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LA LUZ PRESTADA - El Espía de DIOS

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jueves, 24 de junio de 2010

San Juan y el solsticio de verano (invierno para los del Sur).



Hay dos momentos del año en los que la distancia angular del Sol al ecuador de la Tierra es máxima. Estos momentos son los llamados solsticios, palabra ésta que significa “sol inmóvil” porque da la impresión de que el Sol apenas mueve su declinación de un día a otro. El solsticio de verano es el gran momento del curso solar y, a partir de ese punto, comienza a declinar. Antes de cristianizarse esta fiesta, los pueblos de Europa encendían hogueras en sus campos para ayudar al sol, en un acto simbólico con la finalidad de que “no pierda fuerzas”. Parecería que en su conciencia colectiva sabían que el fuego destruye lo malo y lo dañino.

Se ha asociado esta festividad de San Juan al solsticio de verano, pero esto tan sólo es cierto para la mitad del mundo o, mejor dicho, para los habitantes que viven por encima del ecuador (en el hemisferio norte), ya que para los que están en el sur, el solsticio es el de invierno. En el hemisferio norte es el día más largo y, por consiguiente, el poder de las tinieblas tiene su reinado más corto, y en el hemisferio sur ocurre todo lo contrario.

Estemos en el hemisferio que estemos, al Sol se le ayuda para que no decrezca y mantenga todo su vigor.

En los antiguos mitos griegos, a los dos solsticios se los llamaba “puertas” y, en parte, no les faltaba razón. La “puerta de los hombres”, según estas creencias helénicas, correspondía al solsticio de verano (del 21 al 22 de junio), a diferencia de “la puerta de los dioses” del solsticio de invierno (hemisferio norte) (del 21 al 22 de diciembre).

La noche de San Juan es una fecha en la que numerosas leyendas fantásticas son unánimes al decir que es un periodo en el que se abren de par en par las invisibles puertas del “otro lado del espejo”: se permite el acceso a grutas, castillos y palacios encantados; se liberan de sus prisiones y ataduras las reinas, las princesas y las infantas cautivas merced a un embrujo, ensalmo o maldición; salen a dar un vespertino paseo a la luz de la luna seres femeninos misteriosos en torno a sus infranqueables moradas; afloran enjambres de raros espíritus duendiles amparados en la oscuridad de la noche y de los matorrales; las jóvenes mujeres enamoradas sueñan y adivinan quien será el galán que las despose; las plantas venenosas pierden su dañina propiedad y, en cambio, las medicinales multiplican sus virtudes; los tesoros se remueven en las entrañas de la tierra y las losas que los ocultan dejan al descubierto parte del mismo para que algún pobre mortal deje de ser, al menos, pobre; el rocío cura ciento y una enfermedades y además hace más hermoso y joven a quien se embadurne todo el cuerpo; los helechos florecen al dar las doce campanadas...y se podría seguir.

Orígenes paganos

Esta fiesta solsticial es muy anterior a la religión católica o mahometana e incluso, dentro de las distintas prácticas religiosas, no se han celebrado en la misma fecha .

Uno de los antecedentes que se puede buscar en esa festividad es la celebración celta del Beltaine, que se realizaba el primero de mayo. El nombre significaba “fuego de Bel” o “bello fuego”. Durante la misma se encendían hogueras que eran coronadas por los más arriesgados con largas pértigas. Después los druidas hacían pasar el ganado entre las llamas, para purificarlo y defenderlo contra las enfermedades. A la vez, rogaban a los dioses que el año fuera fructífero y no dudaban en sacrificar algún animal para que sus plegarias fueran mejor atendidas.

Otra de las raíces de tan singular noche hay que buscarla en las fiestas griegas dedicadas al dios Apolo, que se celebraban en el solsticio de verano, encendiendo grandes hogueras de carácter purificador. Los romanos, por su parte, dedicaron a la diosa de la guerra, Minerva, unas fiestas con fuegos, existiendo la costumbre de saltar tres veces sobre las llamas. Ya por entonces se atribuían propiedades medicinales a las hierbas recogidas en aquellos días.

