¿Desde cuándo sois masón? Desde que he recibido la luz.
Es un hecho indiscutible y de por sí evidente que  la luz es el símbolo universal del conocimiento. “Ver la luz” es,  incluso coloquialmente hablando, “entender, conocer”. La luz y su  simbolismo juegan un papel fundamental en el entramado ritual de la  Masonería en general y, en particular, en el rito de apertura de logia  así como en el de clausura, en la iniciación y en la instrucción del  primer grado. No en vano los masones son conocidos con el epíteto de  “hijos de la luz”, pues sin la luz no se puede comprender nada, y mucho  menos lo que es la Masonería. Por ese motivo nos proponemos traer a  colación algunos aspectos de este simbolismo, rememorando y comentando  ciertas frases del ritual a través de las cuales se nos permite inferir  qué es el trabajo masónico, cuál es su objetivo y qué medios poseemos  para realizarlo.
Cabe empezar diciendo que en algunas versiones  del ritual de apertura de la logia se comienza con una invocación a la  luz, como nos recuerdan estas palabras que debe pronunciar el V.·. M.·.:
V.·.  M.·.: H.·. 1er. Vig.·. ¿qué pedimos cuando entramos por primera vez en  el templo?
H.·. 1er. Vig.·.: La luz, V.·. M.·.
V.·. M.·.: ¡Que esa  luz nos ilumine!
Es de resaltar que esta invocación se realiza  en un momento muy concreto: sólo cuando se ha comprobado que la logia  está debidamente cubierta y que todos los asistentes son aprendices  masones. Sólo entonces podemos entrar en las vías que nos han sido  trazadas, únicas por las cuales la luz puede hacerse presente. En  efecto, al cubrir la logia se define un límite exterior, un perímetro  que nada profano puede cruzar. Así se asegura un espacio  cualitativamente propicio para servir de soporte de manifestación a la  luz cuya presencia se invoca, la cual va a ser la que permitirá realizar  el trabajo iniciático y que, por lo tanto, debe ser recibida, como es,  por otro lado, evidente, puesto que los que en ese espacio se encuentran  ubicados son aquellos que ya la han recibido por primera vez, como  luego veremos un poco más extensamente, es decir, los iniciados, dado  que un profano no puede traspasar la puerta del templo ni soportar la  presencia lumínica porque se vería completamente abrumado y fulminado  por ella al no haber sido debidamente preparado para recibirla.
Por  otro lado, al invocar la presencia de la luz, a través de las palabras  del V.·. M.·., y no de cualquier otro, se determina un lugar, el  Oriente, que adquiere o, mejor dicho, manifiesta su cualidad de fuente o  de foco a partir del cual se trazan las vías por las que todo masón, y  en este caso todo Aprendiz, debe entrar para construir su edificio. Al  manifestarse, la luz única del Oriente se desdobla en un ternario y, de  este modo, las vías que debemos recorrer son trazadas por los tres  oficiales principales de la logia, es decir, por las tres luces, que con  sus antorchas se trasladan desde el Oriente hasta el centro umbilical  del taller para iluminar los tres pilares: la Sabiduría (que preside),  la Fuerza (que sostiene) y la Belleza (que adorna). Sólo así la luz del  Oriente recubre, mediante ese recorrido ritual, toda la logia, que  entonces se transforma en un lugar muy iluminado y muy regular. Se  manifiestan, pues, tres facetas primordiales, tres cualidades concretas  que la luz focal del Oriente contenía en sí de modo indistinto hasta ese  momento. Resaltemos también que esa manifestación de la luz se  despliega, no de cualquier manera, sino en un orden determinado, de  forma jerárquica, y que ese orden, como el de todo el rito, es altamente  significativo, pues nos recuerda explícitamente el orden que rige el  Cosmos y el que nos rige a nosotros mismos en tanto seres manifestados.  Al pasar de las tinieblas a la luz nos acomodamos a ese orden, lo  re-conocemos y lo re-actualizamos, puesto que lo vemos reflejado en el  orden simbólico del templo.
