Bienvenida

‘Dijo Elokim: Haya luz y hubo luz.’ Génesis 1:3

Que la gran luz del entendimiento ilumine nuestros cerebros y purifique nuestros corazones , a fin de que en un ambiente de intelectualidad y de perfecta fraternidad , nos entreguemos a buscar los senderos de nuestra propia superación. Eusebio Baños Gómez

Página del día

LA LUZ PRESTADA - El Espía de DIOS

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lunes, 20 de diciembre de 2010

Salmo 115


¡No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu amor y tu fidelidad!
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
y hace todo lo que desea.
Sus ídolos son plata y oro,
obra de manos humanas:

tienen boca y no hablan,
tienen ojos y no ven,
tienen oídos y no oyen,
tienen nariz y no huelen,

tienen manos y no tocan,
tienen pies y no andan,
no tiene voz su garganta.
¡Los que los hacen son como ellos,
todos los que en ellos confían!

¡La casa de Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo!
¡La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo!
¡Los que temen al Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo!

Que el Señor se acuerde de nosotros
y nos bendiga:
-bendiga a la casa de Israel,
-bendiga a la casa de Aarón,
-bendiga a los que temen al Señor,
pequeños y grandes.

¡Que el Señor os multiplique,
a vosotros y a vuestros hijos!
¡Que os bendiga el Señor,
que hizo el cielo y la tierra!
El cielo pertenece al Señor,
pero la tierra se la ha dado a los hombres.

Una maravillosa MONEDA ROMANA.


Una nueva perspectiva sobre la naturaleza astrológica de la estrella llegó, cuando nadie lo esperaba, de una moneda romana emitida en Antioquía cerca de la fecha de nacimiento de Jesús.

La moneda, de bronce, muestra un signo astrológico, el carnero de Aries, debajo de una estrella. La inscripción reza así: "del pueblo de la metrópoli de Antíoco".

La Biblia de la astrología, el Tetrabiblos de Claudio Ptolomeo (h. 150), nos cuenta cómo Aries controla la actividad humana en Judea, Samaria, Idumea, Coele-Siria y Palestina (lugares que pertenecen todos al reino de Herodes).
Es posible que la moneda conmemorara la incorporación, en el año 6, de Judea a la Siria romana, cuya capital era Antioquía. Es decir, la estrella encima del carnero simboliza el nuevo destino de Judea bajo el control de la romana Antioquía. Pero la importancia de la moneda recae en el hecho de que muestra que los astrólogos habrían visto en el carnero de Aries el nacimiento de un rey en Judea.

Las fuentes astrológicas no sólo nos dicen dónde vieron los astrólogos la llegada de un nuevo rey para los judíos, sino que también nos explican qué estrella anunciaba el nacimiento del rey. Y esta estrella regente era la de Zeus, concretamente el planeta Júpiter. El tiempo óptimo para que Júpiter concediera realezas era cuando el planeta se elevaba como un lucero del alba, que en términos astrológicos significa en Oriente.

Al examinar el marco temporal probable para el nacimiento de Jesús, descubrimos un día único y extraordinario. El 17 de abril del año 6 a.C. Júpiter emergió por el este en el signo de Aries. La Luna también estaba en Aries y se dirigía directamente a Júpiter, al que debió llegar a acercarse mucho. (Cálculos modernos revelan que la Luna ocultó a Júpiter).

Además, el Sol estaba en Aries, donde estaba "exaltado", otra condición poderosa para el nacimiento de un rey. Incluso Saturno estaba presente, lo que presagiaba de manera increíble el nacimiento de un gran rey en Judea. Un astrólogo romano y cristiano, Firmico Materno (h. 334), citó estas mismas condiciones de Aries como indicadores del nacimiento de una persona "divina e inmortal".

Júpiter realizó algo más que atrajo a los magos. Este planeta abandonó Aries pero invirtió el sentido de su movimiento cuando se encontró entre las estrellas. Júpiter regresó a Aries donde se mantuvo estacionario durante varios días a finales del año 6 a.C. Los astrónomos modernos se refieren a la descripción de Mateo hablando de movimiento retrógrado: una ilusión óptica producida cuando la Tierra pasa a Júpiter en el sistema solar. La estación de Júpiter en Aries era otra indicación que parecía apuntar los grandes acontecimientos que se produjeron en Judea, que llenaron de alegría a los magos: creyeron que, en efecto, encontrarían al nuevo rey en Belén.

La Navidad.


Para los cristianos, los no cristianos son paganos.
Para los musulmanes, los no mulsulmanes son infieles.
Para los judíos, los no judíos (de religión) son gentiles.
Para los masones, los no masones son profanos.

La realidad es que la condición de masón no implica negación de una u otra religión. Para los adherentes al Islam y al Vaticano si está expresa la prohibición de ser masones y al mismo tiempo católicos o musulmanes.

Pero para el masón de fe y convicción NO.La masonería no es excluyente, sino incluyente.

En muchos lugares, la mayoría de los masones somos cristianos porque nacimos y crecimos en familias cristianas, ya católicas o ya evangélicas.

Pensamos que, por lo tanto, en mensaje sublime de Jesús, el Cristo, es perenne y no se opone al mensaje de la masonería.

Pensamos que se puede ser masón y cristiano a la vez.

La verdadera NAVIDAD no es una fecha ni un festejo, y las fiestas, tan tradicionales en nuestros paises, no son festines ni bailongos, sino simbolismo sublime de cristianismo.

Dejar que Jesús impregne nuestras vidas es asumir el paso de la Escuadra al Compás.

El Reino de Dios proclamado por Jesús es en realidad el reino del Compás, esto es, de lo sutil, lo sublime, lo excelso, o dicho de otra manera: el abandono del mundo material y de deseos para abrazar el Reino del Espíritu.