Es curioso que entre los beréberes de África del norte (Marruecos y Argelia) se enciendan el 24 de junio, durante la fiesta llamada ansara, hogueras que producen un denso humo, considerado protector de los campos cultivados. A través del fuego se hace pasar entonces los objetos y utensilios más importantes del hogar. Los beréberes las encienden en patios, caminos, campos y encrucijadas y queman plantas aromáticas. Prácticamente ahuman todo, incluso los huertos y las mieses. Saltan siete veces sobre las brasas y pasean las ramas encendidas por el interior de las casas y hasta las acercan a los enfermos para purificar e inmunizar el entorno de todos los males.

Lo cierto es que esta costumbre beréber de celebrar el solsticio es preislámica, porque se basa en el calendario solar, mientras que el musulmán es lunar.

¿ Por qué San Juan Bautista?
Tal vez la primera pregunta que surja es por qué poner bajo la advocación de San Juan unas fiestas que tienen un claro origen pagano.

Parte de la respuesta nos la da San Lucas al narrar en su Evangelio que María, en los días siguientes a la Anunciación, fue a visitar a su prima Isabel cuando ésta se hallaba en el sexto mes de embarazo. Por lo tanto, fue fácil fijar la solemnidad del Bautista en el octavo mes de las calendas de junio, seis meses antes del nacimiento de Cristo. Desde entonces se señaló a esta noche como la de San Juan, muy próxima con el solsticio de verano, que ha recibido una serie de prácticas, ritos, tradiciones y costumbres cuyos orígenes son inmemoriales en toda Europa, heredándolos muchos pueblos de América. Lo paradójico del asunto es que el 24 de junio se celebra la fecha del nacimiento del Bautista, que en realidad no debería festejarse porque el dies natalis de los santos siempre fue el de la muerte. En el Evangelio de San Lucas se cuenta que su padre, el sacerdote Zacarías, había perdido la voz por dudar de que su mujer, Isabel, estuviera en cinta. Sin embargo, en el momento de nacer San Juan, la recuperó milagrosamente, como se lo había predicho el ángel Gabriel. Rebosante de alegría, la tradición religiosa dice que encendió hogueras para anunciar a parientes y amigos la noticia.

Cuando siglos después se cristianizó esta fiesta, la noche del 23 al 24 de junio se convirtió en una noche santa y sagrada en toda la extensión de la palabra. Y el nombre de San Juan se puso de moda. Tan de moda que sirvió para suplantar o reciclar viejos cultos paganos.

El bautismo

Al examinar la historia de Juan Bautista y la de Jesús, parece claro que nos encontramos en territorio mitológico. Las dos historias se reflejan mutuamente a la perfección. Ambas hablan de nacimientos milagrosos. Juan nace de una mujer vieja. Jesús nace de una mujer joven. La madre de Juan es estéril. La madre de Jesús no es fecundada. Juan nace en el solsticio de verano, cuando el sol empieza a menguar. Jesús nace seis meses después, en el solsticio de invierno, cuando el sol empieza a crecer otra vez: de ahí que el Bautista, refiriéndose a Jesús, diga: “es preciso que él crezca y que yo disminuya”. Juan nace bajo el signo de Cáncer, que para los antiguos representaba la puerta que cruzaban las almas al salir de la encarnación y entrar en la inmortalidad. Juan Bautista bautiza con agua, y Jesús, con fuego y espíritu. El nacimiento de Jesús se celebra en la fiesta pagana del Sol que retorna, el 25 de diciembre; el de Juan Bautista se celebra en junio y sustituye una fiesta pagana del agua que se celebraba en el solsticio de verano.

El bautismo era un rito fundamental en los misterios. Ya en los himnos homéricos se dice que la pureza ritual era la condición para alcanzar la salvación y que se bautizaba a las personas para borrar todos sus pecados anteriores. En los Textos de las Pirámides vemos que el faraón egipcio era objeto de un bautismo ceremonial antes de que tuviera lugar su nacimiento ritual como encarnación de Osiris. En algunos ritos mistéricos el bautismo se simbolizaba simplemente rociando con agua bendita. En otros implicaba la inmersión total. Se han encontrado piscinas bautismales en salones de iniciación y santuarios. En Eleusis los iniciados se purificaban ritualmente en el mar. En la ceremonia de su iniciación, tras una plegaria confesional, Lucio Apuleyo recibió un baño purificador, y después fue bautizado siendo rociado con agua. En los misterios de Mitra se bautizaba varias veces a los iniciados para borrar sus pecados. Estas iniciaciones tenían lugar en marzo o abril, exactamente en la misma época en que, en siglos posteriores, también los cristianos bautizarían a las personas que se habían convertido, los llamados “catecúmenos”.