Por otro lado, la frase que el V.·.  M.·. pronuncia al abrir los trabajos alude también al ritual de  iniciación. En efecto, cuando el postulante ha realizado su primer  juramento de silencio se transforma en neófito y en ese estado,  particularmente germinal, se le lleva entre columnas, aún con los ojos  vendados, y allí el H.·. 1er. Vig.·. solicita que la venda le sea  quitada, que vea y medite; entonces el V.·. M.·. ordena: que la luz le  sea dada. Sin embargo, esta primera recepción de la luz es sólo  provisional, momentánea, puesto que el neófito es vendado de nuevo y  llevado fuera del templo. Aún se producirá una segunda transmisión de la  luz, esta vez de carácter definitivo y definitorio, puesto que se  podría decir que constituye la iniciación propiamente dicha, en la cual  el neófito es colocado en la cadena de unión y sólo allí, una vez que ha  sido juzgado digno de ello, la luz le será dada de nuevo, tras haber  sido invocada por todos los miembros del taller, es decir, por todos  aquellos que tienen cualidad para servirle de soporte y para  transmitírsela. Por último, el neófito es conducido a Oriente, a la  fuente misma de la luz, donde el V.·. M.·. lo consagra, instituye y  recibe, es decir, consolida en él la luz que acaba de recibir, de modo  que deja de ser neófito para pasar a ser ya Aprendiz. Desde ese momento,  podría decirse que ya no actúa por sí mismo sino en función del  principio lumínico que le ha sido transmitido y lo ha generado de nuevo,  el cual no es otra cosa más que la presencia espiritual del G.·. A.·.  D.·. U.·.. Por eso reza la instrucción que:
Un  masón es un hombre libre y de buenas costumbres...., el hombre libre es  el
que, después de haber enterrado los prejuicios de lo vulgar, se ha  visto renacer
a la vida nueva que confiere la Iniciación. 
Así  pues, el Aprendiz ha recibido la iniciación a través de la transmisión  de la luz, y para ello se ha comprometido bajo juramento a guardar un  secreto. A este respecto, en ciertas versiones de la instrucción del  primer grado se nos dice:
¿En qué consisten los  secretos de la Orden?
En el conocimiento de las
verdades, de  las que los símbolos masónicos son la traducción sensible. 
por  otro lado, también se nos dice que:
La luz sólo  ilumina al espíritu humano cuando nada se opone al resplandor.
Mientras  la ilusión y los prejuicios nos ciegan, la oscuridad reina en nosotros
y  nos convierte en insensibles al resplandor de lo verdadero.
¿Qué  se puede deducir de estas dos frases?: que las verdades que la  Masonería resguarda bajo secreto sólo pueden conocerse a través de los  símbolos, que son su traducción sensible, y a través del abandono  radical de la ilusión y los prejuicios que nos ciegan. Dichas verdades  resplandecen, es decir, están contenidas en la luz, son la luz misma.  Para conocerlas hay que participar de su luz, y esa participación de la  luz, esa iluminación, solamente puede darse realmente a través del  espíritu y en el espíritu. De otro modo, la oscuridad reina en nosotros.
Otra  frase de la instrucción nos indica más claramente aún en qué consiste  ese conocimiento luminoso:
El Oriente indica la  dirección de donde procede la luz y el occidente la región
donde  termina. El occidente representa, pues, el mundo visible que perciben  los
sentidos... El Oriente, al contrario, representa el mundo  intelectual que no se
revela más que al espíritu... 
El  conocimiento de las verdades que la Masonería nos propone implica,  pues, un proceso gradual, un viaje por las vías que nos han sido  trazadas, que va de occidente a Oriente, es decir, del mundo visible que  perciben los sentidos al mundo intelectual que sólo se revela al  espíritu. Se trata, así, de recorrer en sentido inverso el mismo camino  que la luz ha trazado para revelarse y forjar el Cosmos. Esto queda  patente una vez más en otro significativo fragmento de la instrucción:
¿Qué  significa la marcha del Aprendiz?
