sentir el corazón y el pensamiento del pueblo y de la madre tierra.
Gracias H:.Arnaldo Q.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Cuento de Nochebuena. Rubén Darío.


El hermano Longinos de Santa María era la perla del convento. Perla es decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguiéndose en ornar de mayúsculas los manuscritos, como en la cocina hacía exhalar suaves olores a la fritanga permitida después del tiempo de ayuno; así servía de sacristán, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vísperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla.

Mas su mayor mérito consistía en su maravilloso don musical; en sus manos, en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conocía como él aquel sonoro instrumento del cual hacía brotar las notas como bandadas de aves melodiosas; ninguno como él acompañaba, como poseído por un celestial espíritu, las prosas y los himnos, y las voces sagradas del canto llano.

Su eminencia el cardenal —que había visitado el convento en un día inolvidable— había bendecido al hermano, primero, abrazádole enseguida, y por último díchole una elogiosa frase latina, después de oírle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba, estaba iluminado por la más amable sencillez y por la más inocente alegría.

Cuando estaba en alguna labor, tenía siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pájaritos de Dios. Y cuando volvía, con su alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el sol, en su cara se veía un tan dulce resplandor de jovialidad, que los campesinos salían a las puertas de sus casas, saludándole, llamándole hacia ellos: "¡Eh!, venid acá, hermano Longinos, y tomaréis un buen vaso..." Su cara la podéis ver en una tabla que se conserva en la abadía; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un tantico levantada, en una ingenua expresión de picardía infantil, y en la boca entreabierta, la más bondadosa de las sonrisas.

Avino, pues, que un día de navidad, Longinos fuese a la próxima aldea...; pero ¿no os he dicho nada del convento? El cual estaba situado cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta floresta, en donde, antes de la fundación del monasterio, había cenáculos de hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas que favorece el poder del Bajísimo, de quien Dios nos guarde. Los vientos del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de las noches o en los serenos crepúsculos, ecos misteriosos, grandes temblores sonoros..., era el órgano de Longinos que acompañando la voz de sus hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un día de navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada en la frente y exclamó, lleno de susto, impulsando a su caballería paciente y filosófica:

—¡Desgraciado de mí! ¡Si mereceré triplicar los cilicios y ponerme por toda la viada a pan y agua! ¡Cómo estarán aguardándome en el monasterio!

Era ya entrada la noche, y el religioso, después de santiguarse, se encaminó por la vía de su convento. Las sombras invadieron la Tierra. No se veía ya el villorrio; y la montaña, negra en medio de la noche, se veía semejante a una titánica fortaleza en que habitasen gigantes y demonios.

Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater y ave, advirtió con sorpresa que la senda que seguía la pollina, no era la misma de siempre. Con lágrimas en los ojos alzó éstos al cielo, pidiéndole misericordia al Todopoderoso, cuando percibió en la oscuridad del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color de oro, que caminaba junto con él, enviando a la tierra un delicado chorro de luz que servía de guía y de antorcha.

Diole gracias al Señor por aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del profeta Balaam, su cabalgadura se resistió a seguir adelante, y le dijo con clara voz de hombre mortal: 'Considérate feliz, hermano Longinos, pues por tus virtudes has sido señalado para un premio portentoso.' No bien había acabado de oír esto, cuando sintió un ruido, y una oleada de exquisitos aromas. Y vio venir por el mismo camino que él seguía, y guiados por la estrella que él acababa de admirar, a tres señores espléndidamente ataviados.

Todos tres tenían porte e insignias reales. El delantero era rubio como el ángel Azrael; su cabellera larga se esparcía sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de piedras preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandecía sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados, de riquísima manera, aves peregrinas y signos del zodiaco. Era el rey Gaspar, caballero en un bello caballo blanco.

El otro, de cabellera negra, ojos también negros y profundamente brillantes, rostro semejante a los que se ven en los bajos relieves asirios, ceñía su frente con una magnífica diadema, vestía vestidos de incalculable precio, era un tanto viejo, y hubiérase dicho de él, con sólo mirarle, ser el monarca de un país misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el rey Baltasar y llevaba un collar de gemas cabalístico que terminaba en un sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con singular aire de majestad; formábanle un resplandor los rubíes y esmeraldas de su turbante.

Como el más soberbio príncipe de un cuento, iba en una labrada silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron sus majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de mística complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.

Y sucedió que —tal como en los días del cruel Herodes— los tres coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un pesebre, en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina María, el santo señor José y el Dios recién nacido. Y cerca, la mula y el buey, que entibian con el calor sano de su aliento el aire frío de la noche. Baltasar, postrado, descorrió junto al niño un saco de perlas y de piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas ofreció los más raros ungüentos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de marfiles y de diamantes...