La Navidad se inicia con la Noche Buena y concluye, por decirlo así, el 6 de enero, con el advenimiento de los Reyes Magos.

Pero en en el fondo, la Navidad debe ser una fiesta del espíritu, una fiesta de todos los días del año: Jesús debe renacer en nuestros corazones todos los días. Así de simple, y así de complejo.

FELIZ NAVIDAD

¿QUÉ HACES, ........?


En una cantera trabajaban tres hombres y un día llegó su Maestro a visitarlos.
El Maestro Arquitecto se acerca al primer cantero y le pregunta: ¿Qué estás haciendo?
El cantero le contesta de mala manera:
- "Picando piedras".
El Maestro Arquitecto se acerca al segundo cantero y le hace la misma pregunta.
Éste contesta:
-"Estoy dando forma a estas piedras".
Finalmente, el Maestro de la Logia se acerca al tercer picapedrero y le formula la misma pregunta: ¿Qué estas haciendo?
El picapedrero, que estaba trabajando con mucho ahínco y fe, le contesta muy entusiasmado:
-ESTOY CONSTRUYENDO UNA CATEDRAL"

Mira lo que está dentro.


Siempre vemos lo que está mal con las personas. Eso es fácil.
Pero no es tan fácil penetrar dentro del corazón de lo que es bueno acerca de una persona.
El gran Kabbalista del siglo XX, Rav Yehudá Brandwein, enseñó a sus estudiantes a mirar el punto interior dentro de una persona; ver más allá de lo externo y mirar el alma. A menudo decía:

"No mires el envase, mira lo que está dentro".

Hoy, cuando estés en una reunión o en una fila o sentado durante la cena con un amigo o mirándote fijamente en el espejo, busca lo bueno dentro de las personas que miras.
Mira la belleza y la santidad dentro de ellas.
Encuentra lo positivo; está allí si miras con la suficiente atención.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Cuento de Nochebuena. Rubén Darío.


El hermano Longinos de Santa María era la perla del convento. Perla es decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguiéndose en ornar de mayúsculas los manuscritos, como en la cocina hacía exhalar suaves olores a la fritanga permitida después del tiempo de ayuno; así servía de sacristán, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vísperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla.

Mas su mayor mérito consistía en su maravilloso don musical; en sus manos, en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conocía como él aquel sonoro instrumento del cual hacía brotar las notas como bandadas de aves melodiosas; ninguno como él acompañaba, como poseído por un celestial espíritu, las prosas y los himnos, y las voces sagradas del canto llano.

Su eminencia el cardenal —que había visitado el convento en un día inolvidable— había bendecido al hermano, primero, abrazádole enseguida, y por último díchole una elogiosa frase latina, después de oírle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba, estaba iluminado por la más amable sencillez y por la más inocente alegría.

Cuando estaba en alguna labor, tenía siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pájaritos de Dios. Y cuando volvía, con su alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el sol, en su cara se veía un tan dulce resplandor de jovialidad, que los campesinos salían a las puertas de sus casas, saludándole, llamándole hacia ellos: "¡Eh!, venid acá, hermano Longinos, y tomaréis un buen vaso..." Su cara la podéis ver en una tabla que se conserva en la abadía; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un tantico levantada, en una ingenua expresión de picardía infantil, y en la boca entreabierta, la más bondadosa de las sonrisas.

Avino, pues, que un día de navidad, Longinos fuese a la próxima aldea...; pero ¿no os he dicho nada del convento? El cual estaba situado cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta floresta, en donde, antes de la fundación del monasterio, había cenáculos de hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas que favorece el poder del Bajísimo, de quien Dios nos guarde. Los vientos del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de las noches o en los serenos crepúsculos, ecos misteriosos, grandes temblores sonoros..., era el órgano de Longinos que acompañando la voz de sus hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un día de navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada en la frente y exclamó, lleno de susto, impulsando a su caballería paciente y filosófica:

—¡Desgraciado de mí! ¡Si mereceré triplicar los cilicios y ponerme por toda la viada a pan y agua! ¡Cómo estarán aguardándome en el monasterio!

Era ya entrada la noche, y el religioso, después de santiguarse, se encaminó por la vía de su convento. Las sombras invadieron la Tierra. No se veía ya el villorrio; y la montaña, negra en medio de la noche, se veía semejante a una titánica fortaleza en que habitasen gigantes y demonios.

Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater y ave, advirtió con sorpresa que la senda que seguía la pollina, no era la misma de siempre. Con lágrimas en los ojos alzó éstos al cielo, pidiéndole misericordia al Todopoderoso, cuando percibió en la oscuridad del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color de oro, que caminaba junto con él, enviando a la tierra un delicado chorro de luz que servía de guía y de antorcha.

Diole gracias al Señor por aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del profeta Balaam, su cabalgadura se resistió a seguir adelante, y le dijo con clara voz de hombre mortal: 'Considérate feliz, hermano Longinos, pues por tus virtudes has sido señalado para un premio portentoso.' No bien había acabado de oír esto, cuando sintió un ruido, y una oleada de exquisitos aromas. Y vio venir por el mismo camino que él seguía, y guiados por la estrella que él acababa de admirar, a tres señores espléndidamente ataviados.

Todos tres tenían porte e insignias reales. El delantero era rubio como el ángel Azrael; su cabellera larga se esparcía sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de piedras preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandecía sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados, de riquísima manera, aves peregrinas y signos del zodiaco. Era el rey Gaspar, caballero en un bello caballo blanco.