El celo que debemos mostrar  yendo
hacia la luz.
Como intermediarios en ese  camino de conocimiento se nos presentan los símbolos. Éstos, pues, unen,  como su propio nombre indica 
[1],  lo sensible con lo inteligible, y participan de ambas naturalezas  simultáneamente; en ese sentido, son como canales permeables que debemos  penetrar y que, a la vez, deben penetrarnos. Nuestro trabajo con los  símbolos, por tanto, no puede ni debe reducirse exclusivamente a  contemplar de modo pasivo su mera apariencia externa, como si fuesen  objetos decorativos más o menos bellos. Eso sería limitarse y limitarlos  erróneamente a su faceta cortical, sensible, estética, cuando  claramente se nos indica todo lo contrario, esto es, que con su ayuda  instrumental podemos y debemos alcanzar el Oriente, el mundo  intelectual, el lugar del que procede la luz que se revela únicamente al  espíritu.
¿Qué se nos sugiere con esto?. De entrada, se está  identificando claramente al espíritu con el intelecto, puesto que se nos  dice que el conocimiento real es el conocimiento de la luz, y que éste  no se limita al conocimiento de lo sensible sino que, lejos de ser  rechazado, y lejos también de constituir el único objeto de  conocimiento, lo sensible debe ser situado en el lugar y el sitio que le  corresponde, esto es, tiene que ser re-integrado, reabsorbido en su  fuente intelectual, o lo que es lo mismo, espiritual.
Desde esta  perspectiva, es evidente que el conocimiento limitado a la realidad  sensible es solamente propio del mundo profano (o incluso, podría  precisarse, de una determinada concepción profana de las cosas) pues en  él, como dice también la instrucción: las verdades esenciales están  rodeadas de sombras espesas, los prejuicios y la ignorancia lo dominan.  Sus métodos son vulgares, incorrectos, parciales, están viciados de  entrada y no pueden tener sitio dentro de un templo sagrado ni, por lo  tanto, en una logia masónica. Cabe recordar, a este respecto, que los  deberes de un masón son dos: huir del vicio y practicar la virtud; y  también conviene no olvidar que la virtud se practica prefiriendo la  Justicia y la Verdad a todas las cosas. La búsqueda de la verdad y de la  justicia y la búsqueda de la luz son, por lo tanto, esencialmente la  misma cosa. Hemos visto que la luz procede del mundo intelectual o  inteligible, esto es, que sólo el intelecto puede captar la luz y, por  consiguiente, conocer la verdad y aplicar la justicia. Nos quedaría por  discernir, entonces, qué significa exactamente “intelecto”, y qué son la  verdad y la justicia que deben preferirse o elegirse para poder  practicar la virtud y de este modo huir del vicio 
[2].
A este respecto, es necesario, en  primer lugar, distinguir claramente entre intelecto y razón, pues ambas  facultades suponen modos de conocimiento diversos que generalmente se  confunden. En efecto, ya el filósofo griego Aristóteles expresaba esta  diferencia de la siguiente manera:
“entre los modos  de la inteligencia, en virtud de los cuales alcanzamos la
verdad, hay  unos que son siempre verdaderos y otros que pueden caer en el error.
El  razonamiento está en este último caso, pero el intelecto es siempre  conforme
a la verdad y nada hay más verdadero que el intelecto” [3].
El maestro cristiano santo Tomás de  Aquino, conocido aristotélico, nos ofrece por su parte otra definición  aún más reveladora:
“Razón designa un discurrir por  el cual el alma humana llega a conocer una cosa
a partir de otra,  pero intelecto designa un conocimiento simple y absoluto, de
modo  inmediato, en una primera y súbita captación, sin movimiento o discurso
alguno”  [4]. 
Aristóteles, asimismo,  sitúa al intelecto por encima de la ciencia:
“Siendo  los principios más notorios que la demostración, y estando toda ciencia
acompañada  de razonamiento, el conocimiento de los principios no es una ciencia.