Entonces, desde el fondo de su corazón, Longinos, el buen hermano Longinos, dijo al niño que sonreía:

—Señor, yo soy un pobre siervo tuyo que en su covento te sirve como puede. ¿Qué te voy a ofrecer yo, triste de mí? ¿Qué riquezas tengo, qué perfumes, qué perlas y qué diamantes? Toma, señor, mis lágrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.

Y he aquí que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los ungüentos y resinas; y caer de sus ojos copiosísimas lágrimas que se convertían en los más radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y de la fe; todo esto en tanto que se oía el eco de un coro de pastores en la tierra y la melodía de un coro de ángeles sobre el techo del pesebre.

Entre tanto, en el convento había la mayor desolación. Era llegada la hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con sorprendida tristeza. ¿Qué desgracia habrá acontecido al buen hermano?

¿Por qué no ha vuelto de la aldea? Y es ya la hora del oficio, y todos están en su puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y sublime organista... ¿Quién se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin música, todos empiezan el canto dirigiéndose a Dios llenos de una vaga tristeza...

De repente, en los momentos del himno, en que el órgano debía resonar... resonó, resonó como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas, excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual, de aquel órgano que parecía tocado por manos angélicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia...

El hermano Longinos de Santa María entregó su alma a Dios poco tiempo después; murió en olor de santidad. Su cuerpo se conserva aún incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial, labrada en mármol.

El ángel caído, Amado Nervo.


Sin duda este cuento  modernista  se abre al lector a partir de un hecho inusual, un hecho inexplicable, que remonta al lector a su niñez,  a través de la fórmula fática: Érase una vez…

El lector siente como si acompañase a los protagonistas con una cámara y va percatándose de que esa inusual comitiva sólo es observada por el poeta, el resto de personas, enfrascados en sus quehaceres, no les presta atención. El niño y el ángel traban amistad, se tutean, se tratan con cariño. 

El cuento está escrito de forma impecable, los diálogos son muy bellos, las relaciones que se establecen son plásticas y están contadas de forma transparente y diáfana, incluso con algunos guiños al lector, apelaciones implícitas en el tejido narrativo para que siga leyendo. Es curiosa la expresión niágaras de oro. 

El neologismo (niágaras) aparece reforzado hiperbólicamente gracias a ese “ fantásticamente” que le precede y que claramente apela al ensueño, a la fábula; por otra parte, se alude a la fuerza del sol que pincela el espacio hasta dotarlo de un cromatismo sensitivo, propio de los modernistas.

El final de la historia alude a la necesaria libertad artística, al deseo de auscultar un mundo que sitúa al otro lado de la bóveda celesta; un mundo que se extiende como un bálsamo, un sueño para el poeta que se eleva para evadirse de la oscuridad que le rodea. 

En esa apremiante elevación está la clave de la historia; aquél que busca la expresión poética debe alejarse de la mediocridad, debe ascender, debe acopiarse de todos los procedimientos estilísticos para lograr ese estilo nuevo que fusiona todas las corrientes estilísticas y que apela a constituirse en un nuevo clasicismo, un lenguaje que se ofrezca a las generaciones posteriores como una fruta madura.

Lo que te pedimos en este caso es que transformes la historia, de manera que el personaje del poeta, adquiera entidad propia, un rol transcendente.  El cuento cambiará sustancialmente si el poeta se convierte en el hacedor de la nueva suerte que corre el ángel, si escuchamos cómo conversa con el niño y el ángel.   

Lo más importante es que mantengas el estilo modernista, que te adaptes al tono de la historia, que juegues con las palabras, hasta conseguir esa naturalidad, esa transparencia en el uso de la palabra, una palabra precisa, lanzada como un dardo certero y elegante.

      Cuento de navidad, dedicado a mis amores, Sandrita, su tesoro Tysson y Lucianita.