Los parecidos entre los ritos cristianos y los paganos eran obvios a ojos de los cristianos primitivos. Tertuliano nos dice: “En ciertos misterios las personas se inician por medio del bautismo e imaginan que el resultado de este bautismo es la regeneración y la remisión de las penas por sus pecados”.

Según San Pablo, en un bautismo consistente en la inmersión total hay tres acciones simbólicas. Entrar en el agua significa la muerte, la inmersión representa la sepultura y salir de ella, la resurrección. Esta interpretación alegórica del bautismo concuerda por completo con los ritos mistéricos (nos recuerda la Orden), que también representaban la muerte y la resurrección místicas. En la Iglesia primitiva, se vestía a los recién bautizados con túnicas blancas, se les daba un nombre nuevo y se les ofrecía miel para que la comiesen. De la misma manera, en los misterios de Mitra, a los iniciados que “renacían” espiritualmente les echaban miel en las manos y se la aplicaban en la lengua (sólo faltaría el trago amargo), como se acostumbraba a hacer con los niños recién nacidos.

Las descripciones que hacen los autores cristianos del bautismo de su religión son muy difíciles de distinguir de las descripciones paganas del bautismo mistérico. Los iniciados cristianos iban al bautismo desnudos, y luego, al salir del agua, se ponían prendas blancas y caminaban en procesión hasta una basílica llevando una vela en la mano y una corona en la cabeza. Esto es idéntico a la procesión de los misterios de Dioniso en Eleusis, donde los iniciados vestían de blanco, llevaban una corona en la cabeza, portaban una antorcha en la mano y caminaban hasta el santuario cantando himnos. Justino Mártir se sintió profundamente turbado al observar las analogías entre los ritos bautismales cristianos y los paganos. Una vez más recurrió al argumento de la “imitación diabólica” y dijo que los malvados demonios habían instigado una parodia del bautismo cristiano en los ritos paganos.

En los misterios, con todo, la purificación por el bautismo no la efectuaba sólo el agua, sino también el aire y el fuego (sigue nuestra Orden). Lucio Apuleyo nos dice que antes de que lo considerasen digno de acercarse a la divinidad tuvo que “viajar a través de todos los elementos”. Escribe Servio:

“Toda purificación se efectúa o bien por el agua o por el fuego o por el aire; así pues, en todos los misterios encuentras estos tres métodos para purificar. O bien te desinfectan con azufre ardiente o te lavan con agua o te ventilan con viento; esto último es lo que se hace en los misterios dionisíacos”

Los evangelios también hablan de un bautismo en el que intervienen tres elementos. En el evangelio de Mateo, Juan Bautista predice la venida de Jesús:

“Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquél que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en aliento santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga”

En esta traducción, el conocido término “espíritu santo” se traduce correctamente del original griego por “aliento santo”, que resalta claramente la idea del bautismo por medio de aire. Juan nos dice que Jesús empuñará un bieldo, que es un instrumento que se utiliza para aventar el trigo. En los misterios de Eleusis se usaba el bieldo en el bautismo por medio del aire. En las pinturas de los jarrones y en otras partes, los iniciados aparecen cubiertos con un velo y sentados mientras alguien agita un bieldo por encima de sus cabezas. Dioniso era conocido por el apodo de “el del Bieldo”. Se decía que al nacer lo habían acunado en uno de estos instrumentos, al igual que se hacía de forma simbólica con el iniciado cuando renacía espiritualmente.

De la misma forma que un iniciado en los misterios paganos renacía mediante la purificación por aire, Jesús promete el renacimiento por medio del aliento. En el evangelio de Juan, Nicodemo pregunta: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?” Respondió Jesús:

En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de aliento no puede entrar en el reino de Dios. Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del aliento es aliento. No te asombres de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de lo alto”. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del aliento.

Para terminar, para los que esten en el hemisferios Sur, ¿No tendrían que conmemorar ahora la Navidad?. Feliz Solsticio.

Bibliografía:
Los Misterios de Jesús - Timothy Freke y Peter Gandy
Fiestas Sagradas – Jesús Callejo

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