El otro, de cabellera negra, ojos también negros y profundamente brillantes, rostro semejante a los que se ven en los bajos relieves asirios, ceñía su frente con una magnífica diadema, vestía vestidos de incalculable precio, era un tanto viejo, y hubiérase dicho de él, con sólo mirarle, ser el monarca de un país misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el rey Baltasar y llevaba un collar de gemas cabalístico que terminaba en un sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con singular aire de majestad; formábanle un resplandor los rubíes y esmeraldas de su turbante.

Como el más soberbio príncipe de un cuento, iba en una labrada silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron sus majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de mística complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.

Y sucedió que —tal como en los días del cruel Herodes— los tres coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un pesebre, en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina María, el santo señor José y el Dios recién nacido. Y cerca, la mula y el buey, que entibian con el calor sano de su aliento el aire frío de la noche. Baltasar, postrado, descorrió junto al niño un saco de perlas y de piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas ofreció los más raros ungüentos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de marfiles y de diamantes...

Entonces, desde el fondo de su corazón, Longinos, el buen hermano Longinos, dijo al niño que sonreía:

—Señor, yo soy un pobre siervo tuyo que en su covento te sirve como puede. ¿Qué te voy a ofrecer yo, triste de mí? ¿Qué riquezas tengo, qué perfumes, qué perlas y qué diamantes? Toma, señor, mis lágrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.

Y he aquí que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los ungüentos y resinas; y caer de sus ojos copiosísimas lágrimas que se convertían en los más radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y de la fe; todo esto en tanto que se oía el eco de un coro de pastores en la tierra y la melodía de un coro de ángeles sobre el techo del pesebre.

Entre tanto, en el convento había la mayor desolación. Era llegada la hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con sorprendida tristeza. ¿Qué desgracia habrá acontecido al buen hermano?

¿Por qué no ha vuelto de la aldea? Y es ya la hora del oficio, y todos están en su puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y sublime organista... ¿Quién se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin música, todos empiezan el canto dirigiéndose a Dios llenos de una vaga tristeza...

De repente, en los momentos del himno, en que el órgano debía resonar... resonó, resonó como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas, excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual, de aquel órgano que parecía tocado por manos angélicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia...

El hermano Longinos de Santa María entregó su alma a Dios poco tiempo después; murió en olor de santidad. Su cuerpo se conserva aún incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial, labrada en mármol.

El ángel caído, Amado Nervo.


Sin duda este cuento  modernista  se abre al lector a partir de un hecho inusual, un hecho inexplicable, que remonta al lector a su niñez,  a través de la fórmula fática: Érase una vez…

El lector siente como si acompañase a los protagonistas con una cámara y va percatándose de que esa inusual comitiva sólo es observada por el poeta, el resto de personas, enfrascados en sus quehaceres, no les presta atención. El niño y el ángel traban amistad, se tutean, se tratan con cariño. 

El cuento está escrito de forma impecable, los diálogos son muy bellos, las relaciones que se establecen son plásticas y están contadas de forma transparente y diáfana, incluso con algunos guiños al lector, apelaciones implícitas en el tejido narrativo para que siga leyendo. Es curiosa la expresión niágaras de oro. 

El neologismo (niágaras) aparece reforzado hiperbólicamente gracias a ese “ fantásticamente” que le precede y que claramente apela al ensueño, a la fábula; por otra parte, se alude a la fuerza del sol que pincela el espacio hasta dotarlo de un cromatismo sensitivo, propio de los modernistas.

El final de la historia alude a la necesaria libertad artística, al deseo de auscultar un mundo que sitúa al otro lado de la bóveda celesta; un mundo que se extiende como un bálsamo, un sueño para el poeta que se eleva para evadirse de la oscuridad que le rodea. 

En esa apremiante elevación está la clave de la historia; aquél que busca la expresión poética debe alejarse de la mediocridad, debe ascender, debe acopiarse de todos los procedimientos estilísticos para lograr ese estilo nuevo que fusiona todas las corrientes estilísticas y que apela a constituirse en un nuevo clasicismo, un lenguaje que se ofrezca a las generaciones posteriores como una fruta madura.

Lo que te pedimos en este caso es que transformes la historia, de manera que el personaje del poeta, adquiera entidad propia, un rol transcendente.  El cuento cambiará sustancialmente si el poeta se convierte en el hacedor de la nueva suerte que corre el ángel, si escuchamos cómo conversa con el niño y el ángel.   

Lo más importante es que mantengas el estilo modernista, que te adaptes al tono de la historia, que juegues con las palabras, hasta conseguir esa naturalidad, esa transparencia en el uso de la palabra, una palabra precisa, lanzada como un dardo certero y elegante.

      Cuento de navidad, dedicado a mis amores, Sandrita, su tesoro Tysson y Lucianita.