Érase un ángel que, por retozar más de la cuenta por una nube crepuscular teñida de violetas, perdió pie y cayó lastimosamente sobre la tierra.
Su mala suerte quiso que en vez de dar sobre el fresco césped, diese contra bronca piedra, de modo y manera que el cuitado se estropeó un ala, el ala derecha, por más señas.
Allí quedó despatarrado, sangrando, y aunque daba voces de socorro, como no es usual que en la tierra se comprenda el idioma de los ángeles, nadie acudía en su auxilio.
En esto acertó a pasar no lejos un niño que volvía de la escuela, y aquí empezó la buena suerte del caído, porque como los niños sí pueden comprender la lengua angélica ( en el siglo XX mucho menos, pero en fin), el chico allegóse al mísero, y sorprendido primero y compadecido después, tendióle la mano y le ayudó a levantarse.
Los ángeles no pesan y la leve fuerza del niño bastó y sobró para que aquél se pusiese en pie.
Su salvador ofrecióle el brazo y vióse entonces el más raro espectáculo; un niño conduciendo a un ángel por los senderos de este mundo.
Cojeaba el ángel lastimosamente, ¡es claro! Acontecíale lo que acontece a los que nunca andan descalzos: el menor guijarro le pinchaba de un modo atroz. Su aspecto era lamentable. Con el ala rota, dolorosamente plegada, manchado de sangre y lodo el plumaje resplandeciente, el ángel estaba para dar compasión.
Cada paso le arrancaba un grito; los maravillosos pies de nieve empezaban a sangrar también.
-No puedo más – dijo al niño.
Y éste, que tenía su miaja de sentido práctico, respondíole:
-A ti ( porque desde un principio se tutearon), a ti lo que te falta es un par de zapatos. Vamos a casa, diré a mamá que te los compre.
-¿ Y qué es eso de zapatos?- preguntó el ángel.
-Pues mira- contestó el niño mostrándole los suyos… algo que yo rompo mucho y que me cuesta buenos regaños.
-¿Y yo he de ponerme eso tan feo?...
-Claro… ¡ o no andas! Vamos a casa. Allí mamá te frotará con árnica y te dará calzado.
-Pero si ya no me es posible andar…, ¡cárgame!
-¿Podré contigo?
-¡Ya lo creo!
Y el niño alzó en vilo a su compañero,  sentándolo en su hombro, como lo hubiera hecho un diminuto San Cristóbal.
-¡Gracias! – suspiró el herido-: qué bien estoy así… ¿Verdad que no peso?
-¡Es que yo tengo fuerzas! – respondió el niño con cierto orgullo y no queriendo confesar que su celeste fardo era más ligero que uno de plumas.
En esto se acercaban al lugar, y os aseguro que no era menos peregrino ahora que antes el espectáculo de un niño que llevaba en brazos a un ángel, al revés de lo que nos muestran las estampas.
Cuando llegaron a la casa, sólo unos cuantos curiosos les seguían. Los hombres, muy ocupados en sus negocios, las mujeres que comadreaban en las plazuelas y al borde de las fuentes, no se habían percatado de que pasaba un niño y un ángel. Sólo un poeta que divagaba por aquellos contornos, asombrado, clavó en ellos los ojos y sonriendo bastamente les siguió durante buen espacio de tiempo con la mirada… Después se alejó pensativo…
Grande fue la piedad de la madre del niño, cuanto éste le mostró a su alirroto compañero.
-¡Pobrecillo!- exclamó la buena señora-; le dolerá mucho el ala, ¿eh?
El ángel  al sentir que le hurgaban la herida, dejó oír un lamento armonioso. Como nunca había conocido el dolor, era más sensible  a él que los mortales, forjados para la pena.
Pronto la caritativa dama le vendó el ala, a decir verdad, con trabajo, porque era tan grande que no bastaban los trapos; y más aliviado y lejos ya de las piedras del camino, el ángel pudo ponerse en pie y enderezar su esbelta estatua.
Era maravilloso de belleza. Su piel translúcida parecía iluminada por suave luz interior y sus ojos, de un hondo azul de incomparable diafanidad, miraban de manera que cada mirada producía un éxtasis.
-Los zapatos, mamá, eso es lo que le hace falta. Mientras no tenga zapatos, ni María ni yo ( maría era su hermana) podremos jugar con él – dijo el niño.
Y eso era lo que interesaba sobre todo: jugar con el ángel.
A María, que acababa de llegar de la escuela, y que no se hartaba de contemplar al visitante, lo que le interesaba más eran las plumas; aquellas plumas gigantes, nunca vistas, de ave de Paraíso, de quetzal heráldico… de quimera, que cubrían las alas del ángel. Tanto, que no pudo contenerse, y acercándose al celeste herido, sinuosa y zalamera, cuchicheóle estas palabras:
-Di, ¿te dolería que te arrancase yo una pluma? La deseo para mi sombrero…
-Niña – exclamó la madre, indignada, aunque no comprendía del todo aquel lenguaje.
Pero el ángel, con la más bella de sus sonrisas, le respondió extendiendo el ala sana:
-¿Cuál te gusta?
-Esta tornasolada…
-¡Pues tómala!
Y se la arrancó resuelto, con movimiento lleno de gracia, extendiéndola a su nueva amiga, quien se puso a contemplarla embelesada.