Por  otra parte, sólo el intelecto es más verdadero que la ciencia; por lo  tanto,
los principios pertenecen al intelecto. Los principios no se  demuestran, sino
que se percibe directamente su verdad” [5] .
En definitiva, lo que se nos está  diciendo de forma sumamente explícita, aunque desgraciadamente haya  caído después durante siglos en el saco sin fondo del olvido, es que,  por encima y más allá del conocimiento puramente racional, se encuentra  el intelecto y el modo de conocimiento que le es propio, que es capaz de  captar de manera integral, inmediata, directa e infalible, los  principios de todas las cosas, mientras que, por su parte, el  conocimiento racional es el propio de la ciencia y se caracteriza por  ser distintivo, discursivo, deductivo, mediato, limitado y falible, es  decir, que puede ser erróneo, engañoso y, en cualquier caso, incompleto. Cabe  añadir que el modo de conocimiento propio del intelecto es  suprarracional e intuitivo: percibe directamente la realidad sin  necesidad de instrumentos intermediarios de ningún tipo; por lo tanto,  el conocimiento intelectual (valga el pleonasmo) es el conocimiento por  excelencia, lo que en las tradiciones orientales ha sido denominado, por  ejemplo, con el término Jñâna, y en las occidentales con el de Gnosis.
Podemos  agregar, además, que es del todo imposible comprender la significación  real de esa clase de conocimiento “racionalmente”: ningún discurso puede  expresarla, ni mucho menos contenerla, puesto que queda más allá del  ámbito de las palabras. Todo cuanto pueda decirse, por rico, bello o  profundo que sea o pretenda ser, tan sólo dará una idea más o menos  aproximada, luego inadecuada e incompleta, de su realidad y de su  verdadero alcance. Ese es el motivo por el cual se emplean los símbolos  como medio de acceso gradual a ese tipo de conocimiento: ellos son un  modo de expresión menos limitado que las palabras, es decir, más  elocuente que éstas, aunque sea mudo 
[6], y mucho más adecuado para enterrar los prejuicios de  lo vulgar, único modo de llegar a ser un hombre libre, como ya hemos  visto anteriormente que se nos enseñaba en la instrucción.
Podríamos  decir, por tanto, que el simbolismo es el lenguaje más adecuado para  elevarse a las realidades que el intelecto puede captar directamente. Se  ha dicho del simbolismo, a este respecto, que es “el lenguaje del  silencio” 
[7] y ello  puede entenderse cuando menos en un doble sentido: por un lado, que el  hombre debe silenciarse a sí mismo en tanto ser individual, esto es,  debe detener completamente toda agitación de origen sensorial y mental,  para poder captar el significado profundo de los contenidos que el  símbolo transmite y, por otra parte, que la realidad inefable, luego  silenciosa en su naturaleza última, es capaz de prorrumpir en una  multitud indefinida de formas y manifestarse de modo simbólico.
De  esto modo, podríamos decir que la propiedad característica del  simbolismo sagrado y, por tanto, su aplicación al ámbito de la  iniciación, es la de poner en relación mutua todos los posibles niveles  de la realidad y, en particular el individual y el universal, entre los  que se desarrolla el proceso de realización efectiva. Ahora bien, un  primer acercamiento racional y discursivo, luego meramente especulativo,  al significado del simbolismo, no sólo no es imposible sino que incluso  podría afirmarse que es inevitable y no tiene en sí mismo nada  negativo, siempre y cuando no se pierda de vista que esa primera lectura  es, si está bien orientada, simplemente preparatoria, luego incompleta,  superficial, limitada y no agota en absoluto todos los significados que  el símbolo vehicula.