Érase un ángel que, por retozar más de la cuenta por una nube crepuscular teñida de violetas, perdió pie y cayó lastimosamente sobre la tierra.
Su mala suerte quiso que en vez de dar sobre el fresco césped, diese contra bronca piedra, de modo y manera que el cuitado se estropeó un ala, el ala derecha, por más señas.
Allí quedó despatarrado, sangrando, y aunque daba voces de socorro, como no es usual que en la tierra se comprenda el idioma de los ángeles, nadie acudía en su auxilio.
En esto acertó a pasar no lejos un niño que volvía de la escuela, y aquí empezó la buena suerte del caído, porque como los niños sí pueden comprender la lengua angélica ( en el siglo XX mucho menos, pero en fin), el chico allegóse al mísero, y sorprendido primero y compadecido después, tendióle la mano y le ayudó a levantarse.
Los ángeles no pesan y la leve fuerza del niño bastó y sobró para que aquél se pusiese en pie.
Su salvador ofrecióle el brazo y vióse entonces el más raro espectáculo; un niño conduciendo a un ángel por los senderos de este mundo.
Cojeaba el ángel lastimosamente, ¡es claro! Acontecíale lo que acontece a los que nunca andan descalzos: el menor guijarro le pinchaba de un modo atroz. Su aspecto era lamentable. Con el ala rota, dolorosamente plegada, manchado de sangre y lodo el plumaje resplandeciente, el ángel estaba para dar compasión.
Cada paso le arrancaba un grito; los maravillosos pies de nieve empezaban a sangrar también.
-No puedo más – dijo al niño.
Y éste, que tenía su miaja de sentido práctico, respondíole:
-A ti ( porque desde un principio se tutearon), a ti lo que te falta es un par de zapatos. Vamos a casa, diré a mamá que te los compre.
-¿ Y qué es eso de zapatos?- preguntó el ángel.
-Pues mira- contestó el niño mostrándole los suyos… algo que yo rompo mucho y que me cuesta buenos regaños.
-¿Y yo he de ponerme eso tan feo?...
-Claro… ¡ o no andas! Vamos a casa. Allí mamá te frotará con árnica y te dará calzado.
-Pero si ya no me es posible andar…, ¡cárgame!
-¿Podré contigo?
-¡Ya lo creo!
Y el niño alzó en vilo a su compañero,  sentándolo en su hombro, como lo hubiera hecho un diminuto San Cristóbal.
-¡Gracias! – suspiró el herido-: qué bien estoy así… ¿Verdad que no peso?
-¡Es que yo tengo fuerzas! – respondió el niño con cierto orgullo y no queriendo confesar que su celeste fardo era más ligero que uno de plumas.
En esto se acercaban al lugar, y os aseguro que no era menos peregrino ahora que antes el espectáculo de un niño que llevaba en brazos a un ángel, al revés de lo que nos muestran las estampas.
Cuando llegaron a la casa, sólo unos cuantos curiosos les seguían. Los hombres, muy ocupados en sus negocios, las mujeres que comadreaban en las plazuelas y al borde de las fuentes, no se habían percatado de que pasaba un niño y un ángel. Sólo un poeta que divagaba por aquellos contornos, asombrado, clavó en ellos los ojos y sonriendo bastamente les siguió durante buen espacio de tiempo con la mirada… Después se alejó pensativo…
Grande fue la piedad de la madre del niño, cuanto éste le mostró a su alirroto compañero.
-¡Pobrecillo!- exclamó la buena señora-; le dolerá mucho el ala, ¿eh?
El ángel  al sentir que le hurgaban la herida, dejó oír un lamento armonioso. Como nunca había conocido el dolor, era más sensible  a él que los mortales, forjados para la pena.
Pronto la caritativa dama le vendó el ala, a decir verdad, con trabajo, porque era tan grande que no bastaban los trapos; y más aliviado y lejos ya de las piedras del camino, el ángel pudo ponerse en pie y enderezar su esbelta estatua.
Era maravilloso de belleza. Su piel translúcida parecía iluminada por suave luz interior y sus ojos, de un hondo azul de incomparable diafanidad, miraban de manera que cada mirada producía un éxtasis.
-Los zapatos, mamá, eso es lo que le hace falta. Mientras no tenga zapatos, ni María ni yo ( maría era su hermana) podremos jugar con él – dijo el niño.
Y eso era lo que interesaba sobre todo: jugar con el ángel.
A María, que acababa de llegar de la escuela, y que no se hartaba de contemplar al visitante, lo que le interesaba más eran las plumas; aquellas plumas gigantes, nunca vistas, de ave de Paraíso, de quetzal heráldico… de quimera, que cubrían las alas del ángel. Tanto, que no pudo contenerse, y acercándose al celeste herido, sinuosa y zalamera, cuchicheóle estas palabras:
-Di, ¿te dolería que te arrancase yo una pluma? La deseo para mi sombrero…
-Niña – exclamó la madre, indignada, aunque no comprendía del todo aquel lenguaje.
Pero el ángel, con la más bella de sus sonrisas, le respondió extendiendo el ala sana:
-¿Cuál te gusta?
-Esta tornasolada…
-¡Pues tómala!
Y se la arrancó resuelto, con movimiento lleno de gracia, extendiéndola a su nueva amiga, quien se puso a contemplarla embelesada.
No hubo manera de que ningún calzado le viniese al ángel. Tenía el pie muy chico, y alargado en una forma deliciosamente aristocrática, incapaz de adaptarse a las botas americanas (únicas que había en el pueblo), las cuales le hacían un daño tremendo, de suerte que claudicaba peor que descalzo.
La niña fue quien sugirió, al fin, la buena idea:
-Que le traigan – dijo- unas sandalias. Yo he visto a San Rafael con ellas, en las estampas en que lo pintan de viaje, con el joven Tobías,  y no parece molestarle lo más mínimo.
El ángel dijo que, en efecto, algunos de sus compañeros las usaban para viajar por la tierra; pero que eran de un material finísimo, más rico que el oro, y estaban cuajadas de piedras preciosas. San Crispín, el bueno de San Crispín, fabricábalas.
-Pues aquí – observó la niña – tendrás que contentarte con unas menos lujosas, y déjate de santos si las encuentras.
Por fin, el ángel, calzado con sus sandalias y bastante restablecido de su mal, pudo ir y venir por toda la casa.
Era adorable escena verle jugar con los niños. Parecía un gran pájaro azul, con algo de mujer y mucho de paloma, y hasta en lo zurdo de su andar había gracia y señorío.
Podía ya mover el ala enferma, y abría y cerraba las dos con movimientos suaves y con un gran rumor de seda, abanicando a sus amigos.
Cantaba de un modo admirable, y refería a sus dos oyentes historias más bellas que todas las inventadas por los hijos de los hombres.
No se enfadaba jamás. Sonreía casi siempre y, de cuando en cuando se ponía triste.
Y su faz, que era muy bella cuando sonreía, era incomparablemente más bella cuando se ponía pensativa y melancólica, porque adquiría una expresión nueva que jamás tuvieron los rostros de los ángeles y que tuvo siempre la faz del Nazareno, a quien, según la tradición, “ nunca se le vio reír y sí se le vio muchas veces llorar”.
Esta expresión de tristeza augusta fue, quizá, lo único que se llevó el ángel de su paso por la tierra…
¿Cuántos días transcurrieron así? Los niños no hubieran podido contarlos; la sociedad con los ángeles, la familiaridad con el Ensueño, tienen el don de elevarnos a planos superiores, donde nos sustraemos a las leyes del tiempo.
El ángel, enteramente bueno ya, podía volar, y en sus juegos maravillaba a los niños, lanzándose al espacio con una majestad suprema; cortaba para ellos la fruta de los más altos árboles, y, a veces, los cogía a los dos en sus brazos y volaba de esta suerte.
Tales vuelos, que constituían el deleite mayor para los chicos, alarmaban profundamente a la madre.
-No vayáis a dejarlos caer por inadvertencia, señor Ángel- gritábale la buena mujer-. Os confieso que no me gustan juegos tan peligrosos…
Pero el ángel reía y reían los niños, y la madre acababa por reír también, al ver la agilidad y la fuerza con que aquél los cogía en sus brazos, y la dulzura infinita con que los depositaba sobre el césped del jardín… ¡Se hubiera dicho que hacía su aprendizaje de Ángel Custodio!
-Sois muy fuerte, señor Ángel – decía la madre, llena de pasmo.
Y el ángel, con cierta inocente suficiencia infantil, respondía:
-Tan fuerte, que podría zafar de su órbita a una estrella.
Una  tarde los niños encontraron al ángel sentado en un poyo de piedra, cerca del muro del huerto, en actitud de tristeza más honda que cuando estaba enfermo.
-¿Qué tienes?- le preguntaron al unísono.
-Tengo – respondió- que ya estoy bueno; que no hay ya pretexto para que permanezca con vosotros…; ¡que me llaman de allá arriba, y que es fuerza que me vaya!
-¿Qué te vayas? ¡Eso nunca! – replicó la niña.
-¿Y qué he de hacer si me llaman?...
-Pues no ir…
-¡Imposible!
Hubo una larga pausa llena de angustia.
Los niños y el ángel lloraban.
De pronto, la chica, más fértil en expedientes, como mujer, dijo:
-Hay un medio de que no nos separemos…
-¿Cuál?- preguntó el ángel, ansioso.
-Que nos lleves contigo.
-¡Muy bien! –afirmó el niño palmoteando.
Y con divino aturdimiento, los tres pusiéronse a bailar como locos.
Pasados, empero, estos transportes, la niña quedóse pensativa, y murmuró:
-Pero ¿y nuestra madre?
-¡Eso es!- corroboró el ángel- ; ¿y vuestra madre?
-Nuestra madre- sugirió el niño- no sabrá nada… Nos iremos sin decírselo… y cuando esté triste, vendremos a consolarla.
-Mejor sería llevarla con nosotros – dijo la niña.
-¡Me parece bien! – afirmó el ángel -. Yo volveré por ella.
-¡Magnífico!
-¿Estáis, pues, resueltos?
-Resueltos estamos.
Caía la tarde fantásticamente, entre niágaras de oro. El ángel cogió a los niños en sus brazos, y de un solo ímpetu se lanzo con ellos al azul luminoso.
La madre en esto llegaba al jardín, y toda trémula vióles alejarse.
El ángel, a pesar de la distancia, parecía crecer. Era tan diáfano, que a través de sus alas se veía el sol.
La madre, ante el milagroso espectáculo, no pudo ni gritar. Quedóse alelada, viendo volar hacia las llamas del ocaso aquel grupo indecible, y cuando, más tarde, el ángel volvió al jardín por ella, la buena mujer estaba aún en éxtasis