No hubo manera de que ningún calzado le viniese al ángel. Tenía el pie muy chico, y alargado en una forma deliciosamente aristocrática, incapaz de adaptarse a las botas americanas (únicas que había en el pueblo), las cuales le hacían un daño tremendo, de suerte que claudicaba peor que descalzo.
La niña fue quien sugirió, al fin, la buena idea:
-Que le traigan – dijo- unas sandalias. Yo he visto a San Rafael con ellas, en las estampas en que lo pintan de viaje, con el joven Tobías,  y no parece molestarle lo más mínimo.
El ángel dijo que, en efecto, algunos de sus compañeros las usaban para viajar por la tierra; pero que eran de un material finísimo, más rico que el oro, y estaban cuajadas de piedras preciosas. San Crispín, el bueno de San Crispín, fabricábalas.
-Pues aquí – observó la niña – tendrás que contentarte con unas menos lujosas, y déjate de santos si las encuentras.
Por fin, el ángel, calzado con sus sandalias y bastante restablecido de su mal, pudo ir y venir por toda la casa.
Era adorable escena verle jugar con los niños. Parecía un gran pájaro azul, con algo de mujer y mucho de paloma, y hasta en lo zurdo de su andar había gracia y señorío.
Podía ya mover el ala enferma, y abría y cerraba las dos con movimientos suaves y con un gran rumor de seda, abanicando a sus amigos.
Cantaba de un modo admirable, y refería a sus dos oyentes historias más bellas que todas las inventadas por los hijos de los hombres.
No se enfadaba jamás. Sonreía casi siempre y, de cuando en cuando se ponía triste.
Y su faz, que era muy bella cuando sonreía, era incomparablemente más bella cuando se ponía pensativa y melancólica, porque adquiría una expresión nueva que jamás tuvieron los rostros de los ángeles y que tuvo siempre la faz del Nazareno, a quien, según la tradición, “ nunca se le vio reír y sí se le vio muchas veces llorar”.
Esta expresión de tristeza augusta fue, quizá, lo único que se llevó el ángel de su paso por la tierra…
¿Cuántos días transcurrieron así? Los niños no hubieran podido contarlos; la sociedad con los ángeles, la familiaridad con el Ensueño, tienen el don de elevarnos a planos superiores, donde nos sustraemos a las leyes del tiempo.
El ángel, enteramente bueno ya, podía volar, y en sus juegos maravillaba a los niños, lanzándose al espacio con una majestad suprema; cortaba para ellos la fruta de los más altos árboles, y, a veces, los cogía a los dos en sus brazos y volaba de esta suerte.
Tales vuelos, que constituían el deleite mayor para los chicos, alarmaban profundamente a la madre.
-No vayáis a dejarlos caer por inadvertencia, señor Ángel- gritábale la buena mujer-. Os confieso que no me gustan juegos tan peligrosos…
Pero el ángel reía y reían los niños, y la madre acababa por reír también, al ver la agilidad y la fuerza con que aquél los cogía en sus brazos, y la dulzura infinita con que los depositaba sobre el césped del jardín… ¡Se hubiera dicho que hacía su aprendizaje de Ángel Custodio!
-Sois muy fuerte, señor Ángel – decía la madre, llena de pasmo.
Y el ángel, con cierta inocente suficiencia infantil, respondía:
-Tan fuerte, que podría zafar de su órbita a una estrella.
Una  tarde los niños encontraron al ángel sentado en un poyo de piedra, cerca del muro del huerto, en actitud de tristeza más honda que cuando estaba enfermo.
-¿Qué tienes?- le preguntaron al unísono.
-Tengo – respondió- que ya estoy bueno; que no hay ya pretexto para que permanezca con vosotros…; ¡que me llaman de allá arriba, y que es fuerza que me vaya!
-¿Qué te vayas? ¡Eso nunca! – replicó la niña.
-¿Y qué he de hacer si me llaman?...
-Pues no ir…
-¡Imposible!
Hubo una larga pausa llena de angustia.
Los niños y el ángel lloraban.
De pronto, la chica, más fértil en expedientes, como mujer, dijo:
-Hay un medio de que no nos separemos…
-¿Cuál?- preguntó el ángel, ansioso.
-Que nos lleves contigo.
-¡Muy bien! –afirmó el niño palmoteando.
Y con divino aturdimiento, los tres pusiéronse a bailar como locos.
Pasados, empero, estos transportes, la niña quedóse pensativa, y murmuró:
-Pero ¿y nuestra madre?
-¡Eso es!- corroboró el ángel- ; ¿y vuestra madre?
-Nuestra madre- sugirió el niño- no sabrá nada… Nos iremos sin decírselo… y cuando esté triste, vendremos a consolarla.
-Mejor sería llevarla con nosotros – dijo la niña.
-¡Me parece bien! – afirmó el ángel -. Yo volveré por ella.
-¡Magnífico!
-¿Estáis, pues, resueltos?
-Resueltos estamos.
Caía la tarde fantásticamente, entre niágaras de oro. El ángel cogió a los niños en sus brazos, y de un solo ímpetu se lanzo con ellos al azul luminoso.
La madre en esto llegaba al jardín, y toda trémula vióles alejarse.
El ángel, a pesar de la distancia, parecía crecer. Era tan diáfano, que a través de sus alas se veía el sol.
La madre, ante el milagroso espectáculo, no pudo ni gritar. Quedóse alelada, viendo volar hacia las llamas del ocaso aquel grupo indecible, y cuando, más tarde, el ángel volvió al jardín por ella, la buena mujer estaba aún en éxtasis