Por otro lado, cabe señalar un segundo  nivel de aproximación a las realidades que el símbolo expresa, y que  consiste en su “vivencia” o su “incorporación”, valga la expresión, a  través del rito, que no es, como se sabe, sino un conjunto de símbolos  puestos en acción, luego un modo particular de expresión simbólica. En  este sentido cabe decir que todo gesto ritual es simbólico por su propia  naturaleza y, por lo tanto, un medio de conocimiento cuya finalidad  consiste en llevar a término la “rectificación” de la individualidad  psico-física
[8] (tornándola  absolutamente “cristalina” y “transparente” a la presencia y a la  actividad del intelecto) o, desde otra perspectiva, un medio de rescatar  al intelecto de su estado latente, único modo de proceder al trabajo de  “desobstaculización espiritual” que representa el desbastado de la  piedra bruta. 
[9]
Así  pues, una trabajo ritual correcto y bien orientado debería tener  forzosamente como consecuencia preliminar una comprensión de su  naturaleza que debería ir dejando de ser puramente mental y exterior,  para tornarse gradualmente intelectual en el verdadero sentido del  término o, si se quiere, menos discursiva y más intuitiva, menos  especulativa y más operativa, menos virtual y más efectiva. A ello  podría contribuir una cierta extensión del trabajo iniciático a nivel  particular y, por lo tanto, más allá del ámbito colectivo realizado  periódicamente dentro del templo, tal y como reza esta frase del ritual  de clausura de logia, susceptible de interpretarse en ese sentido:
Que  la luz que ha iluminado nuestros trabajos continúe brillando en  nosotros,
para acabar fuera la obra empezada en el Templo, pero que  permanezca oculta a
las miradas profanas.
Cabe  recordar también, no obstante, que llegado el momento, como  intermediarios y catalizadores que son, los propios símbolos deberán ser  oportunamente abandonados para que a su vez no se conviertan en un  obstáculo a la plena realización espiritual. Por eso se dice que el  conocimiento intelectual o, mejor dicho, el conocimiento a secas, aquel  que merece en propiedad tal nombre, el verdadero ámbito del espíritu, en  definitiva, es “secreto”, dado que, en última instancia, existe un  “paso al límite” cuya superación es incomunicable: cada uno debe  realizarlo en sí mismo para saber qué resguarda verdaderamente,  aboliendo cualquier tipo de obstáculo, ya sea interior o exterior, que  se oponga a él 
[10].
Esto  nos lleva a añadir algunas consideraciones acerca de los términos  “verdad” y “justicia”, cuyo significado profundo va también mucho más  allá del ámbito estrictamente moral o político-social. Puede afirmarse  que, en cierto sentido, ambas palabras son inseparables, casi se podría  decir que sinónimas, sobre todo si nos atenemos a la etimología de  algunas lenguas antiguas. En efecto, resulta, por un lado, que tanto en  árabe como en hebreo, la raíz Haq significa simultáneamente “verdad” y  “justicia” mientras que, por otra parte, para los antiguos egipcios, el  término Mâ o Maât, también significaba al mismo tiempo ambas cosas 
[11]. Otra forma de la misma  raíz, Hak, está relacionada con la Sabiduría divina (Hokmah, en hebreo),  mientras que en árabe cabe recordar también el nombre divino El-Haqq,  el Verdadero, así como el término haqîqah, la Verdad, que es  precisamente el objetivo final al que conduce la tarîqah, esto es, la  vía iniciática.
Podemos someramente vislumbrar, de este modo, que  preferir la Justicia y la Verdad a todas las cosas significa, ni más ni  menos, proseguir la vía iniciática denodadamente hasta alcanzar su fin,  sin cejar y sin apartarse de las vías que nos han sido trazadas, pues  en caso contrario es en realidad imposible huir del vicio 
[12]. Sin duda es para ello  necesario un esfuerzo, esto es, una aplicación de la Fuerza (que no en  vano se dice que sostiene el templo), un trabajo hecho con fuerza y  vigor, en definitiva, una práctica de la virtud.