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Test. Antigua Tabla China de Nacimientos

Según la leyenda esta tabla estuvó enterrada en una tumba cerca de Beijing durante casi 700 años y el original está ahora en el Instituto de Ciencia de Beijing. Al cotejar el mes en el que un niño es concebido con la edad de la madre en la concepción, se puede determinar el sexo del niño. Esta tabla ha sido probada correcta en un 93% de los casos.

Mes de Concepción %
E F M A M J J A S O N D F M
E
D
A
D

E
N

L
A

C
O
N
C
E
P
C
I
O
N
18











17% 83%
19











50% 50%
20











25% 75%
21











92% 8%
22











67% 33%
23











42% 58%
24











42% 58%
25











42% 58%
26











42% 58%
27











50% 50%
28











50% 50%
29











67% 33%
30











17% 83%
31











50% 50%
32











42% 58%
33











50% 50%
34











50% 50%
35











42% 58%
36











50% 50%
37











58% 42%
38











58% 42%
39











58% 42%
40











42% 58%
41











50% 50%
42











33% 67%
43











50% 50%
44











50% 50%
45











58% 42%
F 43% 43% 50% 57% 43% 54% 36% 54% 54% 43% 54% 50%
M 57% 57% 50% 43% 57% 46% 64% 46% 46% 57% 46% 50%
Femenino
Masculino
De acuerdo con la información presentada en esta tabla, es más probable tener un niño cuando la madre concibe en julio a las edades de 18, 20, 30 y 42. Las mejores probabilidades de tener una niña se presentan cuando la madre concibe en el mes de abril a las edades de 21, 22 y 29.