miércoles, 14 de julio de 2010

Del Árbol de la Montaña. Friedrich Nietzsche.


El ojo de Zaratustra había visto que un joven lo evitaba. Y cuando una tarde caminaba solo por los montes que rodean la ciudad llamada «La Vaca Multicolor»: he aquí que encontró en su camino a aquel joven, sentado junto a un árbol en el que se apoyaba y mirando al valle con mirada cansada. Zaratustra agarró el árbol junto al cual estaba sentado el joven y dijo:
Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, que nosotros no vemos, lo maltrata y lo dobla hacia donde quiere. Manos invisibles son las que peor nos doblan y maltratan.


Entonces el joven se levantó consternado y dijo: «Oigo a Zaratustra, y en él estaba precisamente pensando.» Zaratustra replicó:
«¿Y por eso te has asustado? - Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol.
Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, - hacia el mal.»
«¡Sí, hacia el mal!, exclamó el joven. ¿Cómo es posible que tú hayas descubierto mi alma?»
Zaratustra sonrió y dijo: «A ciertas almas no se las descubrirá nunca a no ser que antes se las invente».
«¡Sí, hacia el mall, volvió a exclamar el joven.


Tú has dicho la verdad, Zaratustra. Desde que quiero elevarme hacia la altura ya no tengo confianza en mí mismo, y ya nadie tiene confianza en mí, - ¿cómo ocurrió esto?
Me transformo demasiado rápidamente: mi hoy refuta a mi ayer. A menudo salto los escalones cuando subo, - esto no me lo perdona ningún escalón.
Cuando estoy arriba, siempre me encuentro solo. Nadie habla conmigo, el frío de la soledad me hace estremecer. ¿Qué es lo que quiero yo en la altura?
Mi desprecio y mi anhelo crecen juntos; cuanto más alto subo, tanto más desprecio al que sube. ¿Qué es lo que quiere éste en la altura?
¡Cómo me avergüenzo de mi subir y tropezar! ¡Cómo me burlo de mi violento jadear! ¡Cómo odio al que vuela! ¡Qué cansado estoy en la altura!»
Aquí el joven calló. Y Zaratustra miró detenidamente el árbol junto al que se hallaban y dijo:
«Este árbol se encuentra solitario aquí en la montaña; ha crecido muy por encima del hombre y del animal.
Y si quisiera hablar, no tendría a nadie que lo comprendiese: tan alto ha crecido.


Ahora él aguarda y aguarda, - ¿a qué aguarda, pues? Habita demasiado cerca del asiento de las nubes: ¿acaso aguarda el primer rayo?».

Cuando Zaratustra hubo dicho esto el joven exclamó con ademanes violentos: «Sí, Zaratustra, tú dices verdad. Cuando yo quería ascender a la altura, anhelaba mi caída, ¡y tú eres el rayo que yo aguardaba! Mira, ¿qué soy yo desde que tú nos has aparecido? ¡La envidia de ti es lo que me ha destruido!» - Así dijo el joven, y lloró amargamente.

Mas Zaratustra lo rodeó con su brazo y se lo llevó consigo. Y cuando habían caminado un rato juntos, Zaratustra comenzó a hablar así:
Mi corazón está desgarrado. Aún mejor que tus palabras es tu ojo el que me dice todo el peligro que corres.

Todavía no eres libre, todavía buscas la libertad. Tu búsqueda te ha vuelto insomne y te ha desvelado demasiado. Quieres subir a la altura libre, tu alma tiene sed de estrellas. Pero también tus malos instintos tienen sed de libertad.


Tus perros salvajes quieren libertad; ladran de placer en su cueva cuando tu espíritu se propone abrir todas las prisiones.
Para mí eres todavía un prisionero que se imagina la libertad: ay, el alma de tales prisioneros se torna inteligente, pero también astuta y mala.

El liberado del espíritu tiene que purificarse todavía. Muchos restos de cárcel y de moho quedan aún en él: su ojo tiene que volverse todavía puro.
Sí, yo conozco tu peligro. Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes de ti tu amor y tu esperanza!

Todavía te sientes noble, y noble te sienten todavía también los otros, que te detestan y te lanzan miradas malvadas. Sabe que un noble les es a todos un obstáculo en su camino.


También a los buenos un noble les es un obstáculo en su camino: y aunque lo llamen bueno, con ello lo que quieren es apartarlo a un lado.
El noble quiere crear cosas nuevas y una nueva virtud. El bueno quiere las cosas viejas, y que se conserven.
Pero el peligro del noble no es volverse bueno, sino insolente, burlón, destructor.


Ay, yo he conocido nobles que perdieron su más alta esperanza. Y desde entonces calumniaron todas las esperanzas elevadas.
Desde entonces han vivido insolentemente en medio de breves placeres, y apenas se trazaron metas de más de un día.

“El espíritu es también voluptuosidad” - así dijeron. Y entonces se le quebraron las alas a su espíritu: éste se arrastra ahora de un sitio para otro y mancha todo lo que roe.


En otro tiempo pensaron convertirse en héroes: ahora son libertinos. Pesadumbre y horror es para ellos el héroe.
Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva santa tu más alta esperanza!.
Así habló Zaratustra.
 