Finalmente, en  lo que se refiere a la expresión huir del vicio, convendría reconocerle  un alcance más bien de orden cosmológico y metafísico que simplemente  moral. No se trata tan sólo del cumplimiento adecuado de una serie de  reglas de conducta establecidas en función de un criterio determinado,  aspecto éste perfectamente legítimo en cualquier caso y que la  Masonería, desde luego, como cualquier otra vía iniciática genuina,  también contempla, sino que concierne más bien, a nuestro juicio, a la  eliminación de la causa radical del vicio, causa que, en su naturaleza  última, no es solamente una inclinación desviada de la voluntad o una  debilidad de carácter, sino un defecto íntimo y sustancial de la propia  constitución fundamental del individuo que debe y puede ser identificado  y eliminado o, cuando menos, anulado y remitido a un estado que no  impida la realización iniciática 
[13].
Pero  extendernos acerca del significado de esta última afirmación nos  llevaría demasiado lejos del marco que nos hemos propuesto desarrollar  en este modesto trabajo. Para ello sería necesario entrar a considerar  con cierta amplitud determinadas cuestiones, tanto de orden cosmológico  como antropológico, que a buen seguro nos conducirían a poder vislumbrar  mejor la realidad de algo teóricamente tan conocido para un masón como  es el trabajo de desbastado de la piedra bruta. En efecto, nos dice la  instrucción a este respecto:
¿Cuál es la Piedra  bruta?
El profano, producto grosero de la naturaleza,
que el  arte de la Masonería debe pulir y transformar.
Sin  embargo, investigar un poco más detenidamente la naturaleza profunda de  este arte operativo quizá encontrará un lugar más adecuado en otra  ocasión, si el G.·. A.·. D.·. U.·. así lo dispone.
Notas:
[1] Es sabido que la palabra  “símbolo” proviene del griego sýmbolon que a su vez deriva de symbállô ,  “yo junto, hago coincidir”. Cf. Joan Corominas, Breve diccionario  etimológico de la lengua castellana, Editorial Gredos.
[2] El término “vicio” proviene  del latín vitium, “defecto, falta, vicio”, que también puede  relacionarse con el significado de la palabra “pecado”, de peccare,  “fallar, faltar”. Por otra parte, “virtud” proviene de virtus,  propiamente “fortaleza de carácter” y está relacionado directamente con  vir, viri, “varón”. Cf. Corominas, op. cit.
[3] Segundos Analíticos, II, 19, 100 b.
[4] De Veritate, q. XV, a. 1
[5] op. cit.
[6] No obstante, cabe señalar  que no todo símbolo es estrictamente “mudo”, puesto que en toda  tradición sagrada existen símbolos verbales de extraordinaria  importancia y la Masonería no es menos, tampoco, en ese aspecto.
[7] Cf. René Guénon, Aperçus  sur l’initiation, cap.XVII, nota, Éditions Traditionnelles.
[8] Recuérdese el significado  del acróstico hermético VITRIOL, que decora la Cámara de Reflexión en  algunos Ritos.
[9] Cf.  René Guénon, op. cit., caps. XVI, XXIV y XXXI. Como hemos dicho, es la  luz recibida en la iniciación la que faculta al Aprendiz para desbastar  la piedra bruta, puesto que ya no actúa de motu proprio, es decir, según  su voluntad individual, sino en función de la Voluntad del G.·. A.·.  D.·. U.·. que es, precisamente, el Principio espiritual del que procede  la luz que ilumina nuestros trabajos.
[10] Este “paso al límite” está directamente relacionado  con el significado profundo de la “leyenda del Maestro Hiram” que se  pone en acción en el rito de elevación al grado de Maestro.
[11] Cf. René Guénon, El Rey del  Mundo, cap. VI, Ediciones Paidós.
[12] Señalemos, como curiosidad inter-tradicional, que “la  práctica denodada del discernimiento de la vía” y la incesante  indagación de “la naturaleza de las palabras”, son las dos facetas del  método Zen que un viejo Tenzo (monje cocinero) enseñó en su juventud al  gran maestro medieval japonés Dogen recién llegado a China. Cf. Aigo  Castro, Las enseñanzas de Dogen, Editorial Kairós, 2002.
[13] A este respecto, cf. Víctor  Pascual, El Arte de Glauco (I), en la revista Letra y Espíritu, nº 22,  Junio 2007.
Gracias a J.Bosch