Dedicado a la personita Sandra Elisabeth R.C. (Que ademas soporta mis chupetones y mis ronquidos)

viernes, 3 de diciembre de 2010

El Unicornio.


 



 Se dice que los unicornios son tan antiguos como el Tiempo. El primero de ellos, Asallam, venía en una nube que era impulsada por un torbellino blanco, y bajó hacia la tierra recién creada donde los últimos fuegos de la creación aún no se extinguían.



Se dice también que Galgallim, el primer espíritu creado por Dios obsequió a Asallam y al resto de sus descendientes, un cuerno en espiral lleno de una luz tan brillante que era capaz de iluminar el camino más oscuro y tenebroso, y lo dotó además de una belleza que ninguna otra criatura en el cielo o la tierra logró igualar.

Poco después, Asallam golpeó con su cuerno una roca de la cual emanó una fuente que apagó lo que quedaba del fuego inicial sobre la tierra y todo comenzó a ser fecundo: nacieron las flores, los campos, las montañas y los mares, poco después vinieron los primeros animales que poblaron aquél lugar; así surgió el jardín del Unicornio llamado Shamagin que significa “lugar donde hay agua”, del que sólo ahora podemos conocer a través de los libros antiguos.

Basado en:
De historia et veritate Unicornis = De la historia y la verdad del unicornio: Facsímil y traducción de un manuscrito original (1983). Barcelona, España : Urano.

ORIGEN DE LOS UNICORNIOS: 
El origen del unicornio al igual que muchas otras criaturas místicas, provienen de la mitología griega. Zeus, el famoso dios griego, de niño fue amamantado por una cabra llamada Amalthea. Se cree que esta cabra pudo haber sido un unicornio, pues tenía un cuerno en medio de su frente el cual Zeus un día quebró, y de el salió una cantidad impresionante de alimentos. Por este motivo el cuerno de los unicornios pasó a ser conocido como El Cuerno De La Abundancia y es posible verlo representado en pinturas y ornamentos de la época clásica y barroca. Zeus, en señal de agradecimiento y cariño, convirtió a la cabra en una estrella y la llamó Capella.

UNICORNIOS DE EUROPA:
En la Europa antigua se ha descrito a los unicornios como un animal pequeño, muy semejante al caballo con un cuerno en su frente, patas de antílope, cola de león y barba de chivo. Esta representación de los Unicornios ya había sido representada en las artes desde tiempos previos a los medievales y en culturas tanto europeas como asiáticas. En 400 AC, un físico griego llamado Ctesias describiá a los unicornios como asnos salvajes de la India con cuerpo blanco, cabeza púrpura y un cuerno derecho con base blanca, el medio negro y la punta roja, muy fuerte y ágil. Los Unicornios son además es mencionado por filósofos como Aristóteles, Pliny y Aelian. En El Libro De Hiob, se hace mención a una criatura llamada Re-em, nombre traducido como monoceros o unicornis y luego como unicornio. Uno de los primeros reportes existentes acerca de Unicornios en Europa es del famoso emperador Julio Cesar, quien escribió en el Bellum Gallicum (50 AC.): Se asemejaba a un ciervo pero con un solo cuerno en medio de su frente justo entre sus orejas. Este era mas largo y derecho que cualquier otro que conozcamos…

LA CAPTURA DE L UNICORNIO:
La historia de la captura del Unicornio es la historia más famosa de la Europa medieval, (representada en Los Tapices de la época). Se dice que un noble muy ambicioso se apoderó del cuerno de un unicornio por los poderes mágicos que poseía. En el siglo XV, los nobles y poderosos ofrecían hasta 40.000 monedas de oro a cualquiera capaz de capturar a un unicornio, para así cortar el codiciado cuerno. Mas los cazadores, para obtener la recompensa, usualmente entregaban el cuerno de cualquier otro animal. De acuerdo con uno de los últimos bestiarios medievales (enciclopedias de bestias y criaturas conocidas del mundo medieval), el unicornio es por naturaleza naturaleza enemigos del León. Parecen ser tradicionalmente rivales, y ninguno de ellos es mas fuerte que el otro. Son iguales en fuerza y ambos son capaces de ganar una lucha. Y dentro del reino animal, los dos son considerados reyes…

¿Unos Guardianes Del Infinito?. "Los Dragones",


La ciencia moderna los arrinconó en el folclore, y éste les recluyó en la leyenda. Lejos de esconderse entre los cuentos infantiles, sin embargo, la faceta esotérica de los dragones ha permanecido disimulada desde el inicio de la humanidad, protegiendo terribles arcanos. Su reinterpretación actual permite asociar tan fantásticas criaturas con la alquimia, los templarios y otros misterios seculares…

El ocaso del dragón en tanto un monstruo legendario se inició durante el “siglo de las luces”, cuando naturalistas del mundo entero se vieron incapaces de localizar y capturar ni tan siquiera un ejemplar. Más tarde, con el nacimiento de la paleontología en 1841, se abrigaron algunas esperanzas de hacer coincidir a tan sobrecogedora criatura con el extinto dinosaurio. Por desgracia, el objeto de esta búsqueda brillaba por su ausencia al igual que sus parientes del periodo jurásico. “Hasta aquel momento nadie acotó la palabra dinosaurio”, explicaban, entre otros, el célebre naturalista Charles Darwin. “Esperaríamos que en el pasado se emplearan términos como monstruo o dragón”. Fuesen o no la evolución final de un saurio, hacia 1910 la biología empezó a determinar su inexistencia aduciendo pruebas biométricas. 