 

viernes, 28 de mayo de 2010

El ángel - Hans Christian Andersen


Cada vez que muere un niño bueno, baja del cielo un ángel de Dios Nuestro Señor, toma en brazos el cuerpecito muerto y, extendiendo sus grandes alas blancas, emprende el vuelo por encima de todos los lugares que el pequeñuelo amó, recogiendo a la vez un ramo de flores para ofrecerlas a Dios, con objeto de que luzcan allá arriba más hermosas aún que en el suelo. Nuestro Señor se aprieta contra el corazón todas aquellas flores, pero a la que más le gusta le da un beso, con lo cual ella adquiere voz y puede ya cantar en el coro de los bienaventurados.

He aquí lo que contaba un ángel de Dios Nuestro Señor mientras se llevaba al cielo a un niño muerto; y el niño lo escuchaba como en sueños. Volaron por encima de los diferentes lugares donde el pequeño había jugado, y pasaron por jardines de flores espléndidas.
- ¿Cuál nos llevaremos para plantarla en el cielo? -preguntó el ángel.
Crecía allí un magnífico y esbelto rosal, pero una mano perversa había tronchado el tronco, por lo que todas las ramas, cuajadas de grandes capullos semiabiertos, colgaban secas en todas direcciones.
- ¡Pobre rosal! -exclamó el niño-. Llévatelo; junto a Dios florecerá.
Y el ángel lo cogió, dando un beso al niño por sus palabras; y el pequeñuelo entreabrió los ojos.
Recogieron luego muchas flores magníficas, pero también humildes ranúnculos y violetas silvestres.
- Ya tenemos un buen ramillete -dijo el niño; y el ángel asintió con la cabeza, pero no emprendió enseguida el vuelo hacia Dios. Era de noche, y reinaba un silencio absoluto; ambos se quedaron en la gran ciudad, flotando en el aire por uno de sus angostos callejones, donde yacían montones de paja y cenizas; había habido mudanza: veíanse cascos de loza, pedazos de yeso, trapos y viejos sombreros, todo ello de aspecto muy poco atractivo.

Entre todos aquellos desperdicios, el ángel señaló los trozos de un tiesto roto; de éste se había desprendido un terrón, con las raíces, de una gran flor silvestre ya seca, que por eso alguien había arrojado a la calleja.
- Vamos a llevárnosla -dijo el ángel-. Mientras volamos te contaré por qué.
Remontaron el vuelo, y el ángel dio principio a su relato:
- En aquel angosto callejón, en una baja bodega, vivía un pobre niño enfermo. Desde el día de su nacimiento estuvo en la mayor miseria; todo lo que pudo hacer en su vida fue cruzar su diminuto cuartucho sostenido en dos muletas; su felicidad no pasó de aquí. Algunos días de verano, unos rayos de sol entraban hasta la bodega, nada más que media horita, y entonces el pequeño se calentaba al sol y miraba cómo se transparentaba la sangre en sus flacos dedos, que mantenía levantados delante el rostro, diciendo: «Sí, hoy he podido salir».

Sabía del bosque y de sus bellísimos verdores primaverales, sólo porque el hijo del vecino le traía la primera rama de haya. Se la ponía sobre la cabeza y soñaba que se encontraba debajo del árbol, en cuya copa brillaba el sol y cantaban los pájaros.

Un día de primavera, su vecinito le trajo también flores del campo, y, entre ellas venía casualmente una con la raíz; por eso la plantaron en una maceta, que colocaron junto a la cama, al lado de la ventana. Había plantado aquella flor una mano afortunada, pues, creció, sacó nuevas ramas y floreció cada año; para el muchacho enfermo fue el jardín más espléndido, su pequeño tesoro aquí en la Tierra. La regaba y cuidaba, preocupándose de que recibiese hasta el último de los rayos de sol que penetraban por la ventanilla; la propia flor formaba parte de sus sueños, pues para él florecía, para él esparcía su aroma y alegraba la vista; a ella se volvió en el momento de la muerte, cuando el Señor lo llamó a su seno. Lleva ya un año junto a Dios, y durante todo el año la plantita ha seguido en la ventana, olvidada y seca; por eso, cuando la mudanza, la arrojaron a la basura de la calle. Y ésta es la flor, la pobre florecilla marchita que hemos puesto en nuestro ramillete, pues ha proporcionado más alegría que la más bella del jardín de una reina.

- Pero, ¿cómo sabes todo esto? -preguntó el niño que el ángel llevaba al cielo.
- Lo sé -respondió el ángel-, porque yo fui aquel pobre niño enfermo que se sostenía sobre muletas. ¡Y bien conozco mi flor!
El pequeño abrió de par en par los ojos y clavó la mirada en el rostro esplendoroso del ángel; y en el mismo momento se encontraron en el Cielo de Nuestro Señor, donde reina la alegría y la bienaventuranza.