De entrada, un pseudoreptil gigante blindado con zarpas, cola, cuernos, y que encima escupiera fuego perturbaba las teorías evolucionistas.
Asimismo, su hipotética envergadura alar no le permitiría levantar el vuelo, a menos que la extensión de dichos apéndices fuese cuatro veces superior a las dibujadas por los retratistas medievales. Por otro lado, sus grandes dimensiones también le impedirían llevar una dieta esporádica de doncellas. El metabolismo de una criatura tan descomunal le exigiría pasarse el día devorando sin cesar a cuantas víctimas asaltara.
 
Por tanto, la mención de los dragones en occidente se relegó a las fábulas infantiles o bien, por intereses políticos, a las manifestaciones folclóricas. La teoría de los arquetipos de C. G. Jung, ideas e imágenes atávicas grabadas en nuestro subconsciente, empero, añadió una nueva lectura por parte de los historiadores actuales. Desde que Aristóteles efectuara los primeros estudios en su De natura –s. IV a. de C.–, las descripciones posteriores hacían hincapié en hábitos y morfologías cada vez más caóticas. “Es importante distinguir entre serpiente y dragón”, escribía el medievalista Ignacio Malatcheverría en una obra afín: “Si éste último fuese una serpiente grande, jamás hubiera aparecido en los bestiarios. No en vano, el término proviene del sánscrito DRK –el que acecha–, un significado que en la antigua Babilonia venía asociado además con la expresión Tad Ekam, la conciencia. Más tarde, Grecia les denominó Derkhestai –la mirada–, junto a un papel muy concreto: guardián de secretos ocultos”.
 
El huerto de las Hespérides o el Vellocino de oro, por recurrir a los textos clásicos, constituían una muestra de los lugares y objetos que custodiaban de propiedades en absoluto banales. Con fuerza bruta y astucia, el campeón de turno burlaba su vigilancia apropiándose del codiciado botín, un aspecto que se radicalizó durante el dominio romano. A ellos se les debe el mote de draco –demonio–, emplazándoles además en cuevas y otros enclaves subterráneos.
 
Deformacion Medieval
Tras la caída de Roma y el advenimiento de la Iglesia, el dragón acabó criminalizado. Las descripciones bíblicas del Leviatán, y el Behemoth en el libro de Job y los salmos no dudaron en mencionar su aliento incendiario y la epidermis escamosa, sentando cátedra a la hora de generar el mito. Habida cuenta que el creacionismo impuesto desde el pujante poder eclesiástico abogaba por una naturaleza perfecta y divina, la criatura se transformó en la expresión final del maligno.
 
Esta curiosa tesitura degeneró en una doble moral. Inicialmente, el clero atemorizaba a sus creyentes narrando los horrores de la bestia, exaltando a quienes osaban enfrentarse y –con suerte– derrotarla. En esta versión de la historia, el dragón mantenía el extraño hábito de almacenar cuantiosos tesoros que pasaban a ser propiedad del vencedor. Y si además se sumaba el rescate de alguna princesita cautiva, mejor que mejor. 

Tal resultaría el expediente relacionado con el señor de Belzunce, quien en 1407 peleó contra un gran dragón en San Pedro de Irube. Tras matarlo, Carlos II de Navarra le permitió en adelante que él y sus descendientes lucieran en su escudo la figura de una hidra con tres cabezas. Incidentes similares quedaban recogidos en la biblioteca universitaria de Cambridge (Inglaterra), donde entre 1510 y 1620 se organizaron en este país al menos un centenar de cacerías.
 
Al mismo tiempo, la aristocracia parecía superar los temores en torno a este ser adoptándolo en sus divisas nobiliarias. A guisa de ejemplo, Jaime I “el conquistador” (1213-1276) acostumbraba a lucir un yelmo dotado con las alas de un dragón, bastante útiles en las campañas de Valencia y las Baleares. En el mismo orden cabría situar la Orden del Dragón Vencido, creada en 1418 para contrarrestar el avance sarraceno sobre Europa, empleando la efigie invertida de dicha criatura a fin de reflejar el triunfo sobre los herejes.
 
A título anecdótico, uno de sus mayores paladines fue el hijo del célebre príncipe rumano Vlad Tepes, alias “el empalador”. Su descendiente del mismo nombre, no menos cruel, se paseó por la historia bajo el apodo de Drácula demostrando sadismo y religiosidad con idéntico fervor. Un fervor rememorado con bestialidad similar en la conquista de Jerusalén en 1099, cuando los cruzados invocaban al dragón antes de acuchillar a los defensores.
 
Parafraseando al antropólogo Julio Caro Baroja, lucir la figura de esta entidad en escudos y pendones equivalía a impregnarse de sus presuntos poderes. El origen de esta tradición apenas admite un origen claro, aunque las pistas señalan indefectiblemente a la extinta civilización egipcia. Sin extenderse demasiado en la cuestión, conviene recordar que la palabra faraón –al-firaun– era sinónima de dragón, emparejándole con la responsabilidad de gobernar sobre los elementos.

Alquimia Llameante
La anterior mención a los constructores de pirámides, junto a las cruzadas, en absoluto resultaría una casualidad. Ambos poseen un nexo de unión con la recóndita Orden del Temple, quien por espacio de varios siglos recogió el saber oculto de aquellas latitudes. El mismo dragón entró a formar parte de una complicada simbología, según expone el investigador británico Nicholas Wilcox en su libro Los templarios y la mesa de Salomón. “Al Dragón –la efigie– se le situaba delante del baphomet”, escribe este autor, si bien admite que se ignoran los motivos reales de la anómala ubicación. Tal vez ejerciera de cancerbero de un objeto ciertamente misterioso con apariencia de cabeza humana que, se especificaba, era capaz de brindar respuestas a todo tipo de cuestiones. O, tal vez, su presencia impedía que el propio Baphomet aportara soluciones a preguntas demasiado atrevidas para la época.