Dios apretó al niño muerto contra su corazón, y al instante le salieron a éste alas como a los demás ángeles, y con ellos se echó a volar, cogido de las manos. Nuestro Señor apretó también contra su pecho todas las flores, pero a la marchita silvestre la besó, infundiéndole voz, y ella rompió a cantar con el coro de angelitos que rodean al Altísimo, algunos muy de cerca otros formando círculos en torno a los primeros, círculos que se extienden hasta el infinito, pero todos rebosantes de felicidad. Y todos cantaban, grandes y chicos, junto con el buen chiquillo bienaventurado y la pobre flor silvestre que había estado abandonada, entre la basura de la calleja estrecha y oscura, el día de la mudanza.

martes, 11 de mayo de 2010

¿Una Influencia Masónica?. PINOCHO.

LA AVENTURA DE PINOCHO
La mayoría de los cuentos encierran mensajes ocultos y de algunos de ellos no conocemos sus enseñanzas ni las implicaciones que encierran, que si bien se encaminan a una moral, también implican enseñanzas psicológicas de transformación.

El cuento de “Pinocho” se ha adaptado fácilmente a casi todas las culturas y está impreso en la formación psicológica de muchos seres humanos que, sin embargo, desconocen que fue una creación Masónica.

Para entender el cuento de “Pinocho”, inmortalizado en el cine por Disney, debemos remontarnos a la Italia del siglo XIX y dedicar unas líneas a su autor Carlo Collodi (Carlo Lorenzini) nacido en Florencia en 1826. Influido por los ideales políticos de Giusseppe Mazzini, Collodi plasmó en sus obras la doctrina liberal de este gran líder de la Italia Unificada.

La influencia de Mazzini en los literatos era evidente, ya que este insistía que debían influir filosóficamente en sus lectores, creando conciencias y educando al pueblo. Al igual que muchos literatos, Carlo Collodi ingresó a la Masonería a mediados del siglo XIX.

Esta organización fue otra influencia importante en este autor, y en su obra más notable, "Pinocho", se encuentran interesantes simbolismos de la Orden.
La nueva Italia unificada, al igual que el resto de Europa, tenía una fuerte influencia masónica, dado que sus grandes líderes, Garibaldi y Manzini, además de Carbonarios pertenecían la fraternidad masónica.

El Papa por fin había sido arrinconado en un pedacito de Italia, el Vaticano, que era lo poco que quedaba de los enormes Estados Pontificios. Sin embargo, aunque la religión Católica estaba siendo atacada, el espíritu de Cristo seguía vigente y, como bien dijo un francmasón italiano, "en aquel tiempo de resurgimiento se sentía la necesidad de conciliar a Cristo y a la Masonería, la iglesia y la sociedad secreta.

En este convulsionado contexto, Collodi escribió "Le avventure de Pinocho", publicado en 1882. Un análisis superficial de la obra nos revela una apología de la educación del pueblo y una denuncia del vicio y la holgazanería.

LA HISTORIA RESUMIDA.

Gepetto había pasado toda su vida deseando un hijo (deseo real), y es por eso que al ver brillar en el cielo la Estrella Azul pidió con todo fervor que su deseo le fuera concedido (contactarse con un nivel superior). Aquella noche, mientras Gepetto dormía, hizo su aparición el Hada Azul y dio la vida al muñeco advirtiéndole que debía portarse bien para llegar a ser un niño de verdad. Para que le aconsejase sobre su comportamiento, nombró a Pepito Grillo como la conciencia de Pinocho.

El muñeco de madera (Gepetto trabaja sobre la madera para hacer sus títeres) que cobraba vida era amoral, tonto y estúpido, carecía de conciencia objetiva, y un personaje secundario (Pepe Grillo) intenta aconsejarlo y convertirse en la voz de su conciencia, si bien externa.

En la obra original, Pinocho se molesta con su compañero y lo aplasta y mata de un manotazo.
Detrás de la historia de Pinocho hay "otra" historia, con un profundo contenido iniciático y espiritual que Collodi al igual que otros escritores de cuentos clásicos supo manejar con maestría.

LOS MENSAJES OCULTOS.

Sabemos que Pinocho fue la creación del Maestro carpintero Gepetto, quien elaboró a partir del leño (la materia prima) una obra de arte. El trabajo fue realizado con un amor tan profundo, que fue canalizado logrando dar vida al muñeco de madera, un hombre de buena madera. La idea básica es independiente a si es piedra o madera. En el sentido alegórico la madera pertenece a un reino superior al mineral.

Pinocho tenía vida pero, sin embargo, carecía de libre albedrío pues estaba dormido. Desconocía el sendero de la virtud y la liberación, pues era un "muerto viviente". Lamentablemente, la mayoría de los seres humanos son como Pinocho, siguen el camino más fácil y no saben que existe algo mejor. En este momento todos somos como Pinocho.
"La verdad es que hay sólo dos clases de hombres en todo el mundo, los pocos que se han dado ya cuenta del poderoso esquema divino, y la inmensa masa que todavía no lo conoce. Los últimos viven para ellos mismos y están esclavizados por sus pasiones; los primeros viven para Dios y para la evolución, que es Su Voluntad, ya se llamen budistas o indos, musulmanes o cristianos, librepensadores o judíos".

Pinocho es esclavo de sus "yoes" y sus mentiras hacen que le crezca la nariz y más tarde orejas de burro. Es decir, la vida descarriada y la mentira lo llevan a un retroceso, a lo involutivo, donde la nariz que crece representa las ataduras terrenales, la materialidad. (Un agregado facial)

Una y otra vez Pinocho recoge lo que siembra. Sus malas acciones lo llevan a una vida desgraciada, donde paga con sufrimiento el karma generado. Cuando su vida no podía ser más insoportable, es tragado por una ballena. Este episodio nos recuerda a Jonás, que fue engullido por un pez gigantesco, morando en su interior tres días y tres noches. El interior de la ballena representa el descenso al centro de la Tierra. Es importante recordar las palabras de Mateo 12:40: "Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches". El Hijo del Hombre que también -al igual que Pinocho era hijo de un MAESTRO carpintero.

LA MUERTE MÍSTICA

A luz de la vela, Pinocho medita sobre su suerte y decide cambiar, dejando atrás su pasado de inconsciencia. Finalmente el muñeco es expulsado por la ballena y sale al mar abierto, actuando el agua como elemento purificador, limpiando interna y externamente a Pinocho. Sabemos que cuando alguien es sumergido en una corriente de agua, renace a una vida nueva. Esta costumbre es común a muchos cultos religiosos y sobrevive en nuestros países latinos en el sacramento católico del bautismo.

Pinocho no sobrevive a la furia del océano y se ahoga. Esta muerte del muñeco es la "muerte mística" del profano al ser iniciado. Este deceso se repite en otros cuentos infantiles (Blanca nieves, la Bella Durmiente, etc.) y es el prólogo de un renacimiento: el nacimiento segundo del cual habla Cristo en Juan 3:3-10: "De cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios ( ... ) el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios".

Al volver a la vida, Pinocho pasa a un estado superior. Como hemos notado, en el masón: Walt Disney. Éste respetó la esencia del cuento, pero transformó a Pinocho en un muñeco más querible que el descrito por su autor en 1882.

Vale la pena volver a ver "Pinocho" y descubrir el maravilloso contenido espiritual de sus locas aventuras. Los cabalistas dicen que Jonás era un sacerdote escapado del templo donde se veneraba la paloma, por haber intentado abolir la idolatría y establecer el culto monoteísta. Que sus perseguidores le prendieron cerca de Jaffa y lo encerraron en una celda carcelaria del templo de Dagon, cuya figura de hombre pez dio origen a la leyenda". Y Véase el evangelio apócrifo "Historia árabe de José el carpintero". Esos "tres días y tres noches" son los que permaneció Cristo en el sepulcro y luego resucitó.

La ballena, furiosa, se abalanzó sobre los fugitivos destrozando la balsa de un coletazo. Gepetto estaba demasiado fatigado para nadar, y pidió a Pinocho que se salvara él solo. El muñeco de madera llevó a su padre hasta la orilla, consiguiendo salvarle a cambio de su propia vida. Mientras Gepetto lloraba la muerte de Pinocho, se apareció el Hada Azul y recompensó el heroísmo del muñeco devolviéndole la vida y transformándolo en un niño de verdad.

Gracias a Villahermosa T.

jueves, 22 de abril de 2010

Un humilde cuento.


Esta es la historia de alguien que un día encontro un grupo de personas cuya vida consistia en pulir con ambas manos unos grandes cantos.
El chico cogió un canto con muchas aristas y empezo a hacer como los otros.
La piedra era muy basta, pero el insistia.
Al cabo de unos años empezo a fijarse y a creer que su piedra estaba lo suficientemente pulida.
Se sentía afortunado por tener una piedra tan bella y ansiaba mostrala a todos.
Se creía predestinado a aquella piedra y muy feliz.

Un día decidieron emprender una marcha hacia el santuario de las grandes piedras blancas y temprano empezaron el viaje.
Al cabo de mucho tiempo llegaron al santuario para dejar sus piedras.
Todos parecían descansados, pero a nuestro joven le agobiaba el peso de su carga.
Todos se acercaron al altar para depositar su piedra, pero cada vez que abrian sus manos no había nada.
No puede ser exclamaba el joven, vosotros teniais piedras en vuestras manos.
A lo que ellos respondieron: mientras tu admirabas el brillo de tu piedra nosotros continuamos puliendola.

Ahora debes volver y tomar el canto con más aristas que encuentres y empezar de nuevo.

Moraleja: las cosas son formas y la forma en sí es inestable e ilusoria. Todo cambia en el momento presente.

Gracias Alfonso Boza.

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