En segunda instancia, los propios templarios eligieron a la criatura con vistas a encubrir secretos relacionados con el arte alquímico. El ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, era un símbolo conocido en Egipto desde el 1700 a. de C., y que a la sazón fue adoptado posteriormente por griegos y fenicios. A simple vista, representa los ciclos de la naturaleza que van repitiéndose sin cesar, junto a las fuerzas destructivas. Y aquellas que reinstauran el equilibrio.

Examinado desde otro nivel más profundo, el círculo que conforma el ouroboros remite a la inmortalidad o, en palabras de los alquimistas, “el todo es el uno”. Un opúsculo de aquel periodo, el Codex Marcianus –s. XI–, sugiere a propósito de esta frase que la experimentación proviene de una sustancia y al final regresa a ésta cuando ha conseguido transformarse. O lo que es lo mismo, se destruye para renacer a lo largo de una rueda interminable.

De ahí viene que la muerte del dragón revierta hacia un significado muy particular, donde interviene la figura de su apropiado ejecutor. La atormentada santa Margarita, sin ir más lejos, provoca la explosión de un lagarto demoníaco que se le aparece en su celda de castigo, engulléndola inmediatamente. Al poco rato, el estómago de la bestia revienta al santiguarse en su interior la víctima recién devorada, saliendo sana y salva.

Eruditos como el enigmático Fulcanelli, ven en este episodio una metáfora de las reacciones químicas mal preparadas y peor desarrolladas, al carecer éstas del debido equilibrio. El famoso incidente entre san Jorge y otro miembro de esta fauna reptiliana posee además connotaciones mucho más explícitas. El egiptólogo Hans Goedicke llegó a sostener hace escasos años que, en realidad, se hacía alusión al dios Horus –Jor, pronunciado en egipcio–.

Sea cuál sea su procedencia, el uso de una lanza para acabar con el susodicho dragón ofrecía interpretaciones bastante dispares, plasmadas a lo largo del arte gótico y renacentista. Aunque de madera, la punta del arma acostumbraba a perfilarse de plata, metal que los alquimistas mezclaban para acelerar las reacciones. Mayor interés merecen los colores con que se dibuja a la escamada bestia, casi siempre ocres y oscuros, esto es, materia tosca y grosera.

Al clavarse la punzante lanza en la garganta de la criatura, comienza una transformación. El alquimista medieval Basilio Valentín sostenía que el caparazón externo eran las impurezas que debían refinarse. Un coetáneo suyo, Nicolás Flamel, iba más lejos al exponer en su Libro de las figuras jeroglíficas que matar al dragón equivalía a dominar ese elemento inestable. Pero los lienzos de aquel momento histórico amagaban muchas claves más.

Manifestaciones Encriptadas
En primer lugar, raramente se muestra al dragón dentro de su cubil, sino en el exterior, en campo abierto. Cueva, en latín, significa refugio pero también residencia o torre, y la criatura abandona ese lugar tan seguro –y tan lóbrego– para fallecer a plena luz del día. Junto al mismo, se colocan el caballero y la dama a rescatar, uno a cada lado del supuesto monstruo, ésta última engalanada y sin las habituales señales de haber sufrido un secuestro.

De nuevo, hay que requerir a Fulcanelli para aportar datos con los cuales entender el significado de las escenas expuestas. Los escritos que legó hablan de que la reacción deseada cabe originarse fuera del crisol.

Aparte de ese detalle, la figura de la princesa cautiva recuerda con sus colores las claves alquímicas. El blanco –mercurio– predomina junto a rojo y verde, aludiendo a otros elementos, mientras que el caballero debe protegerse –con armadura– ante el carácter violento de la reacción.

La idea de la torre, junto a los elementos masculino y femenino, se repite de forma solapada en las ediciones más modernas del Tarot. El arcano mayor 16, la torre, muestra un edificio cuya porción superior estalla en llamas y, simultáneamente, caen a tierra dos figuras. La correspondiente a la mujer se suele dibujar medio escondida tras la edificación, si bien lo sorprendente consiste en el número de pequeñas esferas dibujadas a lo largo del naipe.

Los trazos de la alquimia vuelven a relucir al estudiar el número de tales esferas, de colores blanco, azul y rojo, precipitándose desde el techo de la torre. Para los entendidos en el referido sistema de adivinación, el arcano habla de energías mal contenidas, o de tareas inacabadas. Aplicado a la simbología, cabría considerar lo que sucede si se dejan de respetar las debidas condiciones de trabajo. O sea, dejar suelto al dragón antes de tiempo.

Richard Wagner, en su Tännhauser, el héroe Sigfrido mata al monstruo y se baña en su sangre, pero una hoja cae sobre un punto de su espalda que le convierte en vulnerable, y esta debilidad le cuesta la vida cuando un rival arroja sobre él un venablo… ¡cuya punta es de plata, por supuesto! La metáfora acerca de los errores de cálculo a la hora de experimentar supondrían la lección que convendría aprender.

Ahora bien, ¿Sobre qué? El objetivo prioritario de la alquimia residiría en hallar la Gran Obra, paso final que se logra tras sintetizar la piedra filosofal. En palabras más simples, la propia inmortalidad o el poder de dominar el infinito si se prefiere, de dar crédito a los textos prohibidos. El dragón, sencillamente, impide el acceso a ese conocimiento. Y, tras vencerle, se superan los temores que anidan dentro de uno mismo, dudas y prejuicios que impiden adentrarse en conocimientos tan profundos. En ello perduraría la simbología que emana de esta criatura única…

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